El Vino del Estí­o

Ray BradburyVuelve a meter bajo tu piel el verano en el que descubriste que estabas vivo y que eras una persona. Descubre los dí­as que huelen como si una huerta enorme hubiera crecido mas allá de las colinas, cubriendo el mundo con su cálida frescura. Escucha la caí­da del polen de las flores silvestres y el aire donde se frí­en las abejas.

Está amaneciendo. Aspira y sopla, ahora! Apaga las luces de las calles como velas en una torta negra, sí­, las estrellas se desvanecen. Despierta la calle donde viven los viejos y ponte los zapatos pieslivianos, corre, corre, dispárate hacia los túneles de las aceras, ¿antí­lopes? ¿Gacelas? No! Zapatos pieslivianos.

Oí­ que Leo Auffmann está inventando la máquina de la felicidad! ¿Querrás entrar a verla?

El abuelo dice que un hombre llevando un saco de abono por el campo es como Atlas con el mundo al hombro. Hay que saber que los viejos fueron un dí­a niños, por mucho que cueste imaginarlo un segundo siquiera.

Sabed, vosotros también, que muchos dí­as fuisteis niños, pero llegó uno en el que vuestro nombre frente al espejo se abrió triturando los cerrojos, que vuestros labios lo pronunciaron aplastando ignorancias, oscuridades y dogmas de mesa camilla. Entonces tuvisteis la certeza de que nada serí­a igual a partir de entonces.

El Vino del EstioCon motivo de la pasada Feria del libro de Buenos Aires, en la que participó Ray Bradbury a través de la primera videoconferencia que ofrece la Feria tuvimos la oportunidad de conocer la próxima publicación de «Adiós Estí­o» en el mes de Octubre, segunda parte del «El vino del Estí­o» (1946), y otras dos novelas algo más adelante.

Sin duda, se trata de una gran noticia, en especial porque «El vino del Estí­o» es quizás la única novela de Bradbury (junto con «La Muerte es un asunto solitario») que se aparta de la temática habitual del conocido autor de ciencia ficción.

«El vino del estí­o» narra el verano de un niño de doce años, Douglas Spaulding, en Green Town, un pueblo de Illinois (acaso el alter soli del Waukegan natal de Bradbury) en 1928. Bajo una descripción colorista, detallada y sensible de una pequeña comunidad norteamericana de finales de los años veinte, subyace en la obra la capacidad del autor de catalizar la infancia y las primeras colisiones con las entelequias y reglas de la vida de los adultos, haciéndolo de una forma universal, de modo que un lector de Tailandia y uno de España, pese a ser tan divergentes las costumbres y tan extraviados los usos, podrán encontrar, o más bien evocar con nitidez meridiana, a través de esas pequeñas burbujas de sensaciones literarias que Bradbury va destilando, sus propios recuerdos de la infancia, sintiéndose convocados todos por el autor a esos lugares comunes de la humanidad. En esto radica realmente la grandeza de la novela.

Y ese dí­a, asintió Douglas, olí­a como si una huerta enorme y anónima hubiera crecido más allá de las colinas, cubriendo el mundo con su cálida frescura. El aire olí­a a lluvia, pero no habí­a nubes. De pronto un hombre cualquiera podí­a reí­r en los bosques, pero reinaba el silencio.»

«Estoy realmente vivo, nunca lo supe y si lo supe no lo recuerdo»

Pues bien, entra en la Casa de Hielo del Verano, el vino de flores de dientes de león está esperando que lo bebas. Empieza tú también el verano de 1928.

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    [Ray Bradbury | Página oficial]
    [Ray Bradbury | Wikipedia en español]
    [Dandelion Wine | Wikipedia en inglés]
    [Bradbury deslumbra… | javiermarias.es]
    [Descarga «El Vino Del Estí­o» | Libros Gratis]
     

La Ciudad de las Columnas

La Ciudad de las ColumnasEl cielo estaba nublado por los vientos del Atlántico. A vista de pájaro la ciudad de la Habana se antoja extensa como una mancha de cera derretida. Estaba atardeciendo cuando decimos ir a cenar a La Torre, un restaurante situado en la última planta de un pequeño rascacielos. La Habana estaba iluminada por mil lucecitas. En Cuba la luz no se va, sino que viene a veces, y esa noche las farolas iluminaban la ciudad perfilando el lí­mite del océano. Tras la cena nos zambullimos en la noche cubana. El taxi era un moskovy ruso de los años setenta, con un hueco en el suelo por donde se veí­a las pisadas sobre el asfalto. Pero habí­a buicks y algún cadillac. Los coches no pueden venderse ni comprarse, se heredan. Las piezas para su reparación sólo existen en esta ciudad que se perpetúa a través de sus moldes. El Gato Tuerto fue la primera estación. Un mojito escuchando boleros en la voz rota de una vieja mulata. De ahí­ al delirio habanero. Las jineteras se acercaban sinuosas, ofreciendo sin remilgos los secretos de su intimidad erótica. Se sucedí­an en su asedio, unos cuantos pesos bastaban para detener la batalla, una habitación alquilada en una casa sin puertas era el tálamo, antes de que la corneta del cazador sonase para romper la noche. Con sabor a Ron y salsa llegó el amanecer. Por la mañana merecí­a la pena recorrer la ciudad. Siguiendo el rumor de los bares que frecuentó Hemingway, tomamos un daiquiri en la Floridita, un mojito entre los grafitos de la Bodeguita de en medio. Desde la Terraza de Ambos Mundos, la catedral que imaginó Borromoni sobresalí­a con su baño de tejas. Las calles de una arquitectura imperfecta, huí­an de los vientos y buscaban la sombra. La gente se refrescaba en los portales de esta Habana vieja, conversando con pausa de las cosas que tiene la vida. En la plaza de adoquines de madera, compré un libro de Carpentier («La ciudad de las columnas») que me sirvió de tergiversada guí­a. Recorrí­ así­ de nuevo las calles, fijándome en sus columnas, sus rejas y sus medio puntos. Las columnas sostení­an un barroquismo decadente, columnas de mil estilos que sustentaban aún los soportales de una ciudad que se cae a pedazos. Los balcones mostraban sus grietas como una boca mellada que sonrí­e, donde se asomaban las mujeres recién bañadas a escudriñar las calles. Los hombres en los zaguanes, guardaban la confianza de sus patios interiores. Las rejas no protegí­an de la luz, sino que disimulaban lo que no se esconde. Los medio puntos, eran acuarelas de cristales multicolores, que moldeaban la fuerza abrasadora del sol caribeño. Vestí­an al sol de verde, de azul, de naranja, para que entrase en las casas sin alterar sus silencios. La ciudad de la Habana es la muestra de una arquitectura andaluza, morisca, barroca. Es una mezcla de estilos, con casas increí­bles, testigos de lo que un dí­a fue la perla del caribe. Una ciudad abierta al mar por el Morro, con sus cañones apagados, que los españoles dejaron olvidados hace tanto tiempo. Un mar contenido por una muralla de siete kilómetros que forma el malecón. En este balcón del mar rompen las olas mientras los niños se bañan en las pozas de las piedras. Un hombre pesca y otro toca la trompeta con la mirada perdida en los barcos que tal vez no regresen nunca. Me fumé un puro en el malecón como despedida. Pensando en las cosas que dejé tan lejos, en el amor que se estrella como una ola contra la roca, me imaginé pirata de siete mares. Los bucaneros amaban esta isla. El tiempo ha dejado sus calles desconchadas y lo que fue ya nunca será. Un aire de inconformismo soplaba en el ambiente. Esto fue el fin de semana antes de que la televisión nacional comunicara que al Comandante se le habí­an roto las tripas. Ahora nuevos bucaneros se preparan para el abordaje. Me temo que la Habana está a punto de cambiar y que el último reducto del comunismo agoniza, se desangra por sus calles como el viejo comandante se desangra por dentro. Espero que el mar vuelva a limpiar esta ciudad de luces, barroca y decadente que está cansada de ser el sueño que fue.

Alejo Carpentier amó y dibujó la habana con sus palabras. Fue el inspirador del llamado Realismo mágico, aunque más bien se trata de un realismo mí­tico. Nació el 26 de diciembre de 1904, en La Habana (Cuba). Fue estudiante de arquitectura, pero el arte de la escritura lo alejó pronto de los pasos de su padre. Se inició en los estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa vocación musical. Fue periodista y participó en movimientos polí­ticos izquierdistas. Fue encarcelado y con su puesta en libertad se exilió en Francia. Regresó a Cuba donde trabajó en la radio y llevó a cabo importantes investigaciones sobre la música popular cubana. Visitó México y Haití­ donde se interesó por las revueltas de los esclavos del siglo XVIII. Se trasladó a Caracas en 1945 y no regresó a Cuba hasta 1956, año en el que se produjo el triunfo de la Revolución Castrista. Trabajó en varios cargos diplomáticos para el gobierno revolucionario. Falleció el 25 de abril de 1980 en Parí­s. De sus obras me permito recomendaros «Los Pasos Perdidos», el viaje de un músico cubano por el amazonas que revisa la historia latinoamericana, pero no sólo refleja esta realidad imaginaria, sino que la interpreta.

De aquellos obligados caminares por La Habana Vieja me quedó una siempre renovada emoción al contemplar, de años en años, sus casas antiguas, sus rejas andaluzas, puertas claveteadas, pórticos barrocos, portafaroles, guardacantones y guardavecinos… Muchas páginas he escrito desde mi adolescencia acerca de La Habana Vieja ‘de intramuros’, con sus calles eternamente abocadas al mar, completadas en su panorama por un velamen, la proa de una balandra, la quilla de un buque, se hace ciudad de misterios, de nocturnidad, de cuchicheo detrás de persianas, de invitaciones al viaje que, con solo cruzarse el puerto, puede conducir a las suntuosas coreografí­as de una iniciación mágica, a un encuentro fortuito con gente de otras latitudes que remozan en pleno trópico, la literatura del anhelo de evasión y del muelle de las brumas…»

Alejo Carpentier, un hombre de su tiempo

P.D.- Sirva de pequeño regalo a mi hermano por su veintisiete cumpleaños. Gracias por todo, $VM$.

Siempre vuestro, Dr J.

Factótum (2005)

Escrito Originalmente por Vino Mariani

factotum

A sugerencia de nuestro querido Cosmo, Mariani se estrena en bruto con este tí­tulo que me ha sorprendido recientemente en la cartelera. Junto con El asesinato de Richard Nixon, de Sean Penn (2004, pero estrenada recientemente), es de lo mejor que he visto este año.

La pelí­cula, dirigida por Bent Hamer, es una coproducción Noruega-Estados Unidos y cuenta escenas de la vida cotidiana de Henry Hank Chinaski. No sigue un argumento explí­cito, es más un muestrario de la manera de vivir y las reflexiones de este personaje. No obstante sigue un ritmo agradable e inteligente para no caer en el tedio, aunque puede ser que los que no conozcan las raí­ces en que se fundamenta se les quede un sabor de boca un poco más pobre que los que sí­ estén al tanto.

factotumChinaski es escritor. Escribe relatos y poemas y los enví­a a publicaciones literarias que siempre los rechazan. Pero eso a él le trae sin cuidado. Escribe por la necesidad vital que le supone tal actividad creativa, porque, si no lo hace, no se siente vivo. Todo ello se engloba en una filosofí­a existencial en la cuál lo más importante es la satisfacción inmediata, fí­sica y espiritual, lo que se traduce en cambiar de trabajo constantemente, provocando que lo despidan cada dos por tres (sólo quiere el trabajo para pagarse una pensión, la bebida, los folios y los bolí­grafos), el sexo, apostar a las carreras y, sobre todo, beber. Busca mujeres que, en cierto sentido, compartan este tipo de filosofí­a con él, “almas gemelas† con las que fundirse existencial y sexualmente, y las encuentra. Todo ello da como resultado una pelí­cula a veces divertida, otras veces destructiva pero, en mi opinión, cargada de una poesí­a implí­cita en cuanto a la búsqueda y afirmación de uno mismo.

Hank es el alter-ego de Charles Bukowski (1920-1994), considerado por algunos como el último escritor “maldito† de la literatura norteamericana, y confundido a veces con la generación beat (en la cuál, Mr. Bukowski se cagaba en pleno). Ha sido comparado con Henry Miller, Céline y Hemingway, entre otros autores, y ha inspirado numerosas pelí­culas, como Barfly de Barbet Schroeder y Ordinaria Locura de Marco Ferreri. En la editorial Anagrama podéis encontrar sus novelas y compilaciones de relatos más significativos, de entre su prolí­fica obra.

Volviendo a la pelí­cula, he de decir que tanto la fotografí­a como los ambientes y localizaciones están muy cuidados, en el sentido de que identifican de una forma muy lograda (o al menos eso es lo que yo sentí­ al verla) los colores, ideas, y sensaciones que quiere transmitir y, aunque la novela es de 1975, no se hace necesario recurrir a la estética 70´s –la localización temporal parece más cercana a nuestros dí­as-, ya que su razón de ser hace que sea atemporal en cierta manera, pudiendo situarse perfectamente en cualquier perí­odo del siglo XX y XXI . A destacar un más que aceptable Matt Dillon en el papel de Chinaski (desde The Outsiders y Rumble Fish, las dos de Francis Ford Coppola, este chico –ya no tan chico- no habí­a hecho muchas cosas decentes, en mi opinión), he de confesar que antes de verla estaba un poco con la mosca detrás de la oreja, una adaptación de una novela de Bukowski y encima con Matt Dillon como protagonista… Los demás intérpretes también se acoplan de miedo en el film, -incluso los que tienen pequeños papeles, estupenda la secuencia en la que Hank va a visitar a sus padres sólo para poder comer ese dí­a- salvando la quizá un poco sobreactuada participación de Marisa Tomei en el papel de Laura.

BukowskiY es que aquí­ me ha pasado como con otras muchas cosas últimamente. Bukowski marcó gran parte de mi adolescencia tardí­a. Me he puesto a buscar y me he encontrado nada menos que con seis libros (incluyendo Factótum) que ya ni me acordaba de que estaban ahí­. La cuestión es que en ese momento me serví­an para dar salida a cosas, sentimientos y sensaciones, propios de una mente adolescente que sale de marcha los sábados a coger un cacho ciego y flipa mirando Trainspotting: eso es, mirándola pero no viéndola. Este caso es similar, ahora, las manos de bourbon, los cuatro polvos diarios obligados a su novia, las apuestas sin escrúpulos, el rechazo al sueño americano pasando de un trabajo a otro aguantando el tiempo suficiente como para poder cobrar después el paro, y el pasarse horas escribiendo relatos inspirados en todo esto, se ven de otra manera, más como una actitud, una manera de vivir sin pretensión de ser más punki y pasota que nadie, sino porque él es así­ de verdad, ¿para qué dejarse engañar adoptando otro rol? Su vida se resume en una pasión artí­stico-creativa (los que de alguna manera tenemos esa pasión lo podemos entender hasta cierto punto), sólo que de una forma radical como pocas veces se ha visto. He conocido a muchos Hank, y a veces me he sentido igual, queriendo ser y vivir así­… Quizás por eso le tengo simpatí­a, por tener ese valor… Claro que no sé quién tiene más valor, si el que actúa como Hank o el que se levanta todos los dí­as a trabajar sus ocho (o más) horas diarias para que su familia tenga una estabilidad y un futuro. Supongo que cada cuál a su manera tiene las mismas miras: vivir, unos a través de (o para) ellos mismos y otros a través de los demás, de sus seres queridos y amigos. El debate queda abierto.

Si vas a intentarlo, ve hasta el final. De lo contrario no empieces siquiera. Tal vez suponga perder novias, esposas, familia, trabajo, y quizá la cabeza. Tal vez suponga no comer durante tres o cuatro dí­as. Tal vez suponga helarte en el banco de un parque. Tal vez suponga la cárcel. Tal vez suponga humillación. Tal vez suponga desdén, aislamiento… El aislamiento es el premio, todo lo demás es para poner a prueba tu resistencia, tus auténticas ganas de hacerlo. Y lo harás, a pesar del rechazo y de las í­nfimas probabilidades. Y será mejor que cualquier cosa que pudieras imaginar. Si vas a intentarlo, ve hasta el final. No existe una sensación igual. Estarás solo con los dioses, y las noches arderán en llamas. Llevarás las riendas de la vida hasta la risa perfecta. Es por lo único que vale la pena luchar.†

En fin: «está usted despedido, Sr. Chinaski.»

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    [Charles Bukowski | Wikipedia]
    [Factotum | IMDb]
     

Sala de Despelleje | La Sombra del Viento

Con la autorización de J. inauguro esta nueva sección de bruto en la que os animo a comentar y destripar aquellas obras (literarias, musicales o del tipo que se quiera) que, en su dí­a, nos tocaron bien las pelotas, nos hicieron incurrir en pérdida de tiempo o dinero, o ambos a la vez. Obras que bostezan, que chirrí­an, mentirosas, gordezuelas, ensoberbecidas de su propia mediocridad, ahí­tas de éxito inmerecido y manzanilla de Sanlúcar con canapés editoriales. Podéis decirlo sin empacho: esos zurullos.

Se abre pues esta Noví­sima Sala de Despelleje de Artistas con mi breve comentario a ““La Sombra del Viento† del Sr. D. Carlos Ruiz Zafón, el crack editorial del año pasado o del anterior que ya no me acuerdo.

portada de La sombra del vientoPues bien, asistimos, queridos brutistas, a la mayor estafa literaria que se haya producido en suelo español. Sépase en estos previos que no me mueve precisamente la envidia hacia este sujeto, celebro sus éxitos económicos aquí­, en Alemania, y en el retrete, donde sea.

Afirmando, como afirmo, el espí­ritu punk que debe presidir esta sección, no me duelen prendas en despellejar como un conejo a un conejo de estas dimensiones, a ésta gárgola con psitomatosis, a este campeón de la antipatafí­sica, al que un primer examen de su semblante nos despeja las dudas: él lo sabe. Es el primero que no se lo cree. Su jeta está gritando a susurros: «ponte serio, que se la has colado. Estonopuedestarpasandomeamí­.»

Voy. La novela ésta tiene un argumento propio de un folletí­n decimonónico salpimentao mal y chungo con una mojiganga de telenovela sudamericana de lo más rancio, ¿es que nadie se ha dado cuenta?. Pues Sí­. Al desenlace de los acontecimientos narrados me remito, para el que lo conozca. Esto es: un torbellino de semen, incestos, cicatrices, sangre y dinero en una Barcelona que huele a queso y pelotillas de los pies.

En separata encuadernada es preciso un repaso del estilo literario del Sr. Ruiz. Al grano. Abominable, una mierda del tamaño de un niño de tres años. No habí­a leí­do algo tan pésimo desde que calentaba la silla en el Instituto. Las construcciones sintácticas son más propias del cuento de miedo del empollón de la clase que tiene í­nfulas que de un escritor, aunque sea novel. Véase:

No habí­amos dado ni diez pasos rumbo a la ruinosa bodega cuando tres siluetas espectrales se desprendieron de las sombras y nos salieron al paso. Los dos matarifes se apostaron a nuestras espaldas, tan cerca que pude sentir su aliento en la nuca. El tercero, más menudo pero infinitamente más siniestro, nos cerró el paso. Vestí­a la misma gabardina y su sonrisa aceitosa parecí­a desbordar de gozo por las comisuras†.

Sensible Doctor Macabro.Pura avant garde de la narrativa española. El “aliento en la nuca†: hi, hi, hi y no digo más.

Más. Un uso desmesurado e impropio de las metáforas añade valor añadido a las heces, de las que extraigo variada muestra:

Las calles vestí­an una neblina azulada y destellos de cobre despuntaban sobre los terrados de la ciudad vieja†

De Academia Acme de escritores.

Me quedé mirando las luces del coche perderse en la tenebrosidad azul y escarlata, desconcertado†.

Tenebrosidad, uf! Este tipo merece ser colgado de sus testí­culos subdesarrollados hasta morir.

Y ahora aquí­ viene un alarde tan antipatafí­sico que parece casi patafí­sico. (Que me corrija el amigo Cosmo, por favor):

Los andenes combados en sables espejados que ardí­an al amanecer y se hundí­an en la niebla†

Gordo, gordo, gordo.

Y la última:

El metal siseó como hierro candente, envuelto en un paño de humo amarillento†.

Rediós.
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El Peregrino Querúbico | Angelus Silesius (1624-1677)

Me llamo Johannes Angelus Silesius. Una vez vi al diablo y tuve miedo. No tení­a una forma infernal, no era un macho cabrí­o andando a dos patas, ni una figura envuelta en llamas con rabo y tridente. Más bien tení­a rasgos familiares y una silueta que me recordaba… a mi madre. Sí­, era como mi madre, pero con los ojos de un enemigo que medita. Fueron esos ojos los que me estremecieron. Escondí­an el tormento de la desesperanza y la falta absoluta de amor, la guerra y la crispación del mundo. Esa visión me condujo a un profundo abismo, pero tuve la suerte de encontrar en ese abismo la ternura de Dios. Sin amor nada tiene sentido, con amor tiene sentido la nada. Eso fue lo que aprendí­.

Johannes Angelus SilesiusNací­ el dí­a de Navidad de 1624, en Breslau, capital de Silesia, hijo de familia protestante y educado en el gimnasio luterano de Santa Isabel. Mi madre falleció cuando contaba yo la edad de quince años, mi padre habí­a muerto dos años antes. Cultivé la poesí­a de los grandes maestros y mi alma siempre buscó el sosiego que la vida no me brindaba. A mis veinticuatro años era doctor en Filosofí­a y Medicina por la Universidad de Padua. Comprendí­ entonces que la curación del cuerpo y la curación del alma, seguí­an a veces caminos distintos. Empezaba a entender el mundo de otra manera, más amplia que la otorgada por mi educación ortodoxa. Todo lo centré en la búsqueda de la personalidad viviente de Cristo. En esta época comencé a escribir mis inquietudes y lo que mi corazón más anhelaba. Aprendí­ a utilizar el lenguaje para expresar lo que sentí­a mi alma y conocí­ el arte de los versos alejandrinos y los epigramas. Buscaba la libertad del eterno presente. Buscaba dar forma a mi religión interior. Por ese entonces era yo un médico de pueblo pero que no encontraba la plena satisfacción en las curas del maestro Paracelso, porque todo parecí­a depender del tiempo y de los designios de un Dios que no podí­a comprender. Un Dios que cogí­a higos de los cardos y examinaba el fondo de las cosas. Mundus pulcherrimun nihil. Me convertí­ al Catolicismo en 1653, tomando el nombre con el que me he presentado al principio. La visión demoní­aca que me aterrorizó, ejerció una gran influencia en este proceso de conversión. Entendí­ que era necesario luchar, que si no se le hace caso al amor, se muere de frí­o. Que el pecado se acompaña de tumulto, y en el silencio está la humildad y la sabidurí­a del que busca una sola cosa. Aquella visión me enseñó a la bestia, pero también el camino de su derrota, que no es otro que la transformación de bestia en hombre, y de hombre en ser angélico. Esta es la peregrinación del alma, el camino del ser angélico, la transformación que nos conduzca a la contemplación de Dios. Este era el milagro, que el lodo une a Dios con el hombre. Que el corazón es el reino, el corazón es el templo, el corazón es un sepulcro viviente. El fruto es la belleza, una rosa mí­stica que crece aquí­ y ahora y siempre, rodeada de espinas, sangrando sin marchitarse en las penas. El amor debe ser la senda y el epitafio. La llave para saber que nada es imperfecto, que una rana es tan bella como un ángel. Desde mi ordenación como sacerdote jesuita, mi vida se ha basado en la búsqueda contemplativa de Dios, reposar en la acción es la ví­a de la santidad. Me dediqué a escribir obras para educar en la fe, pero de todas las poesí­as de mi alma iluminada, me quedo con las ideas que tuvo mi corazón en su viaje hacia Dios. Un viaje que toda alma deberí­a hacer. El viaje del peregrino querúbico. Este libro que edité hace dos años, es el libro que recoge toda mi vida. Es mi legado de amador seráfico que proclama los santos deseos del amor para aquellos lectores que intentan inflamar santamente su corazón de Dios. Pero al final me cansé de escribir. Amigo, basta ya!, si quieres leer más ve y conviértete tú mismo en la escritura y la esencia.

Siguiendo la doctrina de Gerson, me instalé en la pobreza absoluta, el ayuno y la contemplación dentro de una vida cotidiana. Y a mis cincuenta y tres años sé que los abismos del alma conducen a la virtud y hacen más soportable los achaques infatigables de la terrible enfermedad que me aflige en estos últimos meses. Hoy apenas tengo fuerzas para sostener la pluma con la que escribo. La muerte se acerca al mismo tiempo que se divisa la luz de otra vida. Ahora es necesario volver al principio. Os dejo esta carta como manifiesto de mi tí­mida existencia. Quedad en paz, hermanos.

Breslau, 9 de julio de 1677.

Dedicatoria de El Peregrino Querúbico.

«A la Sabidurí­a eterna, Dios. Al espejo sin mácula, que contemplan los querubines y todos los espí­ritus bienaventurados con una admiración eterna. A la luz que ilumina a todos los hombres que vienen a este mundo. Al manantial inagotable y a la fuente original de toda sabidurí­a, les dedica y dirige estas mí­nimas gotas vertidas por la gracia de su gran Mar, su, con el deseo de contemplarlo y siempre muriente, Angelus Silesius.»

Siempre vuestro, Dr. J.