Existen momentos que parecen hechos para ti, como si todos los condicionantes exteriores estuviesen en un segundo plano, desdibujados o desenfocados, y el acontecimiento parece dedicado a uno mismo. Hay momentos así, incluso los hay en los que ésta percepción es «comunitaria»: las sensaciones son paralelas y semejantes, aunque cada uno se sienta especialmente «agraciado». Un momento así viví (vivimos) en la plaza de toros de Granada ése domingo «de fúmbol y coches» en el que Bruce Springsteen apareció por éstos lares. El escenario no era el idóneo (dónde quedaron los grandes estadios), el repertorio musical «previsto» era cuanto menos atípico, las comparaciones de conciertos anteriores (con la «E Street Band») se presuponían duras, la edad media del protagonista y del foro asustaban… demasiados condicionantes preocupantes. Pero íbamos con el corazón abierto, con ésa sensación indescriptible de percibir algo grande, vibrante.
Y la plaza se quedó chica, primero de forma física y evidente, luego musicalmente. Aparte de la vergüenza necesaria(?) de pagar 2’5 €/cerveza… Tras llevar una hora esperando sucedió, con 25 minutos de retraso, pero sucedió: 17 músicos poblando un escenario a lo «grand saloon» (reminiscencias permitidas con The Last Waltz…); y uno de ellos era The Boss, portando una guitarra a lo Johnny Cash y sacando punta a las raíces de su América natal, con las letras de Seeger y una música atronadora, no esperada y por lo tanto impactante. En todo momento el contacto con el público fue en castellano (+ o -) lo cual se agradece. Y la «contratransferencia» fue perfecta; el ritmo fue en ascenso y, salvo alguna huida de unos fanáticos acérrimos y estrechos de mente, los últimos 60-70 minutos fueron inolvidablemente espectaculares.
No se olvidó de antiguos temas, no. Los envolvió de una forma musicalmente distinta, haciendo difícil su reconocimiento (Adam raised a Cain, Bobby Jean…) salvo una sentida The River. Y el momentazo lo dio al dedicar The Promise Land a Andalucía: «Mister, I ain’t a boy, no, I’m a man, and I believe in a promise land» …uff. Y lo demás vino rodado.
Mención especial merece «la banda»; 16 músicos sobre las tablas: 4 vientos, banjo, guitarras varias, dos violines contrabajo, teclados y «piano-bar», batería, coros… todos tocando a una, con alguna concesión a los solos (por turno, eso sí) haciendo real el sueño por muchos vivido.
No sabemos si volverá (y lo prometió), ni siquiera si volverá a sacar otro disco con «su banda»; a mi particularmente me da igual, con éste trozo de tierra prometida (junto con el concierto de La Peineta hace 3 años) me siento confortablemente reconfortado.
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