No nos engañemos, las similitudes con «los Faces» son, como mucho, conceptuales; sí, el núcleo de ambos grupos es el mismo (bajo- Ronnie Lane, batería- Kenny Jones, teclados- Ian McLagan), la evolución del sonido, evidente y apabullante. Como otros (grandes) grupos de la esfera británica (Rolling, Who, Kinks…) tuvieron unos inicios poperos que «apestaban» a rhythm-blues pasando por la inevitable psicodelia lisérgica (unos más y otros menos) para acabar marcando las pautas del rock que dominaría la década de los 70. Lo que ocurre con éstos muchachos es que ésa primera época estuvo comandada por Steve Marriott, guitarrista y voz y compositor, que luego terminaría machacando un sonido bestial con los Humble Pie, otra gran historia… y tras su marcha recalaron ése dúo estremecedor de Ronnie Wood y Rod Stewart para hacer la suya
Pues bien, de ésa primera época rescatamos éste «Ogden’s…», de sugerente (foto y formato) portada. Puede codearse perfectamente con grandes discos de pop psicodélico: el requetemencionado «Sgt. Peppers…», el gran «Something else», el también olvidado «Oddesey & Oracle», el sorprendente «USA», la locura del «Piper at the gates of down» y tantos otros. Si bien sus discos predecesores (ambos titulados como el grupo, uno en el 66 con el sello Deram, otro en el 67 con el sello Inmediate) eran delicias poperas, con éste daban el gran salto psicodélico facturando un disco rico en matices, para nada pesado, con momentos de auténtica gloria. El disco abre con el tema que le da nombre, un instrumental denso, con toques orquestales sobre los que zozobra una guitarra cansina. «Afterglow» se introduce de forma acústica con unos silbidos para convertirse en un tema 100% Marriott, explotando sus virtudes. «Long agos and worlds apart» y «Rene» (ojo al final de éste tema: Hendrix?) entretienen con temáticas de la vida cotidiana, al más puro estilo «british». El inicio de «Song of a baker» es un riff aplastante, para un tema clásico, marcado por la sección rítmica con frases de guitarra de fina textura. «Lazy Sunday«, de sospechoso parecido al «Sunny afternoon» de los Kinks, pero de bella factura, con el ruido de la playa y gaviotas incluido, con las campanas al final…
La cara B se estrucutra en temas introducidos por una voz en off (y qué hace ése tontopollas: desconcertar, innovar…): «Happiness Stan» es un sorprendente tema muy rico en matices, con increíbles cambios y orquestación incluida, al igual que «The hungry intruder«, ésta con una flautilla mu bonica. «Rolling Over» es un tema tremendo con otro riff aplastante, de nuevo comparable a Hendrix, de 2 minutos escasos. «The Journey«, con un inicio baterìa-bajo-órgano algo funky, nos lleva por los momentos más interesantes del disco; «Mad John» es el toque folk, aunque de una intensidad desesperada, terminando con «Happy days toy down«, gracieta-humor británico-sólo para ellos…
Una delicia para disfrutar y degustar sin prisas… Que aproveche
Por cierto, estoy pensando en comentar también discos de jazz; ya veremos…no se asusten
Granada, febrero de 2006. El hombre invisible vuelve a cambiarse de traje. Unas paredes de humo taciturno protegen la anatomía de su soledad. Un silencio no pactado recorre su cuerpo como un escalofrío. Su mente bucea en la tinta de unas palabras escritas hace siglos. El océano que se vislumbra en ellas es demasiado profundo para ver con claridad. Palpa con sus dedos transparentes la impronta de un Amor inalcanzable. Tanta grandeza tiene que tener un soporte de verdad innegable. Pero no puede más, le duele el pecho de aguantar tanto aire. Vacía sus pulmones para salir de la inmersión. En un camino de silencio hay abrevaderos táctiles para las almas más pesadas. Reconciliarse con la carne es una tregua para poder resistir en la lucha del espíritu. Reconciliarse con el dolor es aprender a vivir con lejanía. El hombre invisible sabe que aún se le ve si se pone a contraluz. Que los años dan peso a sus actos y que lo lento es a veces más amargo porque se aprecia más y no por estar en la punta de la lengua. El hombre invisible quisiera tener un lenguaje más lúcido, pero la contradicción le hace refugiarse en las palabras. El hombre que cambia su traje, aún desea mirarse en el espejo claro de una fuente, de unos ojos bañados por lágrimas, de una mirada limpia repleta de amor. Hay caminos que todos recorren, en busca de lo importe, en busca de lo que tiene importancia. Su palidez cérea de fantasma frustrado está empanzando a sonrojarse. El hombre invisible se está viendo las manos mientras teclea en su ordenador. Y aunque desearía cambiar su alma llena de complejidades y complejos por un alma simple que reflejara el amor que todo lo tiene y a la vez no tiene nada… el hombre invisible se alegra de volver a ver su carne trémula con las luces artificiales de esta noche que promete de nuevo el insomnio. El objetivo de este año será limpiar su mirada. Hacer mudanza en el alma y desprenderse de lo que más le pesa.
Volvemos a los noventa, y de nuevo con un trabajo que puede competir con los mejores de ésa década. Me llegó como llegan las grandes cosas, de forma inesperada y de la mano de un gran amigo. Ya se habló en su momento de los Blind Melon y se dijo que «Soup» era uno de los discos más emocionantes del fin del siglo XX. Pues bien, junto con el «gran Grace» de Buckley (Jeff, que si hablamos de papá nos da algo…), aquél Soup y éste Magnolia, nombres sencillos para grandes destellos de magia, conforman una especie de trilogía de discos de música atemporal, rock de siempre, que si bien beben de las fuentes tan citadas por aquí, salen con la espontaneidad de unos jóvenes genios, en tres años consecutivos (94-96). Lamentamos las pérdidas de Hoon y Buckley; Mike Farris vuela en solitario, según creo…