Unos opinan, otros tienen palabra

terraza con vistasSiempre que mi amigo Fernando plasma palabras en un papel, tomo mi vaso de vino, y me siento a reconfortarme en la sorpresa…

Es una maravilla el subjetivismo en la contemplación de dunas en un atardecer intoxicado de preguntas y vid: donde unos ven desconchamiento, otros ven animales sí­mbolos y arcanos patrí­sticos patagnósticos…
Es maravilloso: elimina toda mezquindad del raciocinio.
Conocer gente que tiene palabra anómala, y puede dar un sentido a la ausencia apofática plenamente amoroso.
Pero Porete también estaba enamorada de quien no podí­a.
Hay que ser generoso y agradecido con la providencia que nos permita conocer hijos suyos con el don de las lágrimas de la ausencia de un corazón enamorado.
La «sinceridad» ya no es obligatoria para nadie, puesto que una palabra redime del vací­o de la confusión del más hermoso apego al alma de un ser… pero un hombre es sincero si se reconoce aferrado a la belleza. No somos rockabillis.
Y el hombre que ha escrito esos versos es sincero, y se desnuda en la noche para examinar su pequeña anatomí­a.
Veo que mi amigo Fernando ya no es un mí­stico de salón, sino alguien con una mirada capaz de no explicarse en un horizonte de nubes encima de un cerro desértico.
Es una dialéctica de lucha enérgica plena de lefa pútrida y éter purí­simo: un ciclo constante de bocados y caricias de perros con estrábicos ojos iluminados.
Mentirí­a como un pretendido papaí­to zen si no reconociera que necesito esa violencia, esa ceremonia de confusión que puede crear mi amigo con sus palabras.
Mentirí­a: me recuerda a un sabor muy antiguo a té con limón, pakistaní­ y Robert Johnson. ¿Me explico? Me da el sentimiento de la buena mierda especial.
Como reconocer cómo te gustan las papas fritas a lo pobre: a lo pobre de espí­ritu.
Realmente tengo un defecto: a veces no sé cómo ayudar a mis seres queridos.
Los llevo a correr a oscuras por ramblas ignotas borrachos como perras: se magullan, blasfeman, y les obligo a seguir bebiendo.
Otras veces caigo al subir el harmonio a la terraza, agotado tras 4 litros de cerveza.
Caigo para dormir, para morir ausente: tienes una gran capacidad para explicar esto, y una patética impotencia.
Eres prosaico como un Abba, y ante todo no opinas: tienes palabra, Fernando.
De modo que terminaré la botella, y no: no veré el debate de esta noche.
Votaremos por el cielo, la lengua seca, y las tardes previas al fin de mundo
________(escatologí­a jia)_____________

«De mis manos vací­as
brotó la llama del amor supremo»

«Una terraza con vistas al desierto», Fernando Jaén, 2008, Ed. Poyatos y Su Polla

Toda nuestra terraza es siempre tuya: abrazo, brivón.

Suerte, deber y privilegio

suerte

Por suerte tengo amigos que miran a la cara, con los que puedo hablar de las cosas importantes. De la vida y su alquimia, los milagros y los abismos cotidianos. A veces sigo andando como si no me enterase de nada. Pero no creas que estoy ciego por no ver crecer aquellos tulipanes. Las palabras adecuadas son laberintos con ventanas. Suerte de poder refrescarme con el agua en ese lugar que es cobijo y es calma. Haremos lo que podamos hacer para no volver a arrastrarnos por los senderos de esa tierra deshabitada. Suerte de poder ver el sol más allá de la tarde nublada. Suerte de ver a la dama del lago mirarme desde el agua antes de menguar. Suerte de tener amigos, deberes y privilegios. Caminos que vienen por mí­. Telarañas que adormecen el color amarillo de mis paredes desnudas. Suerte de la presión precisa, de la sombra de un contrabajo, de la voz del negro ese que canta. Tengo la buena educación y la buena suerte de beber por igual con los que beben sin consejos en los bares abiertos o cerrados. Tengo el deber y el privilegio, sigo cumpliendo los compromisos de mi contrato, cedo mi sueño por un saliente sin espinas. Veo como mis manos exploran pechos desnudos y arrugados. Tengo el privilegio de poder auscultarlos. Como mis amigos sigo un poco más cuerdo, un poco más desgastado, un poco más serio, un poco más mejorado. Ahora no conozco otra forma de poder volver a rozarme con la vida. El orgullo sólo merece la pena cuando pides perdón con el corazón abierto. No sé hablar de otro modo que no sea esta poesí­a errática, estas palabras desgastadas que durante siglos han sobrevivido para poder hablarte. Tengo suerte de sufrir y reí­r, porque ya nada me pone triste, ni siquiera estar tan lejos. Vamos en ese coche de gasolina heredado, a través de la noche, dejando carteles atrás de pueblos invisibles, con las luces desviadas, a todo meter con la sonrisa en los labios y una buena conversación, una carretera a una nueva dimensión, de viaje juntos al fin de la noche con una cinta de buckley en la guantera. Gracias que no habí­a puntos ni carnet. Asfalto donde parar y tumbarse para ver un poco mejor la estrellas. Suerte de que el mar tenga orillas donde poder revolcarse y emborrizarse de arena y espuma de cerveza. Vómitos al ritmo de las mareas. Pescadores alumbrando bajo la luna nuestras matrí­culas impúdicas. Flashbacks, mejicanos, flores para su señora madre, tequila, vinillo güeno, salchichón y arpón gyn, absenta y animalarios defenestrados en las barras de los lobos, omega en los olivos del pantano del negratí­n, azoteas que miran al desierto, barrancos donde caerse es tan fácil como llorar por dentro, torres de botellines en los patios de la facultad, posturas fetales de madrugada aferrando la vida pegada a una botella de güisqui, párrafos de libros ocultos abiertos por donde el ojo encuentra las ruinas de lo devastado a esas horas indecentes de la noche. He visto al silencio, la suerte dando vueltas en una ruleta verde. No hay dinero para lo chicos que no juegan. Suerte es decir poco o mucho, cuando uno tiene amigos con los que se puede hablar de lo que tiene importancia.

Siempre vuestro, Dr J.

Papeles rotos y gangrena

Anatomia del cuerpo humano de Juan Valverde de AmuscoEl filo del papel corta, pero al mancharse de sangre se ablanda y no consigue terminar su tarea de cuchillada reciclable. Es mejor una segueta para cortar cartón y un hacha para astillar los huesos de un cerdo muerto en las sierras de Aracena. Cortar por lo sano es difí­cil cuando el mal se ha extendido. La gangrena en la pierna del que ha caí­do mutilará cada miembro. A veces es demasiado tarde. Cuando rompes un papel en dos y luego en cuatro y luego, con los trocitos irregulares que quedan, te haces el forzudo y los vuelves a dividir. Si era una carta no merece la pena reconstruirla, ni siquiera si era del banco, es mejor tirarla. Tirar los papales rotos… incluso reciclarlos. En el bosque de noche, es más fácil realizar trucos de magia. Trampas de papel en la espesura, papeles blancos con hilos dorados… ya no me creo nada, aunque uses las palabras apropiadas. Las letras en un papel son para romperlas o mojarlas. Ya no hace falta cobijo. El papel adelgaza. Un avión en invierno volará hasta arrastrarse por el suelo y no volverá a elevarse si se mancha de barro, se quedará tirado como si estuviera descansando, falto de cariño y sin poder rezar. Papeles rotos de un divorcio, de un negocio, de una factura dental, de una lista de la compra, de un coche que no termina de arrancar. Papel con polvo de ángel enrollado en un manantial. Papeles rotos de babel en el collage, cuarteados como el dolor de los demás. Papeles rotos después de regalar un mundo de colores y pegatinas. Papeles en un cuarto menguante que esperan la llegada de la luz. Papeles rotos dando vueltas en la calle, envoltorios de bagatelas. Pliegos amontonados en bibliotecas, salas de archivos inmensas de hospitales que nadie leerá. Papeles rotos que a veces se aparecen en la memoria.

A veces no se necesitan papeles rotos para olvidar. Hace años, en un pueblo de México, un hombre de unos treinta, alcohólico y diabético, volví­a a su casa. En la cantina bebió tequila, cerveza y mezcal amarillo. Volví­a tambaleándose en la noche y le dio un apretón. Se sentó en el retrete del patio a descargar el contenido de sus intestinos irritados. Durante el desahogo notó un pinchazo en esa región oscura que se llama periné. Quedaba algo de papel roto de periódico para limpiarse. Se fue a la cama a dormir la borrachera. Al levantase tení­a fiebre y un dolor increí­ble en los huevos. Al verse, apreció una mancha negra que se extendí­a. Se fue al hospital. Un joven estudiante de medicina lo atendió en urgencias. La exploración revelaba una mancha inmensa negra que consumí­a la región genital y la deformaba. Desprendí­a un olor a muerte urgente. Entró en quirófano y falleció en unas horas. Era una gangrena de Fournier provocada por la picadura de una viuda negra. Los gastos de la atención y el óbito endeudaron a la familia. Esa historia es ahora un papel más sepultado en un archivo. Papeles rotos que hoy se agolpan en mi cabeza. Ahora creo que voy a salir a dar una vuelta. Estoy harto de esperar papeles rotos en la puerta de mi casa. A veces creo que el papel deberí­a hacerlo todo más sencillo… pero no es tan fácil, porque algunos trozos de papel siempre se quedan pegados a la sangre y a la gangrena.

Siempre vuestro, Dr J.

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Naufragios

naufragio

Tus sueños hablaban alto. Desde pequeña lo supiste. Cuando dormí­as veí­as subir la marea, crecer sobre el mar la inmensa tormenta antes de volar. Veí­as las olas romper sobre el arrecife. Veí­as las redes rotas sobre las aguas tumultuosas y grises. Mástiles y velas, motores de gasolina, quillas de barcas flotando en la resaca de pleamar. Veí­as los naufragios en tus sueños y luego te poní­as a llorar. Al principio no lo decí­as, sólo salí­as a la puerta de la casa, o te ibas a las rocas del faro, más allá del espigón, para confirmar los desastres. Cuando sucedí­a lo que temí­as no era como verlo de nuevo, era más bien como recordarlo. Luego lo dijiste una mañana cuando desayunabas leche con pan migado. Lo dijiste alto. Tu madre te abrazó con cariño y secó con su mandil tus lágrimas desatadas. Termina de comer, no te preocupes, sólo es una pesadilla. Lo peor fue confirmar la noticia al llegar la tarde, con el redoble de las campanas de la iglesia que llamaban a las velas y a la tristeza de una noche sin dormir. Tu augurio no era una locura, pero eso no te reconfortaba. Los presagios que llegaron fueron dando peso a tus sueños. Te hiciste mayor y tus augurios salvaron vidas de hombres crédulos e incrédulos. Antes de salir muchos barcos esperaban en tu ventana el mensaje agorero de tus ojos. Si en tu cara no habí­a lágrimas, echaban las redes a la barca y salí­an a pescar. Tu casa se llenó de ofrendas y el mar dejó de arrastrar restos de naufragios, vasijas, anclas… tan sólo de vez en cuando se pudo ver morir un delfí­n en la playa.

Pasado el tiempo soñaste otros desastres. Pero ya no hubo más naufragios. Cuando el amor llegó una vez a tu ventana el mundo dio vuelco. Todo se perdió y a veces soñabas con lo que nunca fue. Era como si los dioses te hubieran devuelto el regalo de la ceguera. Se marchó tu don y tu tristeza. Tus sueños se llenaron de flores y árboles crecidos en la tarde. La primavera fue dejando a tu paso coronas de agua. La brisa sonrosó tus mejillas. Ibas y volví­as con los andares de una mujer qe le sonrí­e al mundo. Pero tu belleza insultó al cielo. Tu amor fue a la mar una mañana que tú soñaste besos y mordiscos indecentes. Te traicionaron tus sueños y se perdieron tus ojos. Ese dí­a hubo tormenta y el agua se tragó lo que habí­a en ella. Las campanas te destrozaron el alma. Tus ojos se secaron de tanto llorar.

Ahora ya nunca dices lo que sueñas… ni siquiera se sabe si has dejado de llorar. Te fuiste a un pueblo cerca del desierto. Las dunas enterraron tu dolor. La terraza te bendijo con vistas al vací­o. Sólo cuando pasaron algunos años, una tarde, en medio del silencio, en mitad del desierto, empezaste a ver árboles y oí­ste de nuevo el rumor del mar.

«Los estandartes rojos se fueron haciendo más ní­tidos, y cuando los raudos pesqueros que avanzaban hacia alta mar se aproximaron al Kamikaze-maru, las voces de los cantores transportadas por el viento se hicieron casi estridentes. Una vez más, Chiyoko se repitió: me ha dicho que soy bonita»

El rumor del oleaje, de Yukio Mishima (1925-1970)

Un sueño puede limpiar el cielo y el mundo. Dedicado a la abuela de Pedrito Sosa. Dedicado a las mujeres que sueñan… que nunca dejen de hacerlo.

Siempre vuestro, Dr J.

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