Cambio de aspecto de bruto. Espero que os guste.
The Black Crowes 2009 – Before the frost… Until the freeze
Más de lo mismo. Sí. Pero esta vez en plan de verdad (“rancio† incluso, como me dijo una vez alguien). Para todos los que nos engatusaron los cuervos hace ya más de 10 tacos, y luego nos defraudaron (hay que recordar “By your side† y “Lions†?; aunque hasta incluso esos discos me gustaron), el repunte que supuso “Warpaint† (2008) nos colocó en una agradable incertidumbre: la del “ahora qué†. Pues bien, ahora más y mejor. Se nota que, tras la reunificación de la hermandad Robinson, han chupado carretera y escenarios, y aquí está el resultado, con sorpresa: a la venta ha salido un CD (“Before de frost…† —reminiscencias dylanianas para quien las quiera ver— presentación austera como su puta madre) y en su interior hay una tarjetita con un código para descargarte el otro disco en la página web del grupo, “…Until de freeze†. Grabados en estudio… con público. Una delicia. Para disfrutar dejándote llevar lánguidamente con una cerveza en la mano…
Hace poco (algunos lo recordarán) disfrutamos de una gran celebración en tierras sardas donde a alguien se le ocurrió pinchar “Hard to handle† a toda pastilla (bueno, en realidad muchos no se enteraron), el otro día atronó el aleatorio del iPod con “Sometimes salvation† y ésta misma tarde un amigo me comentó que lo último de los Crowes estaba muy bien; un par de pasadas por los discos no han hecho más que corroborarlo…
…más de lo mismo, sí, pero es cojonudo.
Thanks a lot, Bird.
Felicidades J.
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Antonio Lobo Antunes | El orden natural de las cosas
Hace bastante tiempo que lo tenía en el punto de mira, en la inestable bandeja de “pendiente†, recomendado por un amigo de inevitable procedencia lusa, con el que comentaba obras de Torga y Saramago (el gran e inimitable Torga y el repetido y buen Saramago). Literatura portuguesa. Tan cercana, y sin embargo, tan (injustamente) olvidada. Y Lobo Antunes era una incógnita. Ahora es una realidad: mejor que Saramago, muy superior, alcanzando las altas cotas narrativas de Torga…
Empecé por “Tratado de las pasiones del alma» (1990) y quedé sorprendido por esa manera de narrar, algo densa pero embriagadora y tremendamente adictiva, sospechosamente nostálgica y absolutamente lúcida. Conforme leía me embargaban sensaciones que me recordaron mis primeras lecturas del Jinete Polaco o Maqrol el Gaviero, aunque con un tinte más dramático, incluso lúgubre, junto con escenas de humor dolorosamente hilarantes. Probablemente sus años de trabajo como médico y psiquiatra tienen mucho que ver en su estilo y en su manera de ver las cosas, su saber estar ante el dolor y la manera de trasmitirlo…
Y ahora todo se confirma tras la lectura detenida de “El orden natural de las cosas» (1992), saboreando cada capítulo, engarzando los distintos hilos argumentales en uno solo, diez voces monologando sobre la muerte, que se entrelazan en historias personales y delirios de locura, pasión, amor o soledad, y que se hunden debajo de ese olor a muerte que parece venir no solo de la pluma del narrador, sino también de los vientos que soplan en Portugal, un mundo lleno de cigüeñas que parecen llevar malos presagios, campos donde se esconden secretos que son revelados por la mano finísima y el escalpelo implacable de Lobo Antunes. Un diálogo de alguien que nos obliga a oír aunque no estemos acostumbrados a ello.
Literatura intensa, a veces difícil, a menudo desasosegante, tremendamente recomendable.
¿Quién cantará en su funeral?
Escrito Originalmente por Dr Babinsky supongo
La sin razón y el miedo se apoderan de nuestras mentes. Nuestros tímpanos más que vibrar tiemblan aterrorizados cuando las ondas sonoras de la palabra crisis los golpean. Nuestros cerebros responden aturdidos en una marea eléctrica. Los banqueros atiborrados y opulentos ven mermar sus ingresos, esos que han ido consiguiendo con el arduo trabajo que supone subir hipotecas, crear miles de porcentajes sin sentido para obtener comisiones, enfrascados en el juego de yo te vendo tu me compras y así les sacamos el dinero. Y en ese estado de frenesí vieron el nacimiento de un agujero negro. Un centro de gravedad que todo lo atrae y lo concentra en un punto, un centro de gravedad etéreo y maldito que se queda con sus millones. Un agujero negro creado por ellos como resultado del torbellino del cambio imaginario de dinero y así como por arte de magia se hizo real. Se ha hecho poderoso, temible. Preludio apocalíptico del fin del mundo, del fin de su mundo. Han comenzado a gritar como pusilánimes quinceañeras a las que un hermano travieso ha dejado deslizar una lagartija por su espalda. Gritando a coro la tan temible palabra, crisis. Histéricos, aterrorizados exigen a los gobiernos fondos para mantenerse, para salir de su crisis.
La sin razón y el miedo se apoderan de nuestras mentes. Nuestras narices respiran aterrorizas a través de mascarillas de papel temiendo el aire impregnado de la gran pandemia de gripe. La fina separación entre nuestras fosas nasales y nuestro cerebro no nos protege. Esa gripe de las mil caras y los mil nombres inadecuados: porcina, Norteamericana, nueva gripe, gripe A (H1N1). Esa gripe fatal y destructora provoca reblandecimiento cerebral, tos, mocos y estornudos. Hasta la fecha el terrible número de unos 119.000 casos y 627 muertes confirmadas nos adelantan nuestro inevitable final. Histéricos y aterrorizados porque son más los casos, porque son más las muertes, porque no existen fronteras para este virus.
La sin razón y el miedo se apoderan de nuestras mentes. Nuestros ojos reciben a través del televisor de pantalla plana las imágenes de un ataúd de oro y miles de personas que lloran, cantan y bailan la muerte de un artista, de un Rey, del Rey del Pop. Imágenes que hacen sentir a nuestra mente la inevitable realidad de la muerte. Triste se nos anticipan la imagen de nuestra propia muerte, y la de nuestro funeral. Compungidos y temeros cual niños ante la sombra que acecha en el armario de nuestro cuarto solitario y oscuro luchamos contra la imagen del fin. Si él muere, ¿quién no morirá?
Nuestros sentidos añoran las noticias inocentes, justificadas, que no creemos, que nos generan dudas, a las que se habían acomodado. Esas realidades que atraviesan nuestros oídos, que no olemos, que no impregnan nuestras retinas. Imágenes de 852 millones de personas desnutridas, emitidas por organismos poco rigurosos como la FAO, imágenes de 25.000 muertos diarios de hambre, imágenes de 6 millones de niños que mueren al año de hambre. Tímpanos endurecidos para ondas sonoras que traduzcan SIDA, que suenen a 33 millones de infectados, 2 millones de muertos en al año 2007, 2.7 millones de nuevas infecciones. Narices que no van a oler al mosquito Anopheles, ni el sudor que emana de la fiebre que provoca la malaria. Para ella existe frontera, la imponen el dinero y los trópicos. Narices que no olfatean la amenaza a la que está expuesta el 40% de la población mundial, que no huelen el sudor de las fiebres que sufrirán 500 millones de personas al año ni el hedor de la muerte de 1 millón de personas al año que provoca el mal aire. Datos relativos, llevados tremendistamente a la categoría de pandemias por la Organización Mundial de la Salud.
¿Dónde enterramos la razón? ¿En qué ataúd de oro amortajamos al sentido común? ¿Cuándo llegó la crisis, si es que alguna vez se fue? ¿Por qué una muerte es más que otra? ¿Cuál es la diferencia según la causa de la muerte?
Cuando alguien muere algo se pierde en la humanidad, pero resiste. Cuando perdemos la razón, los sentimientos, la esencia del ser humano, la humanidad es la que está muerta. ¿Quién cantará en su funeral?