Nuevo Adán

Algunas veces la primavera se adelanta unas horas. Se nota en el aire, que asoma en sus mejillas el rubor de los primeros frutos. La luz se posa en los dí­as como una mermelada de luz amarilla que deja en el ambiente una calma serena que acompaña a una discreta sensación de felicidad. En plena efusión flamí­gera de pólenes y estrellas, la vida se ralentiza, como si no pasara nada, sino que todo es más despacio. Pero en verdad todo sucede con más rigor, con más vigor. Y en esta estación adelantada, en esta ciudad que espera desangrarse por las calles con vino y palmas, nace un nuevo Adán que esconde la frescura compleja de la manzana y deja en el rostro de su madre recién parida la sonrisa que se escapa del alma con venas de luna y leche y ojeras de sueño vencido (amor custodio) brillando en los ojos de su padre que son la suma de nervios y gozosa templanza.

Nacido de madrugada, al amanecer, en los dí­as que renace el campo y la palabra belleza se alza en medio de la batalla, asoma sus tallos por entre los terrones del suelo y acompaña al sol hasta su camino en lo alto. El olor del campo se mezcla delicadamente con la luz del cielo inmarchitable y con voces de madres que llaman a sus hijos para el desayuno. Sirenas que tañen en el inicio de la mañana. Amanecer lleno de tanta vida que refleja en su perfil el destino de los llamados a ser grandes. Neonato-puro-esplendor estrenando la verdad en sus ojos dormidos, en su sueño profundo. Coqueteando con sus dedos diminutos los primeros minutos del mundo. Desvelado en la primera noche, dormido en las alas del nuevo dí­a, navegante de nuestro mar con el viento a favor y con todo por conocer. La virtud brota en el seno fértil de la mente inmaculada, en el corazón que late con cierta prisa por saberse amado, por entender dos patrias, dos lenguas, dominar una doble circulación que se asoma en los dulces y ternicos mofletes para darle el impulso preciso al mismo funcionamiento del mundo. Acompasados con el rumor del aire, sus pulmones crecen acunados por el suspiro de un ángel. Se sumerge en la vida de pies a cabeza, protegido por los vigí­as de su abismo, por la mirada invencible de sus padres que portan en el semblante la imagen de su
salutí­fera generosidad. Nada de lo que pase será por descuido. Nada de lo que se pose en sus manos será por desidia. Con su nombre descifrará los sueños de la nueva Babilonia, imaginando océanos azules, renombrando la tierra, acariciando con sus propias manos desnudas el lomo de fieras salvajes. Su nombre está escrito con la palabra futuro.

Aunque no siempre sea fácil sonreí­r, esta vez he tenido la suerte de sentir una gloria que ni se espera ni se teme, una sonrisa que obedece a la sencillez pura de esta manifiesta belleza que es digna, sincera y sagrada. Esta vez he tenido la suerte de haber visto con mis ojos como se ha adelantado por unas horas esta primavera.

Dedicado a D, sueño y luz (20 de marzo de 2011). Dedicado a J y M, sus padres, heroicos.

Siempre vuestro, Dr J.