The Byrds: Fifth dimension (1966) y Younger than yesterday (1967)

5dLlevaba un tiempo, más prolongado del requerido, sin aparecer por aquí­, dándole vueltas al tarro sobre lo que hablar. Hasta «big J» me ha llamado la atención. Si bien mi costumbre actual es destrozar mis ya deterioradas neuronas con metal, metalprogresivo y ópera (han leí­do bien, y yo no debo estarlo) en los pocos ratos disponibles al esparcimiento musical, he decidido regresar (otra vez, maldita sea) a los orí­genes, al menos a los mí­os…

Y así­, cierta tarde soporí­fera de agosto de hace ya varios lustros, me topé en cierta tienda de discos con el «5D» (5ª dimensión) de unos tales Byrds. Claro que habí­a escuchado a los Byrds: su versión del Mr Tambourine man, como seguidor acérrimo de tito Dylan, era más que conocida; pero a parte de eso y del tema Turn Turn Turn, poco más… creí­a que todo iba a ir por ahí­, pero algo me hizo llevarme el CD. Y bum. Como pocas veces un disco me ha pasado como un huracán (like a hurricane que dirí­a Young): anonadado, boquiabierto y aturdido me quedé cuando terminó; no tuve otra respuesta que darle al play y confirmar que la impresión no era errónea, fruto del calor. Con el paso del tiempo, tras escuchas reiteradas (y atentas) estas sensaciones se han acrecentado.

Que quede claro, es un disco básicamente pop, pop americano 100% (alguien podrí­a denominarlo «folk psicodélico»), pero bien pensado, ejecutado con perfección y grabado con maestrí­a: ojo con el tema Eight miles high, esto es del 66????

youngerY luego vino el «Younger than yesterday», aún más elaborado, más compacto, parecen auténticos maestros (y no tienen más de 26 años…). Temas como Renaissance fair, Everybody¨s been burned o Thoughts and words son perfectos ejemplos. En este disco, la fuerza creadora de los dos «lí­deres» (Roger McGuinn y David Crosby) es tan avasalladora que probablemente fuera el germen de desavenencias que hicieran posteriormente insostenible su convivencia en el mismo grupo: y Crosby se largó con sus melodí­as agridulces (y enólicas) para juntarse con otro jodido melancólico (Graham Nash) y con otro puto genio (Stephen Stills) y grabar otro momentazo: «Crosby, Stills and Nash» (1969); luego se sumarí­a un tal Neil Young, que sumarí­a las virtudes y defectos de todos además de su mala leche canadiense, para dar otra vuelta de tuerca que dirí­a Henry James y grabar otro sumum: «Dejí  vú» (1970)…

Mientras tanto, los Byrds no se quedaron atrás (o mejor dicho volvieron más atrás aún) e incorporando a otro grande (compositor, músico y melancólico y genio y bebedor) Gram Parsons, y escribieron lo que para algunos (no yo) es la mejor época de los Byrds…

Yo me sigo quedando con su disco de debut (y sus versiones dylanianas) y los dos que he comentado aquí­. Joyas del estilo alcanzaron fama eterna y «sobrevalorada» (o no??): el Pet Sounds o el Forever Changes o el American Beauty por ejemplo. Pues bien, como ya dije aquí­ que mi respuesta a la eterna pregunta «¿The Beatles o The Stones? The Kinks por supuesto», trasladándonos a tierras americanas, estoy dispuesto a reivindicar a los Byrds como contrapeso a esas bandas abanderadas del «flower power».

Pink Floyd: Meddle (1971) vs. The dark side of the moon (1973)

Pink Floyd The dark side of the moonVamos allá. Me tiro al barro. Sin tapujos. Qué pollas…

Para que quede claro desde el principio: ««Meddle» me gusta más que el «Dark side of the moon» (DSOTM). Y hasta por momentos dirí­a que es mejor. Que lluevan las hostias… Por supuesto que, como obra, el DSOTM es redondo, sin fisuras, con una producción pluscuamperfecta, significó un hito difí­cilmente alcanzable por un grupo que se moví­a en el terreno peligroso del «progresivo» en los años en los que ese género alcanzó su cota más alta e inestable: inmediatamente después todas sus virtudes (de excesivas se hicieron pesadas) se convirtieron en defectos. Sí­, eso es cierto, pero vayamos por partes:

  1. – Si tomamos sólo la cara A tenemos un inicio de disco sencillamente espectacular, One of these days, te parte en mil, rock progresivo devastador, un hachazo para meterte en un disco que es la antí­tesis de la música comercial y pegajosa. Y luego, sin más, nos metemos en un remanso de paz: el resto de la cara es prácticamente acústica. Como lo leen. Pero de una belleza sublime. No se echa de menos al loco Barrett en el devenir de estos temas. Incluso hay polladas como «Seamus» donde canta un perro!!!, pero existe otro ambiente. Es más, para mi, aquí­ comienza el gran Pink Floyd: un año antes marcó sus credenciales con el gran (aunque irregular) Atom heart mother. Con Meddle alcanza la cima, con el DSOTM se mantiene (aunque reitero que para mi cae un poquito), con «Wish you were here» alcanza momentos impensables y con «Animals» explota con su, para mi, mejor disco sin lugar a dudas… como digo: sin el loco Barrett; los primeros Floyd son otro grupo, otra música; el germen existí­a, pero explotó en otra dirección: Gilmour-Mason-Waters-Wright
    Y en la cara A del DSOTM qué tenemos: un inicio bastante bueno y una joya como el tema «Time», absolutamente demoledor. Y punto. The great gig in the sky nunca me ha gustado mucho: el principio es acojonante, pero cuando la Clare Torry se pone a berrear y no para saca un poco de las casillas. Y luego tenemos la basura «On the run»: alguien me lo puede explicar?; aun harto de cerveza no lo veo.
  2. Pink Floyd Meddle– Y en las caras B; DSOTM tiene Money (Money hasta en la sopa), una muy buena canción, Us and them (baladita por momentos aburrida y por momentos buena) y luego lo «casi mejor del disco»: Any colour you like (huy esa guitarra!!!) y el final Brain damage-Eclipse.
    Y Meddle tiene Echoes. 23 minutos donde hay momentos que superan con creces lo mejor del Dark side… y no voy a comentar nada más de este tema: hay que escucharlo, hay que vivirlo. Y un consejo: háganlo a todo volumen

En resumidas cuentas, Meddle es un clásico oculto del rock, el auténtico «Dark Side of Pink Floyd» (el otro brilla y bastante en todas las listas…); pocos lo conocen, pero quien se aventure a escucharlo encontrará una música nunca antes oí­da: atmosférica (sí­, es rock progresivo…), pero apasionada y bella, hecha con esfuerzo e inspiración, más aún que en Dark side of the moon…

Radiohead | In rainbows (2007-08)

in rainbows radiohead

Lo dejo claro: soy más del binomio Kid A – Amnesiac, que del Bends – OK computer. O al menos ahora, digamos que en el último año, escucho bastante más esos discos que el pluscuamperfecto OK. Me tocan más. Me llevan más allá. Salvando (eliminando) los temas para los que no encuentro explicación, algo que no ocurre en el OK o en The bends, que son impepinables de la A a la Z. Pero aparte de este matiz, creo que que el Kid A y el Amnesiac , aunque menos, tienen momentos cualitativamente más logrados. Y lo digo yo, el «enemigo acérrimo» de la electrónica y «defensor patológico y demencial» del rock. Pero es así­. El OK computer tuvo sus momentos (reiterados y disfrutados como casi ninguno), pero últimamente, con tantos cambios en mi vida, por algunos conocidos, me inclino por el otro sonido.

Luego vino el Hail to the Thief, que ciertamente me pareció inferior: un intento (desesperado?) de volver a los sonidos que probablemente las masas les reclamaban. Poco escuchado y poca opinión.

Y ahora llegamos al In rainbows, un disco más tranquilo, más «pop» pero, ojo, muy bien hecho, magistralmente tocado, sin alardes extravagantes, pero con un toque especial. Otro tanto es la puesta en escena: disponible sólo a través de Internet, para descargar por la voluntad (el precio que uno quiera y quien quiera pagar, que pague) y a partir de enero del 2008 dicen que lo sacarán en plan box con 2 vinilos y 2 CD (se supone que el 2º de material no disponible en la red) por 40 libras de nada (unos 54 leuros) para enfermos seguidores de la banda.

Yo de momento, lógicamente, me he «hecho» de mi ejemplar, al iPod de cabeza y me gusta. Y mucho. Y es curioso que el tema más «rockero» (Bodysnatchers) es el que menos me gusta, incluso lo quitarí­a, y me quedarí­a con los 9 temas restantes, 40 minutos de buena música.

Ésta banda nos tení­a acostumbrados a cosas muy buenas. Y vuelven con acierto.

Los 90: a cara o cruz

Nirvana Nevermind Pearl Jam Ten Jeff Buckley Grace

Hay que ver, con lo flojos (por no decir patéticos y vací­os, planos) que fueron los 80, el hacer algo novedoso, rompedor, no parecí­a excesivamente difí­cil. Estaba claro que el renacimiento con pretensiones de la gloria setentera era inalcanzable. Pero el festiche ochentero se sabí­a acabado, solamente quedaba una vuelta de tuerca, quitarse el maquillaje «pastelón» (o lo que es peor, el llamado malditismo oscuro, la música siniestra, ufff), coger de nuevo los instrumentos clásicos, y arrancar de nuevo. Siempre se ha hecho así­. Y así­ se hizo, al menos en parte.

Pero la gloria (?) se alió con los tipos que parecí­an más malos, más desesperados, más sucios (emulando, hasta el ridí­culo en algunos casos, a figuras como Jim Morrison). Y digo «parecí­an» y no «eran» (que no es lo mismo). Y ascendieron, y mucho, demasiado, protegidos y auspiciados bajo la denominación del «grunge» y su cuna donde se reproducí­an grupos por generación espontánea: Seattle. Se hicieron prácticamente omnipresentes en nuestras vidas de instituto, en nuestras primeras juergas. Y dos claros ejemplos de este movimiento fueron los Pearl Jam (con su disco Ten) y los Nirvana (con su Nevermind). De hecho se les considera (por muchos), aparte de seminales, como dos de los mejores discos jamás grabados. Y no puedo estar más en desacuerdo. Es que casi no puedo escucharlos enteros, y mucho menos hacerlo dos veces seguidas (como con otros tantos). Repetitivos, machacones, simples, pesados, son algunos apelativos que me vienen espontáneamente, sin esfuerzo. Al menos los Nirvana tuvieron ese «momento» que fue su Unplugged (ojo, este disco puso de moda los «desenchufados», pero NO fue el primero como algunos lo nombran; ese privilegio lo tienen los Tesla con su magní­fico Five Man Acoustical Jam, 1990), pero los Pearl Jam se dedicaron a explotar su «fórmula» hasta el cansancio de sus propios fans; sus discos son una sucesión indistinguible del mismo, un «loop» reiterativo centrado en la voz (tiene lo suyo, no digo que no) de Vedder, por no hablar de los infinitos discos en directo que han ido sacando basado en el mismo material (se creen los Grateful Dead?). Temas buenos habí­a, claro, pero pocos. Los discos eran homogéneos, sí­, pero por lo monótono del sonido (guitarras distorsionadas, baterí­a pesada y melodí­as repetitivas), no por el alto nivel de la música.

Ésta fue la cara mala (la cruz) de los primeros 90, a mis entendederas (y hostias me van a caer: que empiecen) y lo he explicado.

Como contrapunto tenemos grandes discos, grandes grupos, que quedaron relegados a otro plano, se disfrutan menos en masa, más en pequeñas (las mejores) compañí­as, y se reescuchan sin perder su encanto, grandiosos (algunos ya comentados aquí­…), ahí­ van unos cuantos ejemplos de «verdaderas» joyas noventeras:

Y luego, más tarde (ya en 1996) llegó Tool con su Aenima, preparando con antelación la música de la siguiente centuria… con una especie de revivalismo futurista del rock sinfónico pasado (y pesado), tanto en el tiempo como de revoluciones; y en el 97 el OK Computer nos mostró el sonido «supercuidado» (y un poco llorón a veces del amigo Yorke) y sofisticado de los Radiohead, otra gema (por nombrar unos británicos entre tanto americano peludo)…

Se abre el debate (y se permite todo).

Dedicado a los «grungeros».

Captain Beyond | Captain Beyond (1972)

captain-beyond.jpgHagamos un punto de inflexión. Momentos de indecisión. Instantes dubitativos. Hemos llegado a un cruce de caminos. Hay que elegir. Sé que nos podemos equivocar; de hecho, ésta certeza es lo que me anima a decidirme, cojo el camino de la izquierda, a ver adónde lleva, qué nos depara… musicalmente es la senda de los discos «olvidados», los derroteros de grandes discos que, por un motivo u otro, no tienen la «dudosa» recompensa del reconocimiento masivo, adolecen del calificativo de «clásicos que hay que escuchar» y han quedado como auténticas sorpresas por descubrir, cubriéndose de una especie de polvo de camuflaje que los hace pasar desapercibidos… hasta que uno da con ellos.

Hasta hace relativamente poco tiempo el acceso a este tipo de trabajos era realmente difí­cil, quitando honrosas excepciones de ciertas «tiendas dedicadas» en las que un apiadado ***** te lo podí­a pedir de encargo, aunque algunas veces te encontrabas con algo desconocido en tus manos y con una sonrisa de complicidad te decí­an «llévatelo, te va a gustar», y de ahí­ a tu colección de incunables.

Pues este disco ha seguido una trayectoria similar, aunque con el agravante de un rechazo «tras haber oí­do los dos primeros temas» unos cuantos años antes. Lo habí­a desterrado de la lista de «deseados», de «perseguidos», incluso de la de «interesantes»: no gracias. Pero esta vez me insistieron un punto más allá de mi terquedad, acepté, me llevé el trocito de plástico con portada cursi, animado porque al menos lo editaba Capricorn, de reminiscencias placenteras, y el resto es historia.

Indagando en el grupo descubrimos que está formado por «ex» de bandas como Deep Purple (el cantante de los primeros Purple, Rod Evans, antes del torbellino Gillan y del locuelo Coverdale, claro está), Iron Butterfly (el guitarrista Larry «Rhino» Reinhart y el bajista Lee Dorman) e incluso del grupo de Johnny Winter (el baterí­a Bobby Caldwell). Con estos discretos ingredientes nos encontramos un disco curioso, furioso pero lleno de matices: las raí­ces «hard» no se pueden evitar, riffs aplastantes martillean desde el inicio, eso sí­, pero hay algo más: las raí­ces del «blues» se mascan, la sección rí­tmica se sale de esos cánones y parece más bien salida de un grupo de «jazz», entre los temas estándar nos meten interludios instrumentales que, junto con el hecho de que todas las pistas no tienen solución de continuidad, le dan un toquecillo «progresivo» encantador. En un suspiro se acaba el disco, sólo 35 minutos, y sin embargo se apodera de ti la sensación de que has escuchado mucha música, «demasiada» música en poco tiempo, y la sensación irrefrenable de volver a darle al play se apodera de tus manos: ya has caí­do, disfruta…

Un año después lo intentaron de nuevo, con un disco de aires más acústicos, en ocasiones latinos «a lo Carlos Santana» aunque sin llegar a esas cotas. Sufficiently Breathless (1973) es un gran disco, con muy buenos momentos, aunque un resultado global inferior, prefiero recordar a este grupo por su disco de debut, y punto.