Lola y otras canciones de amor (Hormonas, contracultura y rock)

Escrito Originalmente por Vizen

portada del libro lola y otras canciones de amor de Nicolás Mendoza Ladrón de GuevaraUn libro, y dos discos. Una historia de sonidos, que en venturosa conjunción de paralelas, forman una constelación de héroes perdidos, por las ví­as secundarias del viejo Rock de carretera.

La música como la lluvia que lo bendice todo, ya seamos leaves or grass. Guí­a el sentido y el modo. Aletean bajo su teorí­a, melodí­a y caos, complementados en un baile de sistemático azar.

Un cocktail de progesterona y sinrazón, que nos abre las puertas de, esta vez, un cadillac solitario. Así­ comienza el relato de las andanzas legadas por un ginecólogo, que nació en Granada, al son de una súplica de amor de los Beatles. Amante, por ese ende, del misterio que tensa lo siniestro y lo bello. Siempre en buena lid contra “la desazón del gineceo†, se le quiere mejor porque se le entiende, a esta vera de la hoguera de Prometeo.

Mosqueteros cerveceros, del lado oscuro del futbolí­n. Determinados vicios y lolas, y un pasado por venir. Ciencia-arte-religión. Corazones triangulares que al pasar descomponen la luz del sol. Contracultura contra la cultura, y molinos gigantes. Aunque el enemigo, en el juego del ego, no sea más que otro personaje de rol.

Pero merece la pena el viaje. Los mendigos susurran que lo has leí­do, que este camino es el real. Entre las gastadas pistas adivinan “el sencillo rostro de la felicidad†. Y si no, los márgenes del libro siempre nos llevan a un sitio mejor, desde donde se ve la ciudad.

«Lola y otras canciones de amor (Hormonas, contracultura y rock)» – Nicolás Mendoza Ladrón de Guevara.

¿Quién cantará en su funeral?

Escrito Originalmente por Dr Babinsky supongo

PropagandaLa sin razón y el miedo se apoderan de nuestras mentes. Nuestros tí­mpanos más que vibrar tiemblan aterrorizados cuando las ondas sonoras de la palabra crisis los golpean. Nuestros cerebros responden aturdidos en una marea eléctrica. Los banqueros atiborrados y opulentos ven mermar sus ingresos, esos que han ido consiguiendo con el arduo trabajo que supone subir hipotecas, crear miles de porcentajes sin sentido para obtener comisiones, enfrascados en el juego de yo te vendo tu me compras y así­ les sacamos el dinero. Y en ese estado de frenesí­ vieron el nacimiento de un agujero negro. Un centro de gravedad que todo lo atrae y lo concentra en un punto, un centro de gravedad etéreo y maldito que se queda con sus millones. Un agujero negro creado por ellos como resultado del torbellino del cambio imaginario de dinero y así­ como por arte de magia se hizo real. Se ha hecho poderoso, temible. Preludio apocalí­ptico del fin del mundo, del fin de su mundo. Han comenzado a gritar como pusilánimes quinceañeras a las que un hermano travieso ha dejado deslizar una lagartija por su espalda. Gritando a coro la tan temible palabra, crisis. Histéricos, aterrorizados exigen a los gobiernos fondos para mantenerse, para salir de su crisis.

La sin razón y el miedo se apoderan de nuestras mentes. Nuestras narices respiran aterrorizas a través de mascarillas de papel temiendo el aire impregnado de la gran pandemia de gripe. La fina separación entre nuestras fosas nasales y nuestro cerebro no nos protege. Esa gripe de las mil caras y los mil nombres inadecuados: porcina, Norteamericana, nueva gripe, gripe A (H1N1). Esa gripe fatal y destructora provoca reblandecimiento cerebral, tos, mocos y estornudos. Hasta la fecha el terrible número de unos 119.000 casos y 627 muertes confirmadas nos adelantan nuestro inevitable final. Histéricos y aterrorizados porque son más los casos, porque son más las muertes, porque no existen fronteras para este virus.

La sin razón y el miedo se apoderan de nuestras mentes. Nuestros ojos reciben a través del televisor de pantalla plana las imágenes de un ataúd de oro y miles de personas que lloran, cantan y bailan la muerte de un artista, de un Rey, del Rey del Pop. Imágenes que hacen sentir a nuestra mente la inevitable realidad de la muerte. Triste se nos anticipan la imagen de nuestra propia muerte, y la de nuestro funeral. Compungidos y temeros cual niños ante la sombra que acecha en el armario de nuestro cuarto solitario y oscuro luchamos contra la imagen del fin. Si él muere, ¿quién no morirá?

Nuestros sentidos añoran las noticias inocentes, justificadas, que no creemos, que nos generan dudas, a las que se habí­an acomodado. Esas realidades que atraviesan nuestros oí­dos, que no olemos, que no impregnan nuestras retinas. Imágenes de 852 millones de personas desnutridas, emitidas por organismos poco rigurosos como la FAO, imágenes de 25.000 muertos diarios de hambre, imágenes de 6 millones de niños que mueren al año de hambre. Tí­mpanos endurecidos para ondas sonoras que traduzcan SIDA, que suenen a 33 millones de infectados, 2 millones de muertos en al año 2007, 2.7 millones de nuevas infecciones. Narices que no van a oler al mosquito Anopheles, ni el sudor que emana de la fiebre que provoca la malaria. Para ella existe frontera, la imponen el dinero y los trópicos. Narices que no olfatean la amenaza a la que está expuesta el 40% de la población mundial, que no huelen el sudor de las fiebres que sufrirán 500 millones de personas al año ni el hedor de la muerte de 1 millón de personas al año que provoca el mal aire. Datos relativos, llevados tremendistamente a la categorí­a de pandemias por la Organización Mundial de la Salud.

¿Dónde enterramos la razón? ¿En qué ataúd de oro amortajamos al sentido común? ¿Cuándo llegó la crisis, si es que alguna vez se fue? ¿Por qué una muerte es más que otra? ¿Cuál es la diferencia según la causa de la muerte?

Cuando alguien muere algo se pierde en la humanidad, pero resiste. Cuando perdemos la razón, los sentimientos, la esencia del ser humano, la humanidad es la que está muerta. ¿Quién cantará en su funeral?

100 dí­as de Obama

Escrito por 40D

obama investidura legoland

29 Abril 2009

Tras 100 dí­as en la presidencia de Barack Obama ha llegado el momento de su primera evaluación. Recordemos las altas expectativas generadas en torno a su llegada al poder, no sólo en EEUU, sino en todas las partes del mundo. Promesas como el cierre de Guantánamo, la reducción de las emisiones de carbono, la apuesta por las energí­as renovables, y por supuesto, sus medidas económicas en los tiempos que corren, hicieron que el mundo viese en él un Mesí­as.

Pues bien, pocas cosas han cambiado a decir verdad. EEUU sigue manteniendo sus señas de identidad, basadas en el capitalismo más salvaje, su obsesión con la seguridad y el terrorismo y su apoyo a los máximos aliados alrededor del mundo como Israel. Si bien durante las visitas por América Latina, Europa y Oriente Próximo han dejado un sello diferente en cuanto a actitud y maneras, los mensajes de fondo son similares. Y ya se han podido ver los primeros cruces de declaraciones con el «eje del mal» Irán, Venezuela, Cuba…

Las medidas económicas bien las podí­a haber firmado el gran Bush y su administración. Y seguimos sumidos en una situación de crisis, algo que evidentemente no se iba a solucionar en 100 dí­as, pero al menos la esperanza y el optimismo podí­an haber mejorado. Habrá que seguir esperando a que los bancos faciliten créditos y «repartan» las ayudas que han recibido de los diversos gobiernos entre empresas y ciudadanos para aumentar la liquidez y reactivar la economí­a. El paro sigue subiendo en EEUU y las bolsas no confí­an en las medidas tomadas por el nuevo mandatario.

De momento tampoco se avista la retirada de las tropas americanas de Irak. Sus viajes relámpago para apoyar a las tropas nos han traí­do al recuerdo imágenes del pasado. El movimiento estrella sin duda ha sido el cumplimiento del cierre de Guantánamo. Aunque al mismo tiempo ha demostrado falta de previsión y ha generado otro problema al no saber muy bien que hacer con los presos que allí­ se hallaban recluidos. ¿Deberí­an acogerlos otros paí­ses como gesto de buena voluntad, deberí­a EEUU dar asilo a los que han sido retenidos sin acusación alguna…? Y que decir sobre la promesa de Obama durante la campaña: «Bajo mi administración Estados Unidos no torturará, acatará la Convención de Ginebra, y mantendrá nuestros valores e ideales más elevados». Sonaba tan bonito…pero nuevos escándalos han demostrado que, aunque así­ lo pensase, no le iban a dejar ejecutarlo. El Imperio es el Imperio.

Algunos tení­an las expectativas tan elevadas, incluso dentro del partido Demócrata, que hablaban de valorar la posibilidad de tomar medidas contra el ex-presidente por sus actuaciones por el mundo. Vamos, que ni de coña nadie va a juzgar a un presidente de EEUU por crí­menes de guerra, ni pasados 100 dí­as de su salida, ni pasados 100 años.

Habí­a otras propuestas más a largo plazo como la apuesta por las energí­as renovables y el compromiso de reducir las emisiones de carbono en un 80% en 30 años. No le van a dejar gobernar tantos años, entre otras cosas porque la ley electoral lo prohí­be, pero seguramente ni en ese tiempo lo lograrí­a. Al menos confiemos en que en estos años EEUU vuelva a la senda de la cordura y de ejemplo firmando y poniendo en práctica el acuerdo de Kioto. Igualmente daremos tiempo a la arriesgada apuesta de Obama por el Premio Nobel Steven Chu como Secretario de Energí­a. Y ojalá tenga tiempo de dar los primeros pasos para liberar al mundo de las petroleras y multinacionales energéticas que gobiernan desde hace mucho más tiempo que Obama. Las energí­as renovables han de arrancar con el apoyo de una administración que crea en ellas y haga frente a intereses demasiado establecidos. Y en este sentido hay que ser optimistas porque no nos queda otra.

Lamentablemente parece que nos quedan cerca de 4 años de mucho continuismo, decepciones y vuelta a la realidad. Es decir, que Estados Unidos seguirá campando a sus anchas por el mundo, preocupándose principalmente por sus propios intereses y los de aquellos que apoyaron y financiaron al ahora presidente durante la larguí­sima pre-campaña y campaña electoral. Este statu quo deja tranquilos a unos cuantos como Israel, Bush, la Reina de Inglaterra y muchos Madoffs que aún quedan sueltos por ahí­.

El Fablador

Foto de El Romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio. Argentina. En la foto Federico Luppi

Escrito Originalmente por Drake

“Y los zaguanes oscuros,
extrañas bocas sin fondo,
van a lamerte los labios
calientes y rumorosos†

Manuel Picón

 

Existe un dicho popular grabado a sangre y fuego entre los porteños de Montevideo: “Si querés conseguir algo tenés que ser un poco canalla, especialmente si se trata de una mina (1)†. Pero el truco está en serlo solo un poco, no está la vida como para ir haciendo enemigos. Si se va la mano y el mate se pasa de amargo, nadie debe saberlo.

Los viernes por la noche acudí­a al facal (2) que hay en la esquina de Minas y Dieciocho de Julio a esperar que la fortuna me enviase algún otario (3) para poder costearme la chicha y la grasa (4) del resto de la semana. Estaba en la franckfurterí­a que hay frente a la entrada del facal para conseguirme un bocado caliente cuando pude ver por primera vez sus ojos verdes, apurados por el azar de haber olvidado los pesos al ir a pagar. Como un buen charrúa la socorrí­, y después la galanterí­a y el hecho de ser guapo hizo todo lo demás.

Comenzamos a vernos con frecuencia y nos gustaba pasear por la orilla del rí­o y ver los ferrys que partí­an hacia Buenos Aires. Coincidí­amos en el sueño atávico de tomar uno de ellos y alejarnos de la ciudad, a la que por no sé que extrañas razones seguí­amos ligados. Pero está claro que uno no elige cuando y de quién se enamora. Un dí­a me confesó que estaba liada con un tipo que controlaba todo el cambalache del puerto de Montevideo y, claro está, eso eran palabras mayores. No podí­a levantarle la mina a un bacán (5) de esa envergadura sin arriesgarme a amanecer colgado de las ternillas en una de las grúas que desembarcan la mercancí­a. Pero también estaba cansado de renunciar y en ese momento no tení­a muy claro si podrí­a seguir viviendo sin ella.

Llegó el verano para precipitar las cosas, como casi siempre. Se marchaban a Punta del Este durante un tiempo excesivo para mi posibilidad de aguante. Ya me costaba demasiado esperar todas las noches hasta el dí­a siguiente e imaginármela en los brazos sin alma de aquel macana. Una vez más tendrí­a que recurrir a la fabla (6) para conseguir mis objetivos. Todo era cuestión de sumar voluntades. No me costó demasiado llegar a un acuerdo con ella y recibir la información sobre los lugares que frecuentaban.

El siguiente paso era algo más complicado. Me dirigí­ a los alrededores de la cancha de Peñarol, donde en otros tiempos escribí­an la historia El Cotorra, Schiaffino, Morena, Perdomo… Ahora quien mejor corrí­a la banda era mi amiga Margot que, a pesar de ser más social que las gallinas, estaba profundamente enamorada de mí­. Su sueño, como el de todas las yí­ras (7) era conseguirse un bacán que la retirara, y en eso estaba mi baza. A pesar de la cantidad de noches que habí­a pasado a la intemperie tení­a clase, y sobre todo unas caderas que me recordaban a Marta Gularte. El trato era que yo le proporcionaba el bacán y ella se olvidaba de mí­, al menos durante un tiempo.

El resto era lo más sencillo, conseguir un par de socios de entre el malevaje que se dejasen dar un par de golpes por unos cuantos pesos.

Todo estaba preparado de antemano. Margot y yo esperábamos en las cercaní­as de la calle donde estaba situada su lujosa casita de verano. Mis socios, apostados en la esquina, esperaban la señal que ella me enviarí­a por el celular desde la toilette del restaurante donde habitualmente iban a cenar. Todo en orden, unas risas de alcohol se escuchaban poco discretas desde el fondo de la calle. Las tres sombras se abalanzaron sobre ellos poniéndoles una navaja en el cuello y yo, que en ese momento pasaba por allí­, la emprendí­a a golpes con mis socios. Todo salió a pedir de boca, salvo un diente que le tuve que pagar al más pelotudo.

Sabí­a que aquello serí­a definitivo para entablar amistad con ese tipo. Esta gente conoce a la perfección que su vida depende de otros y, al poco tiempo, ya estaba trabajando para él. Volví­a a poder asomarme todos los dí­as al mar esmeralda de sus ojos.

Margot no tardó demasiado en hacerse con él. Si hay algo que hací­a mejor que nadie era seducir a los maulas (8) que no dudan en coquetear con la mujer del hombre que les ha salvado la vida. Solo bastaron unos cuantos pases de sus nalgas candombleras y ya estaba en el frasco. Lo siguiente es fácil de imaginar: Una cita con Margot en su casita de verano mientras yo llevaba a su china de compras, un olvido que obliga a regresar de forma imprevista y… a repartir el pastel de forma elegante, utilizando viejos códigos de garufas (9) Todos tení­amos en ese momento lo que querí­amos.

Sí­, soy un fablador, y no me avergüenzo de ello. Por el mismo motivo que tampoco le guardo rencor a Margot por colocarme en la chaqueta una bolsa de cocaí­na que me atrapó la cana (10) cuando í­bamos a cruzar la aduana para tomar el ferry de Buenos Aires. Nunca habí­a temido perderlo todo porque nunca habí­a tenido demasiado, pero en esta ocasión no solo perdí­a la libertad, perdí­a también a mis ojos verdes e, incluso, a mi amiga Margot, que consolaba mis largas noches de invierno. Cuando saliera de la cana tendrí­a que volver a aliviarme en los cotorros (11) y en el fondo de los zaguanes, Pero no pasa nada, la vida me debe otra.

Y es que no podés fiaros de una yira. Y menos aún si le brillan los ojos al mirarte.

Vocabulario:

1) Mina:
Mujer
2) Facal:
Bar céntrico situado en una esquina
3) Otario:
Individuo torpe, con poca experiencia
4) Grasa:
Licor
5) Bacán:
Individuo adinerado, de la alta sociedad. Pretencioso
6) Fabla:
Confabulación
7) Yira:
prostituta
8) Maula:
Tramposo
9) Garufa:
Juerga. Juerguista
10) Cana:
Policí­a. Cárcel
11) Cotorro:
Habitación de un burdel

Imagen original

Es Honduras

Tegucigalpa

Escrito Originalmente por Dr Babinsky supongo

Tegucigalpa. Se levanta la mañana, muy temprano, es de madrugada y el sol ilumina como si fuese mediodí­a. Las calles ya bullen como un hervidero y se escuchan los gritos de decenas de vendedores ambulantes que predican delicias hechas por manos femeninas con base de maí­z la noche anterior, cláxones desmadrados llamando a un mayor caos, nubes de tierra ascienden por acelerones y frenazos de viejos coches desvencijados. Frenética actividad dirigida hacia una nada inevitable. Se despierta el desasosiego antes casi de que se haya acostado. Niños sin zapatos recorren las calles terrosas mientras jóvenes envejecidos por el resistol se tambalean con los pantalones casi bajados y cubiertos de orines. Madres que transportan pequeñas criaturas que van mamando de los secos y caí­dos pechos mientras ellas danzan por la cojera de una fractura por atropello mal consolidada y que salen a vender tortillas. Ancianos de mirada perdida y profunda que portan machetes de hoja ancha y larga y un hatillo de ramas cortadas en la noche que termina. Perros que vagabundean sin destino fijo y que olisquean las calles en busca de un desayuno. Hombres ocupados en la única ocupación al alcance de todos, el desanimo. Voceadores de destinos que corren asidos de las puertas de autobuses amarillos en otro lugares desechados y que nunca gritaran felicidad, progreso, esperanza. Coches de policí­as que cruzan con miradas tristes, calados con chalecos antibalas y gruesas escopetas de cartuchos, hacia un nuevo tiroteo. No se puede saber si es violencia que se levanta o que colea antes de acostarse en un breve sueño. Sueños de realidad henchida, en dónde las maras se crecen y exterminan.

Y en el dolor, también, inexplicables miradas alegres para ojos que vienen del mal llamado primer mundo. Sonrisas veraces que rompen la oscuridad como un rayo en la noche y que truenan en esos mismos oí­dos del primer mundo que no comprende y en el que restallan. Ojos que no saben ver y oí­dos que no saben escuchar. Ojos y oí­dos saturados de mentiras piadosas y medias verdades destructoras. Vista nublada para la realidad del mundo, oí­dos taponados para las verdades que se gritan desde el mal llamado tercer mundo.

Risas, cantos, bailes con ropas de mil colores. Fraternidad creada a las puertas de la casa de la miseria, en dónde se comparte el arroz y el frijol. Gallinas que corretean por entre las ruedas de los coches celebrando un dí­a más de vida.

La vida que bulle, que grita, que enloquece, que se desborda sobre regueros de miseria y muerte. La vida que sufre y que puede, que quiere y que odia. Vida que se rí­e de sí­ misma para en un salto mortal sobrellevarse.

Y todo enmarcado entre grandes y verdes montañas coronadas de nubes y ceñidas por las últimas chabolas instaladas.

Una niña sentada, de la mano la pequeña hermana, mientras respira sólo observa.