La Noche le es Propicia

Si no estuvieras tú en esa claridad de la resaca, no habrí­a salido yo de las sombras de este bar para ofrecerte mi brazo y mi compañí­a, y mi sudor, mi humo y mi suave sonrisa. Querí­as llegar conmigo al reino del esplendor, y llegamos de puntillas a besarnos los labios. Desde la ventana de aquel cuarto alquilado, saludaste tu ausencia en casa. Te estremeciste. Comprendiste que la noche nos iba a ser propicia. Bebimos juntos, boca a boca, cada placer de mercurio derretido. Contamos campanadas deslumbradas por la luna, obligando al deseo a volver a mirarnos a los ojos. A lomos de palabras nunca dichas, caballos (salados) desbocados se acercaron al exceso, a la muerte y a la angustia. Sin propósito de enmienda, la mujer secó el barro primigenio. Yo me hice alfarero de tacto fino, para moldear en ti el gozo y el arrebato. Un perfume nos regaló el infinito tiempo del instante. Y la niña que jugó a la rayuela se fue al oí­r los pájaros. Se fue con ese incienso de jaras y una gota de ternura en los ojos, en esa delgada lí­nea de tu mirada deslumbrada por un nuevo sol.

Con este libro de amor sin concesiones, una pareja desconocida se entrega al amor de una noche sin reservas, saliendo así­ de la mediocridad de sus rutinas. Una noche que es un viaje al deseo y a la muerte. Una pasión en treinta y ocho poemas, publicado en 1992. Un amor que transforma a los amantes, que les otorga el don de explorar ámbitos ignorados. Un amor en una noche que por fin les es propicia, como la vida, como la inevitable cercaní­a de la partida.

José Agustí­n Goytisolo (1928-1999), canturreado por algunos de nuestros más afamados cantautores, letrado, y poeta de paisajes urbanos, escribe aquí­ un poema hermoso. Alejado de su ironí­a habitual y algo forzada, se centra en la elegí­a. El amor es una elegí­a, un privilegio para ciertos fantasmas. Un libro propicio para estos dí­as de entretiempos, donde todo parece ser posible por imposible y desgastado que se esté.

    LA NOCHE LE ES PROPICIA.

    Todo fue sencillo:
    ocurrió que las manos
    que ella amaba
    tomaron por sorpresa
    su piel y sus cabellos
    que la lengua
    descubrió su deleite.
    ¡Ah detener el tiempo!
    Aunque la historia
    tan sólo ha comenzado
    y se sepa que la noche
    le es propicia
    teme que con el alba
    continúe con sed
    igual que siempre.
    Ahora el amor la invade
    una vez más. ¡Oh tú
    que estás bebiendo!
    $Api$ádate de ella
    su garganta está seca
    ni hablar puede.
    Pero escucha su herido
    respirar; la agoní­a
    de un éxtasis
    y el ruego: no te vayas
    no no te vayas. ¡Quiero
    beber yo!»

Siempre vuestro, Dr. J.

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