
Por suerte tengo amigos que miran a la cara, con los que puedo hablar de las cosas importantes. De la vida y su alquimia, los milagros y los abismos cotidianos. A veces sigo andando como si no me enterase de nada. Pero no creas que estoy ciego por no ver crecer aquellos tulipanes. Las palabras adecuadas son laberintos con ventanas. Suerte de poder refrescarme con el agua en ese lugar que es cobijo y es calma. Haremos lo que podamos hacer para no volver a arrastrarnos por los senderos de esa tierra deshabitada. Suerte de poder ver el sol más allá de la tarde nublada. Suerte de ver a la dama del lago mirarme desde el agua antes de menguar. Suerte de tener amigos, deberes y privilegios. Caminos que vienen por mí. Telarañas que adormecen el color amarillo de mis paredes desnudas. Suerte de la presión precisa, de la sombra de un contrabajo, de la voz del negro ese que canta. Tengo la buena educación y la buena suerte de beber por igual con los que beben sin consejos en los bares abiertos o cerrados. Tengo el deber y el privilegio, sigo cumpliendo los compromisos de mi contrato, cedo mi sueño por un saliente sin espinas. Veo como mis manos exploran pechos desnudos y arrugados. Tengo el privilegio de poder auscultarlos. Como mis amigos sigo un poco más cuerdo, un poco más desgastado, un poco más serio, un poco más mejorado. Ahora no conozco otra forma de poder volver a rozarme con la vida. El orgullo sólo merece la pena cuando pides perdón con el corazón abierto. No sé hablar de otro modo que no sea esta poesía errática, estas palabras desgastadas que durante siglos han sobrevivido para poder hablarte. Tengo suerte de sufrir y reír, porque ya nada me pone triste, ni siquiera estar tan lejos. Vamos en ese coche de gasolina heredado, a través de la noche, dejando carteles atrás de pueblos invisibles, con las luces desviadas, a todo meter con la sonrisa en los labios y una buena conversación, una carretera a una nueva dimensión, de viaje juntos al fin de la noche con una cinta de buckley en la guantera. Gracias que no había puntos ni carnet. Asfalto donde parar y tumbarse para ver un poco mejor la estrellas. Suerte de que el mar tenga orillas donde poder revolcarse y emborrizarse de arena y espuma de cerveza. Vómitos al ritmo de las mareas. Pescadores alumbrando bajo la luna nuestras matrículas impúdicas. Flashbacks, mejicanos, flores para su señora madre, tequila, vinillo güeno, salchichón y arpón gyn, absenta y animalarios defenestrados en las barras de los lobos, omega en los olivos del pantano del negratín, azoteas que miran al desierto, barrancos donde caerse es tan fácil como llorar por dentro, torres de botellines en los patios de la facultad, posturas fetales de madrugada aferrando la vida pegada a una botella de güisqui, párrafos de libros ocultos abiertos por donde el ojo encuentra las ruinas de lo devastado a esas horas indecentes de la noche. He visto al silencio, la suerte dando vueltas en una ruleta verde. No hay dinero para lo chicos que no juegan. Suerte es decir poco o mucho, cuando uno tiene amigos con los que se puede hablar de lo que tiene importancia.
Siempre vuestro, Dr J.

El filo del papel corta, pero al mancharse de sangre se ablanda y no consigue terminar su tarea de cuchillada reciclable. Es mejor una segueta para cortar cartón y un hacha para astillar los huesos de un cerdo muerto en las sierras de Aracena. Cortar por lo sano es difícil cuando el mal se ha extendido. La gangrena en la pierna del que ha caído mutilará cada miembro. A veces es demasiado tarde. Cuando rompes un papel en dos y luego en cuatro y luego, con los trocitos irregulares que quedan, te haces el forzudo y los vuelves a dividir. Si era una carta no merece la pena reconstruirla, ni siquiera si era del banco, es mejor tirarla. Tirar los papales rotos… incluso reciclarlos. En el bosque de noche, es más fácil realizar trucos de magia. Trampas de papel en la espesura, papeles blancos con hilos dorados… ya no me creo nada, aunque uses las palabras apropiadas. Las letras en un papel son para romperlas o mojarlas. Ya no hace falta cobijo. El papel adelgaza. Un avión en invierno volará hasta arrastrarse por el suelo y no volverá a elevarse si se mancha de barro, se quedará tirado como si estuviera descansando, falto de cariño y sin poder rezar. Papeles rotos de un divorcio, de un negocio, de una factura dental, de una lista de la compra, de un coche que no termina de arrancar. Papel con polvo de ángel enrollado en un manantial. Papeles rotos de babel en el collage, cuarteados como el dolor de los demás. Papeles rotos después de regalar un mundo de colores y pegatinas. Papeles en un cuarto menguante que esperan la llegada de la luz. Papeles rotos dando vueltas en la calle, envoltorios de bagatelas. Pliegos amontonados en bibliotecas, salas de archivos inmensas de hospitales que nadie leerá. Papeles rotos que a veces se aparecen en la memoria.