Hay que ver, con lo flojos (por no decir patéticos y vacíos, planos) que fueron los 80, el hacer algo novedoso, rompedor, no parecía excesivamente difícil. Estaba claro que el renacimiento con pretensiones de la gloria setentera era inalcanzable. Pero el festiche ochentero se sabía acabado, solamente quedaba una vuelta de tuerca, quitarse el maquillaje «pastelón» (o lo que es peor, el llamado malditismo oscuro, la música siniestra, ufff), coger de nuevo los instrumentos clásicos, y arrancar de nuevo. Siempre se ha hecho así. Y así se hizo, al menos en parte.
Pero la gloria (?) se alió con los tipos que parecían más malos, más desesperados, más sucios (emulando, hasta el ridículo en algunos casos, a figuras como Jim Morrison). Y digo «parecían» y no «eran» (que no es lo mismo). Y ascendieron, y mucho, demasiado, protegidos y auspiciados bajo la denominación del «grunge» y su cuna donde se reproducían grupos por generación espontánea: Seattle. Se hicieron prácticamente omnipresentes en nuestras vidas de instituto, en nuestras primeras juergas. Y dos claros ejemplos de este movimiento fueron los Pearl Jam (con su disco Ten) y los Nirvana (con su Nevermind). De hecho se les considera (por muchos), aparte de seminales, como dos de los mejores discos jamás grabados. Y no puedo estar más en desacuerdo. Es que casi no puedo escucharlos enteros, y mucho menos hacerlo dos veces seguidas (como con otros tantos). Repetitivos, machacones, simples, pesados, son algunos apelativos que me vienen espontáneamente, sin esfuerzo. Al menos los Nirvana tuvieron ese «momento» que fue su Unplugged (ojo, este disco puso de moda los «desenchufados», pero NO fue el primero como algunos lo nombran; ese privilegio lo tienen los Tesla con su magnífico Five Man Acoustical Jam, 1990), pero los Pearl Jam se dedicaron a explotar su «fórmula» hasta el cansancio de sus propios fans; sus discos son una sucesión indistinguible del mismo, un «loop» reiterativo centrado en la voz (tiene lo suyo, no digo que no) de Vedder, por no hablar de los infinitos discos en directo que han ido sacando basado en el mismo material (se creen los Grateful Dead?). Temas buenos había, claro, pero pocos. Los discos eran homogéneos, sí, pero por lo monótono del sonido (guitarras distorsionadas, batería pesada y melodías repetitivas), no por el alto nivel de la música.
Ésta fue la cara mala (la cruz) de los primeros 90, a mis entendederas (y hostias me van a caer: que empiecen) y lo he explicado.
Como contrapunto tenemos grandes discos, grandes grupos, que quedaron relegados a otro plano, se disfrutan menos en masa, más en pequeñas (las mejores) compañías, y se reescuchan sin perder su encanto, grandiosos (algunos ya comentados aquí…), ahí van unos cuantos ejemplos de «verdaderas» joyas noventeras:
Y luego, más tarde (ya en 1996) llegó Tool con su Aenima, preparando con antelación la música de la siguiente centuria… con una especie de revivalismo futurista del rock sinfónico pasado (y pesado), tanto en el tiempo como de revoluciones; y en el 97 el OK Computer nos mostró el sonido «supercuidado» (y un poco llorón a veces del amigo Yorke) y sofisticado de los Radiohead, otra gema (por nombrar unos británicos entre tanto americano peludo)…
Se abre el debate (y se permite todo).
Dedicado a los «grungeros».