Esti Kornél | Dezsö Kosztolányi (1933)

Budapest de noche

Editada por fin en español, Kornél Esti. Un héroe de su tiempo, nos propone acompañar a su protagonista en una serie de peripecias entre lo real y lo soñado, que tienen lugar en el Budapest de entreguerras.
Con la excusa de escribir un libro, el narrador recurre a un amigo de la juventud, un poeta bohemio que vive a salto de mata, para que le cuente sus experiencias personales, los recuerdos de la niñez, los viajes, sus meditaciones sobre la vida, la poesí­a, el amor y sobre todo, los encuentros inesperados con otros personajes a cual más insólito.
La novela nos pasea por la ciudad, nos lleva en tren y en tranví­a; nos sienta en un café de la época, donde jóvenes poetas pasan las horas fumando, discutiendo e intentando escribir algo con lo que ganar unos billetes y sufragar los gastos del dí­a. Cafés cargados de humo, bulliciosos, tan similares a los cafetines madrileños que frecuentaba Max Estrella; el Antiguo Café y Botillerí­a de Pombo, el Ateneo de Madrid, el Café de la Montaña o el Café de Levante. Locales donde las mesas de mármol son lápidas montadas en unos pies de hierro y se puede leer el nombre de los muertos pasando los dedos por debajo, sin mirar.

El Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias.

Ramón Marí­a del Valle-Inclán

La prosa tranquila de Kosztolányi nos adentra en una cadena de sucesos extraños, anécdotas surrealistas y cercanas, extraí­das de un mundo oní­rico influenciado tanto por el psicoanálisis como por el relato fantástico.
Dezsö Kosztolányi, conocí­a a la perfección diez lenguas, se ganó la vida como periodista y traductor de Baudelaire, Goethe, Wilde o Rilke entre otros autores clásicos; en su forma de narrar se descubre su gusto por las palabras y plantea una gran pregunta:

¿Qué vale el hombre sin el poeta, qué vale el poeta sin el hombre?

Ha entrado Berta, la muchacha que vende el pan. Le he comprado un panecillo y la he besado en los labios. Un segundo antes no abrigaba la menor sospecha de que iba a actuar de ese modo. Ella tampoco. En eso, precisamente, reside la belleza del acto. Ese beso no obedecí­a a los designios de nadie. De lo contrario, desembocarí­a en matrimonio, acarrearí­a obligaciones, amargura y sinsabores. Las guerras y las revoluciones también están organizadas, y por eso resultan tan deplorablemente repugnantes y viles. Una pelea callejera, un ardiente crimen pasional, una carnicerí­a familiar poseen un toque mucho más humano. A la literatura también la matan la organización, el amiguí­simo, los premios, las crí­ticas que constan de “unas cuantas lí­neas amables† sobre el mayor estúpido. Pero un escritor que, sentado a un velador colocado al lado del aseo de la cafeterí­a, garabatea poemas que jamás saldrán a la luz es siempre un santo. Los ejemplos prueban que quienes han conducido a la humanidad a las mayores desgracias, matanzas e inmundicias siempre han sido los que se entusiasman con la polí­tica, los que se toman en serio su misión, los que trasnochan, trabajando con ardor y honor, y en cambio los benefactores de la humanidad han sido los que sólo se ocupan de sus asuntos personales, los que desatienden su deber, los indiferentes, los durmientes. El problema no reside en que el mundo esté gobernado con escasa sabidurí­a, sino en que esté gobernado.

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    [Biografí­a de Kosztolányi en la wiki]