La Enfermedad del Dr. J.

HigeaLlevo veintidós horas sin dormir. Veintidós horas viendo enfermos. La fiebre de hoy aún no se ha ido.

Acabo de ver morir a mi último paciente. Neumoní­a nosocomial en un hombre inmunodeprimido. Sólo me dio tiempo de ayudarle a morir con unas dosis de la hermana morfina. El cansancio hace mella en estas horas inciertas donde la noche se sutura con las primeras luces de la mañana. Dónde estás tú que no te veo, con mis arterias palpitantes de ceguera, dónde estás que no te tengo, dónde para abrigarme con uno de tus abrazos. Mi mano en la frente de O… que tragaba el oxí­geno administrado mediante una trompa de plástico. Con todos sus músculos luchaba por comerse el aire, hasta que se agotó. Mi mano tendida al dolor en estas horas urgentes de entretiempos, en esta atalaya ficticia del insomnio atroz. Dormir no es la prioridad. Cómo me gustarí­a verte ahora tan guapa. Poner nuevo rumbo a la médula de tus besos, en medio de nuestro mar de dudas. Casi todo el mundo cree que merece más de lo que tiene, pero hay hombres que se parecen más a una almeja que a sí­ mismos.

Cansado firmo el parte de defunción, con la rutina del que se ha acostumbrado a ver muertos, a disecar cadáveres con la pulcritud de un diagnóstico infame. Si vuelves voy a desnudarme, voy a quitarte la ropa despacio antes de quedarnos a oscuras. El sudario es de plástico blanco, pero no esconde los rasgos afilados de la muerte en su cara. La boca a medio cerrar, los ojitos cerrados, las manos que dejan de acariciar. Los labios que dejan de besar. Los pies que hace semanas no pisan el suelo, envueltos en el blanco monocromo y postrero de un mundo que deja de avanzar. Es incierto el aire que mis manos no atrapan. Arrugo el tiempo de esta noche que se acaba. No te rindas me dice alguien que no veo. Las luces de la caleta son luciérnagas borrachas que añoran la luz del mediodí­a.

Las tres GorgonasEl celador se lleva el cuerpo, la familia le sigue con la cabeza agachada, buscando el hombro del hermano que hací­a tiempo no abrazaba. Se cierran las puertas del ascensor que baja al lugar donde se juntan los cadáveres. Camillas frí­as de futuros esqueletos. Los encargados del turno de limpieza se desperezan para hacer de nuevo la cama. Se limpian las sábanas recién sudadas, se limpia la cama recién abandonada, se limpian los cristales y las ventanas se abren por si el alma quiere escapar. La enfermedad se contagia, se agazapa, se arrincona y arremete en el momento más inoportuno. Dónde voy yo, adónde te fuiste tú. Perdido por esas calles de piedra carmesí­, con tu nombre mordido en mi hombro. Palidecen algunos gramos de levedad. Las horas se suceden y aquí­ no ha pasado nada. Yo observo insomne el trasiego de fregonas y batas. Un nuevo enfermo espera para descansar en la misma cama. La gente termina sus turnos, yo no termino de dormir. Luego a pasar planta. Luego a casa. A la compañí­a de mi casa en soledad. Coltrane me mira intrigado. Dónde estarás tomando café, a quién le sonreirás. Salgo a gastar mi sueldo en libros que digan cómo continuar, cómo aprender a perder una y otra vez, bajo la lluvia con maletas de cartón pintadas de betún. Sin un te quiero, te quiero, pero no quiero que me quieras demasiado. Cuatro horas de ruinas y despeños. Hay cristales rotos de vino ácido crujiendo entre mis dientes de animal. Las ranas que saltan sobre la luna han aprendido a predecir los diluvios, pero los charcos no sólo se forman de lluvia. Te recuerdo sin saber que con uno de tus besos se puede fundar una ciudad.

El entierro es un dí­a y medio más tarde. Cremación o enterramiento. Cenizas o polvo. Nunca como ahora me habí­a dado tanta cuenta de que mis dí­as están ya más que contados. Eres la provincia que quiero conquistar en pro de un merecido descanso. Robo aspirinas para bajar la fiebre y poder seguir escribiendo las dudas de mi tesis. Versos de guardia y cigarros mal liados a las seis de la mañana. Robo aspirinas aunque se que no voy a sanar. La herida se desangra por el vuelo valiente de tu falda. La esquela mancha una página del periódico. La familia añora y agradece. Mañana volveré aquí­. Mañana me aseguraré de que nada vuelva a empezar, y con toda mi falta de voluntad cerraré todas las puertas que llevan a ti. Pero entre la nada y el dolor, yo escogí­ nuestro dolor.

Martin Winckler publicó en 1999 «La enfermedad de Sachs», que fue llevada al cine por Michel Deville con el tí­tulo de «Las confesiones del doctor Sachs». Este libro relata la supervivencia de un médico de familia francés en la época actual, entremezclando sus pensamientos, sus recuerdos, las historias de sus pacientes, su vocación y su lealtad a una medicina que ama y odia. Su lectura me conmovió y me animó a seguir adelante en ciertos difí­ciles momentos. No sé porqué he escogido la iconografí­a de Klimt para acompañar el texto, pero así­ se queda.

Siempre vuestro, Dr. J.

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    [Cuadro 1 Higea: Medicina | Gustav Klimt]
    [Cuadro 2 Las tres Gorgonas: La Enfermedad, La Locura y La Muerte | Gustav Klimt]
    [Gustav Klimt | Wikipedia]
     

The Promise Land (22/10/06)

Boss Granada

Existen momentos que parecen hechos para ti, como si todos los condicionantes exteriores estuviesen en un segundo plano, desdibujados o desenfocados, y el acontecimiento parece dedicado a uno mismo. Hay momentos así­, incluso los hay en los que ésta percepción es «comunitaria»: las sensaciones son paralelas y semejantes, aunque cada uno se sienta especialmente «agraciado». Un momento así­ viví­ (vivimos) en la plaza de toros de Granada ése domingo «de fúmbol y coches» en el que Bruce Springsteen apareció por éstos lares. El escenario no era el idóneo (dónde quedaron los grandes estadios), el repertorio musical «previsto» era cuanto menos atí­pico, las comparaciones de conciertos anteriores (con la «E Street Band») se presuponí­an duras, la edad media del protagonista y del foro asustaban… demasiados condicionantes preocupantes. Pero í­bamos con el corazón abierto, con ésa sensación indescriptible de percibir algo grande, vibrante.

Boss Granada 2Y la plaza se quedó chica, primero de forma fí­sica y evidente, luego musicalmente. Aparte de la vergüenza necesaria(?) de pagar 2’5 €/cerveza… Tras llevar una hora esperando sucedió, con 25 minutos de retraso, pero sucedió: 17 músicos poblando un escenario a lo «grand saloon» (reminiscencias permitidas con The Last Waltz…); y uno de ellos era The Boss, portando una guitarra a lo Johnny Cash y sacando punta a las raí­ces de su América natal, con las letras de Seeger y una música atronadora, no esperada y por lo tanto impactante. En todo momento el contacto con el público fue en castellano (+ o -) lo cual se agradece. Y la «contratransferencia» fue perfecta; el ritmo fue en ascenso y, salvo alguna huida de unos fanáticos acérrimos y estrechos de mente, los últimos 60-70 minutos fueron inolvidablemente espectaculares.

No se olvidó de antiguos temas, no. Los envolvió de una forma musicalmente distinta, haciendo difí­cil su reconocimiento (Adam raised a Cain, Bobby Jean…) salvo una sentida The River. Y el momentazo lo dio al dedicar The Promise Land a Andalucí­a: «Mister, I ain’t a boy, no, I’m a man, and I believe in a promise land» …uff. Y lo demás vino rodado.

Boss Granada 3

Mención especial merece «la banda»; 16 músicos sobre las tablas: 4 vientos, banjo, guitarras varias, dos violines contrabajo, teclados y «piano-bar», baterí­a, coros… todos tocando a una, con alguna concesión a los solos (por turno, eso sí­) haciendo real el sueño por muchos vivido.

No sabemos si volverá (y lo prometió), ni siquiera si volverá a sacar otro disco con «su banda»; a mi particularmente me da igual, con éste trozo de tierra prometida (junto con el concierto de La Peineta hace 3 años) me siento confortablemente reconfortado.

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    [Bruce Springteen | Born to Run (1975)]