Los ciclos de la vida son breves. Hace unas semanas que ya es primavera. Lo noto en el aire, en las narices rojas que estornudan su alergia en el autobús, en la ropa que mengua y luce la carne desgranada, en el vuelo de las abejas, en el canto de esas ranas de la acequia, en el aire inquieto que zumba dentro del hueco del roble de la plaza, en la telaraña que atrapó las primeras gotas del día, en las huellas que dejan distraídos los gorriones de mi terraza, en cómo avanza inexorable el año por las confusas estrellas y hasta en la trémula hierba bufada por las fauces de un león silencioso que teme una estampida en algún lugar de ífrica.
El viento vuelve a llamar a las aves para que vengan a buscarte. Sin embargo algunas no saben aún si llegan o es que acaban de irse contigo. Antes distinguían de lejos las aldeas, los lagos, los palacios, las arboledas, pero ahora parece que naufragan en el tenue brillo de unas cenizas al atardecer, en la hora de la quema, cuando las serpientes abandonan su piel sobre piedras calizas sin tallar. Hipnotizan las ramas con sus puntos de luz diminuta, duplicando la imagen de los antiguos huertos donde aún se oye madurar la fruta. Bien entrada la noche la ciudad parece oler a polvo y ganado, pero la distancia con lo cierto es insalvable. Mis sentidos se confunden al cerrar los ojos y ver de nuevo el campo. El asfalto es estéril, de la zarza frustrada es difícil rescatar un canto vivo.
Sin embargo, en esta primavera, me he dado cuenta de que no hay solo soledad, que algunas yemas están prietas y deseando abrirse y reventar al mundo que siempre espera su ciclo. El almíbar de una secreta metamorfosis se hace fuerte en tus ojos y veo como las penas de garganta irritada se deslizan en una barca que navega perezosa hasta el final del río y el valle. Un cerezo puede ser el símbolo de una noche con media luna, de un espacio en la sombra. La luz corteja al que espera. Un muslo acariciando una mejilla es lo más parecido a la quietud del corazón de Hércules. A veces el orden del universo es simple y la armonía la definición del bien.
La primavera envilece los caóticos deseos de la naturaleza. La actitud del mundo es cruel y por eso es imposible envejecer sin volverse loco, envejecer en la propia patria, lejos de guerras y crucifixiones. La actitud lo es todo siempre, pero ahora admiro la quietud. La quietud de esta insomne primavera que mezcla la palidez de unos huesos con la sangre cálida de un pájaro. La elipse de vida y espanto. Un hombre desnudo espera plantando semillas de árboles en las llanuras de lo infinito mientras al otro lado la muerte espera en los ojos inmóviles de un hombre sin latido. El azar está lleno de tumbas. La actitud lo es todo. La actitud.
La erosión de la tierra sigue constante, sin despeinar las gavillas del campo, mostrando mellas en la noche del que reinventa con tus ojos el alfabeto, desenterrando pétalos de historia dormida. La actitud bordea el cielo. La espera se hace un tálamo de verde noche en tu vientre. Parada. La primavera ha llegado otra vez, pero quizá demasiado tarde.
“El tiempo gira como un torno
la indiferente y venturosa primavera
salva almas, semillas y esclavos dormidos
sombría primavera
en el siniestro susurrante deseo humano
palabras dichas por dos lenguas enlazadas
unión sibilante la serpiente de Eva
las estrellas avanzan
dos cuerpos desnudos brincan
entre incorpóreos árboles de Navidad
resplandecientes como abejas y capullos de rosas
el fuego se vuelve lluvia de polvo
los labios descansan, sonríen y duermen
el fuego arrasa el hogar de la sangre
en lejanas estrellas dobles y rojas
encadenados validan sus últimos deseos.†Kenneth Rexroth, de Natural Numbers, 1964
Siempre vuestro, Dr J.
Dedicado a N (28.abril.2010)