Mi Padre era Diferente

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Mi padre era diferente. Era un hombre que se mantení­a aislado, sin pertenecer al mundo de los grandes héroes, ni tan siquiera al mundo de mi abuelo ni al rutinario y monótono mundo de su ciudad. Se mantení­a en un aparte, observador, solitario, educado, sin falsedad y lleno de interés por servir, aunque manifestando su lejaní­a, sin perder la sonrisa. No era un hombre misterioso, la suavidad hacia los demás nunca lo abandonó, ni tampoco la inteligencia, ni su rostro se desdibujó nunca con el infantilismo y la beaterí­a.

Mi padre no podí­a hablar con mi madre la misma lengua. Utilizaban idiomas diferentes, que hací­an imposible la comunicación y el entendimiento. Conmigo usaba la lógica y el racionamiento que utilizaba para atraerme, ganarme y educarme; a veces yo trataba de imitarle, me llenaba de admiración y entusiasmo, si bien sabí­a que mis raí­ces se extendí­an profundamente hasta los tentáculos maternos, dominios profundos y misteriosos.

Mi padre estaba lleno de música; mi madre no, no podí­a o no querí­a cantar.

Recuerdo que me decí­as «el matrimonio es una loterí­a», y que durante mucho tiempo se creyó que era un sacramento. Pero desde el divorcio sabemos que es una loterí­a, afortunadamente renovable. Si uno no gana el gordo, siempre puede ganar un segundo premio y la vida deja de ser triste y aburrida.

Si las emociones de la loterí­a no van con nuestro temperamento, es muy sencillo, hay que renunciar al matrimonio… o no.

Booker Little | Out Front (1961)

Booker LittleO lo que es lo mismo, “Booker Little and his Quintet featuring Max Roach†, detalle necesario y justo, reconocimiento puntual y sentido a uno de los mejores baterí­as del jazz; además, también figura en el grupito el gran Ron Carter, que luego se incorporarí­a al más famoso pero no por eso mejor “segundo quinteto Miles†; en los cortes donde no aparece Ron, lo hace Art Davis. Al piano, un discreto pero efectivo Don Friedman. Y los vientos, de otro planeta, Julian Priester al trombón equilibra los derroches virtuosos de las dos bestias principales: Booker Little (trompeta) y Eric Dolphy (saxos alto y bajo, y flauta), dos vendavales de juventud exaltada (23 Booker, 33 Eric) que sin embargo se intuyen veteranos quizás porque la muerte los esperaba a la vuelta de la esquina: a Booker ése mismo año por un “ataque de uremia† y a Dolphy tres años más tarde por una cetoacidosis diabética, dos complicaciones médicas hoy probablemente solucionables, entonces fatales, definitivas.

«Éste es el mejorrr disco de trrrompeta, y uno de los 3 mejorrres de jazz, jamás gggabado.» Ésas fueron las palabras textuales, en la feria del disco, que me soltó un alemán, chapurreando el castellano, desde sus dos metros de altura y tras 3 cajas de frutas repletas de vinilos de jazz, envuelto en una nauseabunda tufa por la evidente falta de higiene y los no tan evidentes efectos etí­licos de la noche anterior. «Yo es que soy trrrompetista, sabe?» Me llevé el vinilo, no sin regatearle algunos eurillos y así­ fue como adquirí­ ésta maravilla. Razón tení­a el gachón, además de advertirme la recomendación de no escucharlo a menudo: «muy denso, lleno de matises, puede saturrarr», concluí­a introduciendo los frutos (mermados) de la transacción en una caja de latón oxidada.

Eric DolphyBueno, ¿y el disco? Pues no me veo capaz de añadir nada más, completo y denso, sí­, espectacular, con una mezcla de hard-bop y cool a ratos, con notas (Dolphy is here) del vanguardismo que vendrí­a después y algunas partes realmente tremendas, por lo oscuro (el medio tiempo de “Moods in free time† es sobrecogedor, “Man of words† podrí­a ser una marcha fúnebre…), el dejarse llevar en inacabables terminaciones (algo así­ como los Allman en los conciertos del Fillmore…), enganchando un solo detrás de otro: Booker-Julian-Eric-sección rí­tmica y vuelta a empezar para concluir el tema (sirva de ejemplo “Quiet please†).

Una joya para disfrutar… eternamente? Juzguen.

Vida…

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Vida… o cómo machacarse el cuerpo en vacaciones

Cuando Basnem tuvo problemas durante su primera estancia en México, allá por el año 1986, y en su intento por no ser expulsado del paí­s preguntó al policí­a federal que se ocupaba de su caso, qué habí­a contra él. El funcionario sacó de una carpeta una ficha, la golpeó con un dedo y le contestó: «Borracho, borracho, borracho. He aquí­ su estancia en mi paí­s». La frasecita es tan brutal como exacta, aunque tal vez, en labios compasivos, la palabra adecuada habrí­a sido «calamidad».

Pero quizá más aún que la bebida, a Basnem le costaba prescindir de los amigos (nada recomendables todo hay que decirlo) si tenemos en cuenta que antes de su matrimonio habí­a llevado una vida francamente bohemia e incluso pandillera.

Él mismo, siendo niño, y junto a fuertes sentimientos religiosos inculcados por su madre, le hací­an perorar de noche, solo en su cama, sobre la vertiginosa caí­da del hombre hacia los infiernos, y esto le habí­a llevado a cometer actos ingenuamente pecaminosos. Más graves eran, sin duda, los delitos de su amigo Hsalfj, feliz solamente cuando estaba borracho como una cuba. Era un francés que habí­a abandonado Francia por asesinato; luego Portugal, por asesinato; más tarde España por asesinato y desde que se hallaba en México D.F., más de cuatro o cinco personas habí­an sido victimas de sus pequeños devaneos psicóticos, esto, y su habilidad para desollar las presas con la maestrí­a de un matarife le concedí­an el sello de persona non grata.

El asesino Hsalfj era hombre, sin embargo, de inquietudes literarias, dispuesto a publicar poesí­a y relato corto. Según Basnem, podrí­a haber triunfado en esa profesión o en otra cualquiera, deshonesta u honrada. Pero al parecer siempre abandonaba sus planes y volví­a al «más simple proyecto», el asesinato. Al final fue condenado y ejecutado, y sólo entonces supo Basnem de sus hazañas. Es de suponer que hay que creerle y que de conocer sus actos, no lo habrí­a tratado tanto, pero en todo caso la experiencia pareció dejarle una cierta tolerancia para los crí­menes más monstruosos. Pero esa es otra historia.

De su estancia en México puede decirse que nuestro protagonista fue desdichado y feliz por el mismo motivo, a saber: era espectador de la vida, apenas participaba de ella, o al menos no de sus aspectos más llamativos y emocionantes. En cambio llevó durante su deambular en esta capital una vida social intensí­sima y de lo más entretenida hasta el punto de que en tan solo 45 dí­as de estancia, fue invitado a soplar «y aceptó» ciento cincuenta y siete veces computadas.

El federal estaba convencido de que todo individuo posee una naturaleza esencial que se esfuerza, a lo largo de su existencia, en cultivar y mantener. La del perla que tení­a ante él no dejaba lugar a dudas, se encontraba ante un desmesurado bebedor de cerveza.

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A girl | Ron Mueck

A Girl
Las empleadas del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga (Cac) no salen de su asombro. Nos cuentan, alucinadas, cómo la gente se amontona en la entrada de la sala de exposiciones para ver la obra de Mueck.

Por vez primera el artista expone en un centro de arte moderno en España; es cierto que ha llovido tanto que las personas se refugian en los sitios más insospechados, en definitiva, que uno se mete donde puede. Esto es auténtica cultura pop. Gratis. Familias enteras, guiris, señoras con abrigo de conejo, parejas inequí­vocamente capitalinas se dejan caer por el Cac para ver a la “criatura†. Cinco metros de resina de poliéster, una pelí­cula del montaje y unos cuantos bocetos.

Además, si nos quedamos un poco, el Cac nos ofrece 45 obras, entre pintura, fotografí­a, videoarte e instalaciones, perteneciente a los fondos de arte contemporáneo de Unicaja.

El oasis es un lugar hospitalario donde siempre se puede hacer un hueco, donde el cobijo es posible. En este sentido el oasis tiene mucho que ver con el sentimiento de colección. En ésta siempre hay una premisa irrefutable e invita a la continuidad. Esa idea es la de tránsito. La colección nunca está terminada o, mejor explicado, siempre está en proceso. La colección de arte es semejante a las raí­ces de una palmera que buscan en todas direcciones el camino a seguir, explorando nuevas posibilidades, nuevos yacimientos donde encontrar el tesoro.

Fernando Francés, comisario de la muestra.

La colección Oasis se puede visitar hasta el 13 de mayo, mientras que los fondos permanentes nos ofrecen desde un Barceló, hasta la última adquisición. Un Julian Opie que formaba parte de una reciente exposición.
La cafeterí­a es agradable. Buen café y servicio. La librerí­a cuenta con una interesante sección de teatro.

agirl3.jpgA Girl Ron Mueck

Más imágenes de esculturas de Ron Mueck y otros artistas hiperrealistas.

Cac Málaga
Centro de Arte Contemporáneo de Málaga

Enlaces relacionados »

    [Cac]
    [Mueck en la wiki]
     

Crí­menes Ejemplares

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La nacionalidad no influye demasiado en la forma y la ejecución del asesinato, aunque existen ciertos matices geográficos que pueden influir en los motivos. No se mata por un plato de menudo en los puertos de Oslo, ni a un mulato oscense por ser de Vinaroz. Se mata a un señor por comer como un cerdo, y mondarse los dientes de una forma insistente y subversiva, que es un insulto a toda regla de educación escrita. Se le mata con un cuchillo entre las mismas encí­as, y luego se va bajando hasta abrirlo en canal. Un barbero mata a un cliente de barba tupida porque no soporta los granos y el hirsuto tiene uno debajo justo del gaznate. El modo enfermizo en que algunas personas remueven el café, es motivo para encañonarlas con una pistola del calibre 38. Un dentista que disfruta fresándote las muelas, merece un pincho en la entrepierna. Sudar demasiado en el autobús, con una camisa de cuello mugriento, es motivo para ser empujado a la carretera, con la boca abierta. Se mata por un libro, por una idea, o incluso en sueños. Por unos pañales, porque no te toca la loterí­a, por ser feo hasta el lí­mite, por rumiar, por no soportar el terciopelo, por Dios, por no poder dormir, por no poder amar, por ser más fuerte, por ser menos listo, por pisarle a un zapatero, por llegar tarde y silbando, por no recoger los excrementos de un perrito, por estar casado, por tener una pistola, por olvido, por descuido, porque a veces duele mucho el estómago, por tener un cuello demasiado largo, porque la paciencia (aún con los pacientes) tiene un lí­mite.

Hay razones cotidianas y relativamente absurdas, que conllevan a cometer crí­menes ejemplares. No hace falta urdir una venganza, trazar un plan minucioso para asesinar a unos amantes lascivos. A veces sólo hace falta un impulso para poder atravesar esa lí­nea de papel que separa lo correcto de lo incorrecto, el tú del yo, con un cuchillo de cocina o un golpe en la mollera. La muerte se convierte así­ en un hecho vulgar, intrascendente, pequeño y ridí­culo, liviano. Se desdramatiza y es inmediato, antes y ahora, respira y ya no respira, antes discutí­amos y ahora ya no. No se discute con Dios, tampoco se intenta descubrir al hombre. Se mata dejándose arrastrar por un sentimiento, se mata por ingenuas verdades. A veces se necesita algo más que un fuerte sentimiento para poder empuñar bien el arma y que no te tiemble el pulso. A veces el hombre, para poder llegar a sus lí­mites, necesita del vino, el mezcal, ciertos honguitos, el dinero, el odio, la desilusión, un plato de comida o un polvo en el puticlub de la Esperanza. A veces ni siquiera la inmediatez del acto es reconfortable, y se reconoce el fracaso como el signo del hombre moderno. Somos lo que somos, y no lo que pudimos ser. Nunca hemos estado tan cerca de tenerlo todo, y a la vez tan cerca de quedarnos sin nada. Tal vez sólo seamos una mala cosecha. La monotoní­a es otro crimen. Todos hemos matado sin darnos cuenta, y tal vez no haya sido la primera vez.

Max Aub (Parí­s 1903, México DF), republicano, deportado, ensayista y pulcro sociopolí­tico, terminó este tratado sobre los crí­menes cotidianos en México, en 1956. Buena ciudad para hablar del tema. No tiene un aire moralista, sino cierto sentido del humor siniestro y negro y un tono realista que te hace estremecer. No hay orden, sólo están algunos ejemplos de lo que un crimen puede llegar a ser.

«Le pedí­ el Excelsior y me trajo El Popular. Le pedí­ Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí­ una cerveza clara y me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una buena combinación.»

Crí­menes Ejemplares. Max Aub

Siempre vuestro, Dr J.

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