The Doors | L.A. Woman (1971)

The DoorsLa verdad, podrí­a haber sido otro: los dos primeros son cojonudos (suprimo los tí­tulos por obvios, esenciales) y el previo a éste me tuvo colgado más de un año (rhythm & blues sucio por parte de unos californianos!); pero, ya sabéis, los trabajos paridos en la plenitud (y más allá dirí­a yo), una vez que se ha llegado a lo más alto (y a lo más profundo de las miserias humanas), sólo algunos sacan el (in) genio para regalarnos obras de arte sacadas de lo más hondo, de donde no se sabe si se volverá a poner la mente, salvo cubierto de malvas… y aquí­ tenemos un ejemplo de todo esto.

LA WomanGrabado insólitamente por tierras europeas (necesidad de huir, entre otras cosas de la ley, de sí­ mismo…), entre juergas interminables por las calles de Parí­s, disociado de sí­ mismo, Jim Morrison (o lo que quedaba de aquel sex symbol) colgado del micrófono, barbudo, barrigón, nos acojona con su voz gutural llevándonos por un variopinto conjunto de canciones que hacen de este disco algo inolvidable: desde el inicio («The changeling») apreciamos que ha habido una vuelta de tuerca desde el Morrison Hotel, más bluesy y sucio (otros ejemplos más puristas los tenemos en «Been down so long» y «Crawling King Snake»by John Lee Hooker), aunque aún hay tiempo para la melodí­a agradable («Love her madly» emociona; en «Hyacinth house» nos susurra que necesita un amigo: ¿alguien le escuchó?) y la relajación musical en «Cars hiss by my window» donde aparece un solo de guitarra en el que al final descubrimos con pavor que se trata de gemidos del amigo Jim«The Wasp» es una sintoní­a muy propia para la radio (Texas Radio and The Big Beat sin ir más lejos). «L’America» es una canción cojonuda y olvidada en las recopilaciones, una joyita.

Jim MorrisonPero el disco no serí­a el mismo (ni los Doors si me apuran) sin dos joyas como «L.A. woman» y «Riders on the storm», las habré escuchado miles de veces y continúan emocionando como el primer dí­a, sobre todo «Los Jinetes en la Tormenta», bello apocalipsis anunciando el final (curiosamente «The end» fue el principio de la leyenda, con la ayuda coppoliana de unos inmensos Sheen y Brando, sin olvidarnos del pequeño-gran Hooper, el mayor hijoputa de la historia del Hollywood moderno), pues Morrison la palmó antes de ver la luz el disco (fracaso multiorgánico por excesos; devastación fí­sica con desenlace incierto).

La leyenda se consagró en aquella habitación…

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Hacia la Plenitud (II)

Michaux3El infinito es una región donde la verdad se inclina para alzar el vuelo. Conmovido por la peregrinación del tiempo en los espacios, me centro en descubrir la belleza sólida preñada de fluidos sutiles. Hay una terraza con vistas al desierto que aproxima la carne asada a un cielo fragmentado por colores. Un cielo apedreado por aviones, donde un hombre de tiza baila con otro de arena, acompañados por una mujer que nos eleva con el movimiento de sus pies descalzos sobre el suelo de llamas. Amamos la oscuridad más que las llamas. Amamos los lí­quidos más que los sórdidos y pesados manjares de grasa. Bailan las partí­culas con requiebros de aire, la música crece desde teclas de viento en la terraza con vistas a tus ojos. Y así­ se rompe la noche en tres cascabeles sin gato, en tres versiones de la plenitud que duermen boca arriba bajo el cielo del desierto… plenitud de estrellas y silencio. Poseemos la noche desnudos como una mujer adúltera que se acerca a la jofaina de agua después de cumplir su voluntad divorciada.

Michaux4Hay una terraza que busca descubrir la música ritual de los animales de dos piernas, de arena y de tiza. Una terraza que es la memoria de los dí­as felices. Una terraza que cultiva semillas de árboles encantados, una terraza con vistas a la tierra donde Gargoris descubrió el sabor dulce de la miel. Una terraza que busca un cuerpo ondulado y perfecto, donde besar con todos los detalles del paraí­so, donde no habrá más luz que esta luz amarilla donde te he hallado. Esta es la plenitud, la búsqueda de lo invisible en libros de mil horas, en sonidos sin forma de universos desilusionados donde poder percibir lo perpetuo.

Siguiendo el rastro de los poemas de nuestro gran osteoporótico visionario, una vez conocido los abismos de la mescalina, soportando las penas de la soledad y la pérdida, después de pintar más y escribir menos, Michaux me sigue conmoviendo con su huida hacia la plenitud.

Redención
el mundo entra en vibración
con el sentimiento de lo indecible.

Lo sólido, lo duro, lo construido
está turbado por lo liviano, lo impalpable.

Lo imperecedero desplaza, desmiente lo mortal.
Lo sublime esponja, devasta lo común,
lo sublime fuera del santuario.

Oscilando en lo inmenso
el eco
donde reside el ser
más allá del ser.

Calma
Búsqueda
Una comparación excava para mí­.

Avanzo
para la continuación
para la perpetuación.
Las puertas acechan
fuertes cortinas de presión.»

Fragmento de «Hacia la Plenitud», de H. Michaux

Siempre vuestro, Dr. J.

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