¿Han escrito un diario alguna vez? ¿Recuerdan lo que significa describir hasta el más mínimo detalle? ¿Han apuntado el paso de los días, uno tras otro? pues bien… Trenes hacia Tokio es un escrupuloso y prolijo diario. Sin fechas, lleno de cotidianidad, vacío de sentimientos, que deja la sensación de que el tiempo, la existencia, la vida, escapan sin que hagamos nada para evitarlo.
El protagonista se nos acerca sin cara, sin pasado, sin futuro; en la narración solo existe el presente, que actúa como un agujero negro, moviéndose en una constante espiral que atrapa todo, tan potente que no deja sitio para nada más.
El personaje principal e incansable narrador resulta seco, antipático, irritante, hasta que poco a poco nos envuelve y nos lleva a su terreno, destapando sin ningún pudor su yo más íntimo, convirtiendo al lector en un perfecto voyeur que no tiene que implicarse emocionalmente, anestesiado por las palabras, involucrado ya en el devenir de la historia, si la hubiese; bueno, qué más da! Un maldito de andar por casa, uno como tantos otros.
Pienso en la película. Me ha gustado mucho y doy gracias a Dios por lo mucho que me ha gustado.
-Gracias, Dios.
Luego llego a mi casa y me cago en Dios: tengo toda la entrada llena de colillas de tabaco. Está oscuro, pero mi llavero dispone de linterna incorporada y siempre que vuelvo a casa de noche miro el suelo de la entrada de mi casa. A veces tiene colillas y a veces no. Cuando tiene colillas me cago en Dios y me pongo a limpiar las colillas. Cuando no tiene colillas le doy gracias a Dios porque no tengo que mover el cepillo en mitad de la noche y a diez mil kilómetros de mi madre. Es una cosa que agradezco mucho a Dios: la del cepillo.
[…] El carácter de un hombre es su destino. Yo tengo un carácter pusilánime, lo se; mi destino es la humillación: lo se. Me tiran colillas a la puerta de mi casa y yo las limpio y doy gracias a Dios por los días en los que no tengo que limpiar colillas pero hoy he visto una película y tengo de mi parte toda la historia del cine y encima me siento sexy, o sea que mi carácter pusilánime está besando la lona.
[…] Entro en casa. Llego a la cocina. Me pongo un café y me enciendo un cigarrillo. Pienso en la cita: “El carácter de un hombre es su destino†. Se que mi destino es la humillación, porque mi carácter es pusilánime. Luego pienso en la cita. “Un hombre libre es un hombre que dice no†. Yo no soy un hombre libre, yo nunca digo no.
De todas maneras le doy gracias a Dios por las películas.
Trenes hacia Tokio es además, un insólito retrato de la megalópolis nipona. Una mirada sobre el aislamiento, la multitud, el dinero, la pornografía, los commuters y las ciudades dormitorio, parásitos y savia de la gran urbe, todas esas cosas que Tokio tiene en común con cualquier capital europea. Japón ejerce, además, la atracción de lo exótico; una sociedad lejana, antigua, llena de contradicciones, pero que engancha a los viajeros, a los que sueñan que viajan, a los que sueñan que viven… lejos.
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