MUERTE S.A. Informa a sus Accionistas

nota de prensa

Con motivo del fallecimiento de Augusto Pinochet†, hemos decido amortizar (suprimir por considerarlos innecesarios, empleos o plazas vacantes en una institución pública o empresa privada) la plaza de Supervisor Delegado Ejecutivo de nuestra empresa en Chile.

Augusto desempeñó la función asignada por nuestra empresa desde 1973 a 1990 con esmero, siendo sus datos los mejores obtenidos por nuestra compañí­a en el cono Sur durante ese periodo: Casi 5.000 muertos o desaparecidos y más de 30.000 torturados.

Del latrocinio no nos hacemos responsables, debido a que esa función la desempeñaba para la multinacional, ESTAFA S.A.

Pese a la supresión de la plaza chilena, recordamos que nuestra empresa aún tiene delegaciones activas y repartidas por todo el mundo: Cuba, Sierra Leona, Liberia, Chechenia, Lí­bano, etc.

Recordamos a nuestros accionistas que contamos con el auspicio y abastecimiento (de armas) in aeternum de EE.UU., Rusia, Inglaterra, China, Israel, Francia, para el correcto desarrollo de nuestra labor.

Querido Augusto desde MUERTE S.A. te despedimos; te «recordaremos» como ese gran hijo de puta que fuiste y te decimos:

Bienvenido al club de los muertos, cabrón.

Salsaludos fargo.

Johnny Cash | At Folsom Prison (1968)

johnny-cash.jpg

Una de mis postreras debilidades… acrecentadas inevitablemente éste verano con la visualización de la pelí­cula «En la cuerda floja»; sencillamente fue un estí­mulo importante, casi definitivo, que hizo que deambulara por las calles arrasadas por el sol tarareando alguna de éstas canciones inolvidables.

Parafraseando cierta canción, «la escena era concreta…», situémonos en el momento: un Johnny Cash a la vuelta de casi todo, prácticamente agotado, sin rumbo, adicto al cóctel estimulantes/tranquilizantes; decide repentinamente (realmente serí­a la cantidad de correspondencia que le llegaba de allí­? serí­a una fijación? un anhelo?) dar un concierto en la prisión de Folsom y grabarlo y sacarlo como disco, con el correspondiente recelo de la casa Columbia, teniendo en cuenta las corrientes musicales de la época, a saber: ése año vieron la luz discos como «el blanco» de los Beatles, Electric Ladyland de Hendrix (ufff), Beggar’s banquet de los Stones, el Village Green de los Kinks (jeje) así­ como joyas escondidas de la talla de «The family that play together» de Spirit (uno de los mejores discos de la historia…) o el Mr. Fantasy de Traffic; también salieron grandes discos en directo, como el Super Session (Bloomfield-Kooper-Stills) o el Live at the Apollo de Mr. Brown (aaaaaamen). Y en ése preciso momento llega el amigo Cash para menear la música country por el forro, pasada por la trituradora, y rodeado de presos.

johnny-cash1.jpg

El repertorio de canciones, en fin, abrumador, aunque creo que es lo de menos, gracias a la interacción que logra con ése público tan particular. Pero desde la inicial Folsom Prison Blues, pasando por la estremecedora Dark as the Dungeon y la irresistible I Still Miss Someone (un minuto y medio en el que se dice casi todo…) para arrasar con la alocada Cocaine Blues la genial 25 minutes to go. Y así­ uno tras otro, los temas se suceden entre comentarios de Cash con los presidiarios: sobre la vida, el amor y la ley, sobre el sentido de hacer las cosas de una determinada manera, dejando a otros la decisión de juzgar lo que está bien o mal.

johnny-cash-phoenix.jpg

Precisamente es éste concierto el punto de partida de la pelí­cula-revisión de la vida y obra de Johnny Cash, En la cuerda floja, muy acertada en sus retratos (un Joaquin Phoenix realmente deslumbrante…)

Poco después de éste directo, vendrí­a su continuación, quizás para desmontar aquéllo de «segundas partes nunca fueron buenas…» (pues sí­), en la histórica prisión de «San Quintí­n», un concierto posiblemente más redondo y pulido, pero menos crudo y desesperado…en fin, que opinen los oyentes.

No soy un seguidor del country, de hecho puedo decir que nunca me ha gustado, salvo Gram Parsons, pero éstos directos tienen su sitio en mi iPod, y suenan a menudo…

Libro del anhelo. Paraí­so.

Últimas luces del paraí­soHe mitigado el dolor con el silencio. La oración es un vómito de expresiones vací­as, si tú no estás. Pestañas de sal a cien metros de un beso. Tu indecoroso destierro a cien metros del paraí­so. Llueven corazones de manzana en las calles del desvelo. La humillación deja frutas por pudrir, y se parece cada dí­a más a la renuncia de los sentidos. No me comprendas, aparta de tus dí­as esa atroz soledad y ámame sin remilgos. Obedece al destino de los dátiles a cien metros del sufrimiento de los aún por derrotar. El amor de los vencidos queda a cien metros del paraí­so. Cómodo en tu abrazo, bebo a tragos largos el veneno de una muerte. Doncellas que preparan comida frí­a, han mutilado su experiencia por falta de propósito. Aunque tus músculos predicen el futuro de tu carne, hace tiempo que escogiste el camino de la ansiedad. Aún puedes reclamar tu tiempo en esa oficina que queda a cien metros del paraí­so. Me sitúo frente a una estatua de cera con los pantalones bajados hasta los tobillos, con dengues hago asco a las comidas. El vino calma mi frí­o y mi vergüenza, pero no detiene las lágrimas que brotan insolentes de mi anómalo ombligo. Como un indio viejo y ciego que mira la radio, ya no busco mi libertad sino tu consuelo. Paraí­so de Paz ImaginarioNo mi soledad, sino tu compañí­a. No el paraí­so, sino el paraí­so contigo. Una vez elegido lo que queda, somos ángeles sordomudos con experiencias suicidas, con muñones en la espalda donde hubo frágiles alas que empezaban a pesar. Aprendimos a rodar por caminos estrechos de luna y carbón. Cuando llueve no sólo se mojan las calles. En doctrinas perdidas hace tiempo, contemplo la lluvia. El que contempla, a veces sonrí­e y casi siempre calla. Las palabras derriten los sentidos. La noche es un accidente. Las urgencias permiten batallas de huevos, consuelan heridas mal curadas que terminan por matar, y confunden lunares oscuros con sarcomas de Kaposi. Se acaban las reservas de manzanas. Las algas no nutren como la carne. Los cí­rculos de tiza que encerraban a la bestia, ya se han borrado bajo esta incesante lluvia. Y la lluvia no cesa a cien metros del paraí­so. Alguien nacerá para terminar lo que tú no has hecho.

He visto al viejo Cohen, empalmado bajo nueve kilos de ropa zen. Se ha despojado de todo lo bueno y de todo lo malo, ha abandonado el paraí­so. Se ha alejado de la virtud por un bocado de comida recalentada. Busca un trago de güisqui con sentimiento. Duda de si mismo, pero no de su poesí­a. Hace la guerra a la paz vestido de superman. Toma café con el poeta que vio su futuro en el fondo del rí­o. Del brazo de Henry sale en busca de unas nuevas faldas que levantar, de unas nuevas caderas que le hagan llorar de emoción en medio de tantas horas muertas. Pero esta vez está más lento y triste que nunca. Anda perdido en su libro del anhelo, a cien metros del paraí­so.

Partido el árbol, astillado a mitad del tronco, las manzanas están esparcidas por el suelo. Un agujero de reptil aún se esconde entre las raí­ces.

“EL LIBRO DEL ANHELO (fragmento):

… Mi página estaba demasiado blanca
Mi tinta era demasiado fina
El dí­a no escribí­a
Lo que la noche anotaba

Mi animal aúlla
Mi ángel está preocupado
Pero no se me permite
Queja alguna

Porque alguien hará uso
De lo que no pude ser
Mi corazón será suyo
Impersonalmente

Avanzará por el sendero
Verá lo que quiero decir
Mi voluntad partida en dos
Y la libertad en medio…

…Entonces ella nacerá
Para alguien como tú
Lo que nadie ha hecho
Ella continuará

Sé que ya se acerca
Sé que mirará
Y ése es el anhelo
Y éste es el libro†

Leonard Cohen

Libro del anhelo

P.D.- Gracias a C. por regalarme el libro en esas horas urgentes de Madrid. Por enseñarme a amar la fragilidad de cada dí­a.

Siempre vuestro Dr. J.

    [Imagen 1» «Últimas luces del paraí­so» Héctor Viola]
    [Imagen 2» «Paraí­so de Paz Imaginario» de Qiu Ying (1493-1560)]
    [Imagen 3» dibujo de L. Cohen, del Libro del anhelo]
     

La Enfermedad del Dr. J.

HigeaLlevo veintidós horas sin dormir. Veintidós horas viendo enfermos. La fiebre de hoy aún no se ha ido.

Acabo de ver morir a mi último paciente. Neumoní­a nosocomial en un hombre inmunodeprimido. Sólo me dio tiempo de ayudarle a morir con unas dosis de la hermana morfina. El cansancio hace mella en estas horas inciertas donde la noche se sutura con las primeras luces de la mañana. Dónde estás tú que no te veo, con mis arterias palpitantes de ceguera, dónde estás que no te tengo, dónde para abrigarme con uno de tus abrazos. Mi mano en la frente de O… que tragaba el oxí­geno administrado mediante una trompa de plástico. Con todos sus músculos luchaba por comerse el aire, hasta que se agotó. Mi mano tendida al dolor en estas horas urgentes de entretiempos, en esta atalaya ficticia del insomnio atroz. Dormir no es la prioridad. Cómo me gustarí­a verte ahora tan guapa. Poner nuevo rumbo a la médula de tus besos, en medio de nuestro mar de dudas. Casi todo el mundo cree que merece más de lo que tiene, pero hay hombres que se parecen más a una almeja que a sí­ mismos.

Cansado firmo el parte de defunción, con la rutina del que se ha acostumbrado a ver muertos, a disecar cadáveres con la pulcritud de un diagnóstico infame. Si vuelves voy a desnudarme, voy a quitarte la ropa despacio antes de quedarnos a oscuras. El sudario es de plástico blanco, pero no esconde los rasgos afilados de la muerte en su cara. La boca a medio cerrar, los ojitos cerrados, las manos que dejan de acariciar. Los labios que dejan de besar. Los pies que hace semanas no pisan el suelo, envueltos en el blanco monocromo y postrero de un mundo que deja de avanzar. Es incierto el aire que mis manos no atrapan. Arrugo el tiempo de esta noche que se acaba. No te rindas me dice alguien que no veo. Las luces de la caleta son luciérnagas borrachas que añoran la luz del mediodí­a.

Las tres GorgonasEl celador se lleva el cuerpo, la familia le sigue con la cabeza agachada, buscando el hombro del hermano que hací­a tiempo no abrazaba. Se cierran las puertas del ascensor que baja al lugar donde se juntan los cadáveres. Camillas frí­as de futuros esqueletos. Los encargados del turno de limpieza se desperezan para hacer de nuevo la cama. Se limpian las sábanas recién sudadas, se limpia la cama recién abandonada, se limpian los cristales y las ventanas se abren por si el alma quiere escapar. La enfermedad se contagia, se agazapa, se arrincona y arremete en el momento más inoportuno. Dónde voy yo, adónde te fuiste tú. Perdido por esas calles de piedra carmesí­, con tu nombre mordido en mi hombro. Palidecen algunos gramos de levedad. Las horas se suceden y aquí­ no ha pasado nada. Yo observo insomne el trasiego de fregonas y batas. Un nuevo enfermo espera para descansar en la misma cama. La gente termina sus turnos, yo no termino de dormir. Luego a pasar planta. Luego a casa. A la compañí­a de mi casa en soledad. Coltrane me mira intrigado. Dónde estarás tomando café, a quién le sonreirás. Salgo a gastar mi sueldo en libros que digan cómo continuar, cómo aprender a perder una y otra vez, bajo la lluvia con maletas de cartón pintadas de betún. Sin un te quiero, te quiero, pero no quiero que me quieras demasiado. Cuatro horas de ruinas y despeños. Hay cristales rotos de vino ácido crujiendo entre mis dientes de animal. Las ranas que saltan sobre la luna han aprendido a predecir los diluvios, pero los charcos no sólo se forman de lluvia. Te recuerdo sin saber que con uno de tus besos se puede fundar una ciudad.

El entierro es un dí­a y medio más tarde. Cremación o enterramiento. Cenizas o polvo. Nunca como ahora me habí­a dado tanta cuenta de que mis dí­as están ya más que contados. Eres la provincia que quiero conquistar en pro de un merecido descanso. Robo aspirinas para bajar la fiebre y poder seguir escribiendo las dudas de mi tesis. Versos de guardia y cigarros mal liados a las seis de la mañana. Robo aspirinas aunque se que no voy a sanar. La herida se desangra por el vuelo valiente de tu falda. La esquela mancha una página del periódico. La familia añora y agradece. Mañana volveré aquí­. Mañana me aseguraré de que nada vuelva a empezar, y con toda mi falta de voluntad cerraré todas las puertas que llevan a ti. Pero entre la nada y el dolor, yo escogí­ nuestro dolor.

Martin Winckler publicó en 1999 «La enfermedad de Sachs», que fue llevada al cine por Michel Deville con el tí­tulo de «Las confesiones del doctor Sachs». Este libro relata la supervivencia de un médico de familia francés en la época actual, entremezclando sus pensamientos, sus recuerdos, las historias de sus pacientes, su vocación y su lealtad a una medicina que ama y odia. Su lectura me conmovió y me animó a seguir adelante en ciertos difí­ciles momentos. No sé porqué he escogido la iconografí­a de Klimt para acompañar el texto, pero así­ se queda.

Siempre vuestro, Dr. J.

Enlaces relacionados »

    [Cuadro 1 Higea: Medicina | Gustav Klimt]
    [Cuadro 2 Las tres Gorgonas: La Enfermedad, La Locura y La Muerte | Gustav Klimt]
    [Gustav Klimt | Wikipedia]