Salgo del corral cuando aún clarea el día. Demasiado calor para estas horas de la mañana. El sol promete un bochorno sofocante, anda amarillo como el lomo de un caballo polvoriento. Por mal camino se va cuando lo único que piensas en ese momento es en el número de cervezas que van a caer. El organismo se estremece como un sistema descompuesto, una red eléctrica que funciona con pocos voltios. El aroma erótico de una mujer inflama el ambiente. Sumido en el estudio de la geometría de sus pechos, de su geografía, de su exacta y estremecedora anatomía, uno se descubre viejo y lejano. Es el momento de tomar un carajillo, de comprar un libro de Murakami, de escuchar un poco de rock sucio, de fumar en las escaleras de la catedral donde una gitana evangelista exorciza demonios con ramitas de romero y come una jugosa sandía que chorrea por sus manos pringosas, por sus brazos hasta los codos, por su escote hasta el ombligo y por último hasta el mismo coño para refrescar insectos de alas mohosas… necesito un trago.
Me distrae la hora. Debo descansar otro día para continuar otra noche. El ciclo comienza y no se cierra. Toda esta locura me está haciendo pensar en la verdad. La verdad no esconde, muestra y enseña lo que parece estar oculto. Una verdad que se busca en todo, en los amigos, el trabajo y en la cama. Se regocija en la sorpresa de regalar placer, de ofrecerlo a pesar de nuestro egoísmo y nuestra avidez, en ese ser generoso sin pensarlo, sin planearlo, en hacer de la cama un lugar salvaje. Un tórrido lecho de efluvios letales, bestias que despiertan al grito de la sangre y el deseo, animales que se enredan como lianas en los lagos exóticos de lo imprevisto. La verdad va más allá de los secretos de la vida, que consisten en reconocer los mismos abismos inconscientes en cada uno y en cada cual, dominar la estaciones y las mareas, reconocer el tiempo de cosecha en el momento justo en que madura la fruta, adiestrar al cuerpo a convivir con su animal, no gritar más allá de la consciencia y saber amar. El amor tiene mucho de cama recién hecha, de hogar, la eterna vuelta al hogar donde nacer y renacer, donde dormir sin miedo a los murciélagos, donde levantarse con olor a tostadas y café. Pero la verdad no sucumbe al amor, no se deja dominar… la verdad exige algo más que conocer… la verdad exige un cambio de actitud… un arrepentirse.
Antes de desmemoriarme busco una taberna. La encuentro y tomo una cerveza… nunca es demasiado temprano para según qué cosas. No hablo mucho, hoy tampoco. Me voy tras pagar la tercera. Recorro las calles. El sol ya es indecente, luciendo con su ardor los cuerpos de jóvenes criaturas. Ando sin prisa, sin rumbo fijo doblo Recogidas. Parece que se ha movido un poco de aire, irreales como gigantes parecen los segundos en este intervalo de tiempo. El aire huele a mar, a mirra, a nardo. Una paloma alza el vuelo antes de ser atropellada. Todo parece ahora estar en su sitio, no sobra nada y en mí se forma la idea de tener lo suficiente. No quiero ni volver a respirar. El cielo ha cambiado. La luz ha cambiado. La paloma se ha quedado detenida a un palmo de la rueda, sin apenas emprender el vuelo. Las caras de la gente se han iluminado y se han paralizado. Sólo yo en medio del mundo. La gente de los escaparates no mira sino a otro vacío más. La gitana aún no ha secado el néctar chorreante de su cuerpo. Los bares están a medio abrir y a medio cerrar. Todo ha cambiado sin que se mueva nada. Miro atrás tras doblar la esquina y no hay nada. Nada queda de lo andado, nada queda atrás, nada hay. Nada, salvo la débil risa que a veces surge de las aguas enterradas.
“Y aunque no estuviera sobrio ahora, ¿por qué artes fabulosas, sólo comparables, por cierto, con los caminos y las esferas de la sagrada Cábala, habría podido volver a encontrarse en ese estado al que antes había llegado brevemente esa misma mañana, ese estado fugaz y precioso, tan difícil de mantener, de ebriedad en que sólo él estaba sobrio?†
Bajo el volcán – Malcolm Lowry
Siempre vuestro Dr J.
PD: permitidme un consejo, protegeos de las insolaciones.