Sala de Despelleje | Tokio Blues

Tokio-Blues-portadaDatos de interés:

  • Año de publicación: 1987
  • Autor: Haruki Murakami
  • Tí­tulo completo: Tokio Blues. Norwegian Wood
  • Idioma original: Japonés
  • Nº de páginas: 383
  • Nº de ejemplares vendidos hasta la fecha: Más de 4 millones de ejemplares
  • Lo que se dice: «Es un relato conmovedor y agridulce de una educación sentimental y de las pérdidas que implica toda maduración.»

Advertencia: En el proceso de despelleje se desvelan detalles importantes sobre la historia, personajes y situaciones. Los interesados en la lectura, por favor, absténganse de continuar y retomen esta sesión una vez finalizada la novela.

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Les Fleurs du Mal | Baudelaire

Charles Baudelaire

Hace 150 años Charles Baudelaire lograba publicar, en el Parí­s de Napoleón III, «Las Flores del Mal». Las autoridades competentes, representantes de la burguesí­a, el ejército y la iglesia católica, denunciaron la obra y consiguieron censurar 6 poemas, culpables de atentar, gravemente, contra la moral pública. Esta masa social dominante, amalgamada para hacer frente a las revoluciones del 48, ejercieron su poder modelando un mundo a su conveniencia, tras la prematura muerte de la II República francesa; Nos encontramos pues, a un Baudelaire de 36 años, inmerso en un mundo decadente y mezquino. 1857 fue también el año en el Flaubert publicó su «Madame Bovary», enfrentándose a los mismos cargos, a la misma hipocresí­a. En este contexto histórico debemos sumergirnos para realizar la lectura de este poemario.

«Todos los imbéciles de la burguesí­a que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterí­as me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca habí­a estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podí­an exhibirse públicamente semejantes indecencias.»

C. Baudelaire

La editorial Nórdica Libros ha realizado una selección de 58 poemas, que se presentan traducidos al castellano y en francés original, acompañados de las ilustraciones del artista belga Louis Joobs, para conmemorar la obra de Baudelaire en su 150 aniversario. La edición Van Bever ( Ed. Crès et Cie 1930), ha sido el punto de partida.

    índice

  • Spleen e Ideal …………… 36 poemas
  • Cuadros Parisinos ………. 5
  • Flores del Mal ……………. 3
  • La Muerte …………………. 2
  • Los Desechos ……………. 2, de los 6 poemas censurados en 1857
  • Nuevas Flores del Mal ….. 4

La lectura, pausada, nos conecta con un estado de ánimo, donde la armoní­a siempre aparece de la mano del caos; donde la belleza y la fealdad son una misma cosa; el placer se entiende como una maniobra de escapismo ante la realidad, insoportable. Me han gustado especialmente los poemas que tienen que ver con la naturaleza, aquellos sobre el mar y los bosques, que parecen dejarse llevar por una especie de culto pagano. Es en estos versos, donde encuentro al autor más liberado de ese constante sentimiento de culpa que atenaza el resto de su obra, tan influenciado por Poe, cuando la temática deriva hacia la muerte o los amores perdidos. Apreció una cierta fascinación por los viajes (Baudelaire realizó uno, que lo llevó durante 18 meses, entre 1841 y 1842, hasta los Mares del Sur), por lo exótico, por otros mundos que corren paralelos al nuestro y que solo descubriremos haciendo un esfuerzo personal de abstracción.

He recurrido a la lectura de algunos poemas de estética taoí­sta para comprender mejor el poema Elevación, mi favorito, y que recojo a continuación:

El propósito de las palabras
es trasmitir ideas.
Cuando las ideas se han comprendido
las palabras se olvidan.
¿Dónde puedo encontrar un hombre
que haya olvidado las palabras?
Con ése hombre me gustarí­a hablar.

Chuang-tzu

Desde hace poco conozco una profunda quietud.
Mi espí­ritu no se inquieta por nada en el mundo.
La brisa que viene del bosque levanta mi bufanda
La luna de la montaña brilla sobre mi arpa.
¿Me preguntáis la razón del éxito o del fracaso?
La canción del pescador se hunde en el rí­o.

Wang-Wei

Elevación

Por encima de los estanques, por encima de los valles,
de las montañas, de los bosques, de las nubes, de los mares,
más allá del sol, más allá del éter,
más allá de los confines de las esferas estrelladas,

espí­ritu mí­o, te mueves con agilidad,
y, cual buen nadador que se emociona con las olas,
surcas alegremente la inmensidad profunda
con inefable y masculina voluptuosidad.

Echa a volar muy lejos de estos miasmas mórbidos;
ve a purificarte en el aire superior,
y bebe, como un puro y divino licor,
el claro fuego que llena los espacios lí­mpidos.

Detrás de los tedios y las vastas penas
que con su peso entorpecen la brumosa existencia,
afortunado aquel que puede con un ala vigorosa
alzarse hacia los campos luminosos y apacibles;

él, cuyos pensamientos, como las alondras,
hacia los cielos alzan por la mañana un libre vuelo,
¡quien se eleva sobre la vida y entiende sin esfuerzo
el lenguaje de las flores y de las cosas mudas!

Élévation

Au-dessus des étangs, au-dessus des vallées,
Des montagnes, des bois, des nuages, des mers,
Par delí  le soleil, par delí  les éthers,
Par delí  les confins des sphères étoilées,
Mon esprit, tu te meus avec agilité,
Et, comme un bon nageur qui se pâme dans l´onde,
Tu sillonnes gaiement l´immensité profonde
Avec une indicible et mâle volupté.

Envole-toi bien loin des ces miasmes morbides,
Va te purifier dans l´air supérieur,
Et bois, comme une pure et divine liqueur,
Le feu clair qui remplit les espaces limpides.

Derrière les ennuis et les vastes chagrins
Qui chargent de leur poids l´existence brumeuse,
Heureux celiu qui peut d´une aile vigoureuse
S´élancer vers les champs lumineux et sereins;

Celui dont les pensers, comme des alouettes,
Vers les cieux le matin prennent un libre essor,
-Quin plane sur la vie et comprend sans effort
Le langage des fleurs et des choses muettes!

Mensab… je t’embrasse très très fort.

Imagen original Retrato de Baudelaire por Gustave Courbet 1848

El libro negro | Orhan Pamuk (1990)

estambul humo Golden Horn Istanbul

Tení­a tan solo 15 años cuando viajé a Estambul. El primer recuerdo que se me viene a la mente es la inmensa cúpula de Santa Sofí­a sobre mi cabeza, flanqueada en su base por impresionantes medallones en los que reza, «Alá es grande», y que ocultan la infiel iconografí­a herencia de la cristiana Constantinopla. Entré con los ojos cerrados, guiada por una compañera de viaje buscando aquella sensación soñada unos meses atrás, cuando en las clases de historia repasábamos fotografí­as de arte Bizantino, del que nuestro profesor era especialmente fanático. Cuando abrí­ los ojos y comprobé las dimensiones del edificio en el que me encontraba, comprendí­ la intención de sus constructores y pese a mi costumbre de racionalizarlo todo —ya a esa temprana edad me consideraba agnóstica— sentí­ ese empequeñecimiento del hombre ante lo divino, bajo esa cúpula que parece suspendida en el vací­o, y con ella, aquel que la mira. Y es que en una ciudad como Estambul es fácil sentirse abrumado constantemente.

Quizá haya mentido un poquito al evocar esa primera memoria, ya que si soy completamente sincera, lo primero que recuerdo es mi llegada a la ciudad. Un atardecer del mes de julio de 1987. Con la nariz pegada al cristal del autocar veí­a como la ciudad tomaba un color azulado, mientras que el sol, exhausto de tanto dar sin recibir nada a cambio, desaparecí­a por el horizonte. Los comerciantes arrastraban todo tipo de basura hacia los extremos de las calles donde posteriormente serí­a quemada. Así­, nada más bajar, me envolví­ la cabeza con un foulard rojo para contrarrestar el nauseabundo olor que me provocó una arcada. Esa fue mi verdadera primera experiencia en una ciudad a la que volverí­a a principios de los noventa, coincidiendo con la fecha de publicación de «El libro negro» y a la que volveré una vez más, tras su lectura.

Si decidimos acompañar al protagonista, Galip, tendremos que ayudarle a resolver un misterio recorriendo los aledaños del barrio de Galatasaray, entrando en el Pera Palace; callejearemos por el distrito europeo de Beyo¨glu y por ese laberinto donde todo se compra y se vende. Puede que Galip se parezca a esos hombres bigotudos de piel morena y ojos verdes, que te arrastran a sus negocios y te agasajan con te negro, fuerte, recién hecho. Esos hombres que tocaban el pelo amarillo de mi amiga, como si de oro hilado se tratase. Muchas mujeres de mediana edad caminaban embutidas dentro de oscuras gabardinas que las cubrí­an desde el cuello hasta un palmo por encima de los tobillos, con la cabeza cubierta con pañuelos, como las viejas de los pueblos, a las que todo el mundo llama tí­a. Todas con expresión ausente en el rostro.

Estambul, una ciudad construida capa a capa sobre lamentos y victorias. Mestiza, vieja, poblada de fantasmas que viven bajo las ruinas de civilizaciones marchitas, en edificios transformados, a base de añadir y ocultar.

¿Puede Estambul ser Estambul? ¿Podrán sus habitantes ser ellos mismos algún dí­a?

«El libro negro» es un complejo ejercicio literario, plagado de referencias, donde cualquier cosa puede ser una señal de un universo paralelo e invisible. Si creen que la cara es el espejo del alma, les interesará la técnica de los hurufí­es para descifrar las letras que Alá escribió en nuestros rostros; porque, mirando la cara de una persona, sabemos si su corazón es limpio, si alberga crueldad o compasión.

Las palabras pueden mentir, pueden hacernos más inteligentes, más simpáticos o más deseados a los ojos de los demás, pero cuando las palabras callan, cuando tenemos que enfrentarnos en silencio a nuestra propia existencia ya no hay engaño posible.

Ahora, pregúntate, lector… ¿Quieres ser tú mismo?

«Me miré al espejo y leí­ mi cara. El espejo era un mar silencioso y mi cara un papel pálido escrito con la tinta verde del mar. «¡Hijo, tienes la cara blanca como el papel!», decí­a tiempo atrás tu madre, tu hermosa madre, o sea, mi tí­a, cuando yo tení­a la mirada vací­a. Tení­a la mirada vací­a porque, sin saberlo, tení­a miedo de lo que estaba escrito en mi cara; tení­a la mirada vací­a porque tení­a miedo de no encontrarte donde te habí­a dejado. Donde te habí­a dejado, entre mesas viejas, sillas cansadas, pálidas lámparas, periódicos, cortinas y cigarrillos. En invierno la noche llegaba temprano, como la oscuridad. En cuanto oscurecí­a, en cuanto se cerraban las puertas, en cuanto se encendí­an las luces, yo pensaba en el rincón en el que te sentabas detrás de nuestra puerta: de pequeños en pisos distintos, de mayores al otro lado de la misma puerta.»

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Condenados a ser libres

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“Cuando se llega a cierta edad, uno deja de ser el protagonista de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones anteriores. Lo que uno ha sembrado fue creciendo subrepticiamente y de pronto estalla en una especie de selva que lo rodea por todas partes, y los dí­as se van nada más que en abrirse paso a golpes de machete, y nada más que para no ser asfixiado por la selva; pronto se descubre que la idea de practicar una salida es totalmente ilusoria, porque la selva se extiende con mayor rapidez que nuestro trabajo de desbrozamiento y sobre todo porque la idea misma de “salida† es incorrecta. No podemos salir porque al mismo tiempo no queremos salir, y no queremos salir porque sabemos que no hay hacia dónde salir, porque la selva es uno mismo, y una salida implicarí­a alguna clase de muerte o simplemente la muerte. Y si bien hubo un tiempo en que se podí­a morir cierta clase de muerte de apariencia inofensiva, hoy sabemos que aquellas muertes eran semillas que sembramos de esta selva que hoy somos.†

Estas palabras, escritas por Mario Levrero, y recogidas en El discurso vací­o, han hecho posible reunir en una sola propuesta de lectura 3 obras que nada tienen que ver desde el punto de vista formal o estilí­stico. Los autores provienen de culturas diferentes y su trayectoria no puede ser más dispar, pero, el destilado final de sus pensamientos, hunde sus raí­ces en la perplejidad, la duda y lo absurdo de la existencia humana. Simplemente son hijos del siglo XX.

No resulta nada original recomendar el periodo estival para leer. Normalmente, desde las gacetillas se intenta vender el concepto de “lectura refrescante†: libros de viajes, best-sellers de 900 páginas que prometen diversión esotérico-medieval, tramas románticas con las que “no podrás parar hasta la última página† y que se resuelven a borbotones, dejando al lector harto, saturado y de alguna extraña forma, satisfecho. La historia termina y todo vuelve a estar dónde estaba, es decir, la base del melodrama. Todo esto es muy loable, pero, partiendo del supuesto de que la lectura es el acto más anárquico que uno puede llevar a cabo, les incitamos a saltar del teatro a la novela, de la sencilla mirada interior de un diario a los diálogos hechos para compartir en voz alta, de la descripción a la introspección, según más les plazca.

Si bien hemos comenzado con la premisa de Levrero, continuaremos con una obra de teatro dramática, como no, de Albert Camus. El malentendido es una pieza teatral en tres actos que gira entorno al pasado que acecha, el crimen y las esperanzas marchitas. Se representó por vez primera en 1944, dirigida por Marcel Herrand y la trama discurre en una triste pensión regentada por madre e hija.
Cuando la lectura de una obra dramática nos impacta no es por las puertas que cierra, sino por las que deja entreabiertas.

“Incluso en las obras más racionales, el elemento que tiene la capacidad de conmovernos no es el elemento racional ni el polémico, sino el mí­tico. Lo que importa son los conflictos sin resolver, no los resueltos. Eso lo vemos en nuestra sociedad cada dí­a y en la decadencia de distintos mecanismos: el gobierno, la religión, el teatro. Los hemos visto deteriorarse y convertirse en organizaciones racionales, y cada uno piensa que su finalidad es la misma: determinar por medio de la razón qué está bien y luego hacerlo. Así­ que la sociedad acaba convertida en una maldita ciénaga†.

David Mamet. Dramaturgo

Continuando con un estadounidense, nos acercamos a la figura literaria del prolí­fico Philip Roth, a través de la novela La Mancha Humana. Espero que no hayan visto la pelí­cula ya que en ese caso se perderí­an el placer de descubrir palabra a palabra, con el alma en vilo, una trama levantada con oficio y sobre unos personajes complejos, perdidos, asustados. La prosa de Roth nos lleva en volandas a 1998, el año del impeachment al Presidente Clinton y nos deja caer en la vida de Coleman Silk, héroe y villano, un hombre que se devora a si mismo, protagonista de una gran mascarada que no es más que el reflejo de la propia sociedad norteamericana.

Volvemos al principio, a las palabras de Mario Levrero que son el epí­logo de El discurso vací­o, donde el autor intenta realizar un ejercicio caligráfico diario que le ayude a superar sus problemas. Lo que al principio no es más que una simple tarea vací­a de contenido, termina siendo el lugar donde el protagonista vuelca sus sentimientos, sus sueños, sus debilidades.

¿Realmente somos libres para sobrevivir a nuestras decisiones?

  1. El discurso vací­oMario Levrero
    Publicado por Caballo de Troya
  2. El malentendidoAlbert Camus
    Publicado por Alianza editorial.
    Biblioteca Camus
  3. La Mancha HumanaPhilip Roth
    Publicado por Vintage 2001
  4. Conversaciones con David MametLeslie Kane
    Trayectos
    Publicado por Alba editorial

Enlaces relacionados »

    [Mario Levrero | Wikipedia]
    [Albert Camus | Wikipedia]
    [Philip Roth | Wikipedia]
    [David Mamet | Wikipedia]
     

Esti Kornél | Dezsö Kosztolányi (1933)

Budapest de noche

Editada por fin en español, Kornél Esti. Un héroe de su tiempo, nos propone acompañar a su protagonista en una serie de peripecias entre lo real y lo soñado, que tienen lugar en el Budapest de entreguerras.
Con la excusa de escribir un libro, el narrador recurre a un amigo de la juventud, un poeta bohemio que vive a salto de mata, para que le cuente sus experiencias personales, los recuerdos de la niñez, los viajes, sus meditaciones sobre la vida, la poesí­a, el amor y sobre todo, los encuentros inesperados con otros personajes a cual más insólito.
La novela nos pasea por la ciudad, nos lleva en tren y en tranví­a; nos sienta en un café de la época, donde jóvenes poetas pasan las horas fumando, discutiendo e intentando escribir algo con lo que ganar unos billetes y sufragar los gastos del dí­a. Cafés cargados de humo, bulliciosos, tan similares a los cafetines madrileños que frecuentaba Max Estrella; el Antiguo Café y Botillerí­a de Pombo, el Ateneo de Madrid, el Café de la Montaña o el Café de Levante. Locales donde las mesas de mármol son lápidas montadas en unos pies de hierro y se puede leer el nombre de los muertos pasando los dedos por debajo, sin mirar.

El Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias.

Ramón Marí­a del Valle-Inclán

La prosa tranquila de Kosztolányi nos adentra en una cadena de sucesos extraños, anécdotas surrealistas y cercanas, extraí­das de un mundo oní­rico influenciado tanto por el psicoanálisis como por el relato fantástico.
Dezsö Kosztolányi, conocí­a a la perfección diez lenguas, se ganó la vida como periodista y traductor de Baudelaire, Goethe, Wilde o Rilke entre otros autores clásicos; en su forma de narrar se descubre su gusto por las palabras y plantea una gran pregunta:

¿Qué vale el hombre sin el poeta, qué vale el poeta sin el hombre?

Ha entrado Berta, la muchacha que vende el pan. Le he comprado un panecillo y la he besado en los labios. Un segundo antes no abrigaba la menor sospecha de que iba a actuar de ese modo. Ella tampoco. En eso, precisamente, reside la belleza del acto. Ese beso no obedecí­a a los designios de nadie. De lo contrario, desembocarí­a en matrimonio, acarrearí­a obligaciones, amargura y sinsabores. Las guerras y las revoluciones también están organizadas, y por eso resultan tan deplorablemente repugnantes y viles. Una pelea callejera, un ardiente crimen pasional, una carnicerí­a familiar poseen un toque mucho más humano. A la literatura también la matan la organización, el amiguí­simo, los premios, las crí­ticas que constan de “unas cuantas lí­neas amables† sobre el mayor estúpido. Pero un escritor que, sentado a un velador colocado al lado del aseo de la cafeterí­a, garabatea poemas que jamás saldrán a la luz es siempre un santo. Los ejemplos prueban que quienes han conducido a la humanidad a las mayores desgracias, matanzas e inmundicias siempre han sido los que se entusiasman con la polí­tica, los que se toman en serio su misión, los que trasnochan, trabajando con ardor y honor, y en cambio los benefactores de la humanidad han sido los que sólo se ocupan de sus asuntos personales, los que desatienden su deber, los indiferentes, los durmientes. El problema no reside en que el mundo esté gobernado con escasa sabidurí­a, sino en que esté gobernado.

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    [Biografí­a de Kosztolányi en la wiki]