Antenas

antena de tv

Mi generación no es inocente. Amo una ciudad llena de antenas, sospechosa de mutilar edades, con paredes en venta y árboles domesticados. Pequeños veranos, pequeños otoños que despliegan su tristeza. Metrónomos de cercaní­as. Ahuyentamos el bronce de dioses romanos para acercarnos a indómitos cerebros de silicio. Fuimos llamados a ser hombres, en un horizonte sin palabras. La nada se anuncia en los carteles de las paradas de un autobús atestado de estudiantes somnolientos. Cierro los ojos y descubro la oscuridad carmesí­. Abro los ojos y encuentro un paisaje para este tiempo de mudanzas. La vega sobrevive con hojas de tabaco. El ladrillo engulle las puertas del campo. No basta la poesí­a para salvarnos. La humanidad seguirá caminando por esta antigua tierra antes de poder contestar todas las preguntas. Con torpeza intento conciliarme con mi paisaje de árboles tranquilos. La gasolina está viva, refleja el arco iris después de las primeras lluvias. Hay labios que anuncian cierto tipo de victorias más allá de las cotidianas tragedias. Muere el verano para que llegue este pequeño otoño crepuscular. Observo fotografí­as estancadas, como aguas de un lago verdoso, ejecuto un baile para atraer el equilibrio. Pago por el agua, pero no por la luz. Me sigo preguntando si fui llamado a ser hombre. Busco las huellas del éxtasis alejado de la festiva multitud. Busco poder santificar un dí­a a tu lado. Busco con la poca fe que me queda una oración que te haga presente. Descubro una lista de la compra, huevos, café, manzanas y azúcar… extrañas notas de amor que me escribes. Busco mi paisaje y encuentro tu rostro ensartado en las antenas. Empiezo a tener dificultades para dormir tranquilo. Para domesticar la lluvia, para distinguir en el concierto de Chagall el azul de tu sonrisa. Un gallo rojo hace sonar un violí­n con sus alas que ya no sirven para volar. Demasiadas noches se me atraviesan en esta sala de espera de urgencias. Urge tu beso, un noble canto que calle a los tiranos, que embriague a los refugiados de esta generación que sigue huyendo de la inocencia. Rechazo la hí­pica y la épica. Rechazo la tregua. Las antenas han silenciado a los árboles. La ciudad nunca escucha y el campo nunca calla. Elevo mis poemas como globos sonda… espero un nacimiento que nos bendiga. Dejo la ventana abierta. Tenaz se difuminó la tarde, cada dí­a más breve. Esta noche seguiré buscándote. Cuando el mundo esté a punto de dormirse, yo empezaré a recolectar sus sueños para ti. Sueños para velar la noche de un enfermo, para despertar de su quietud a las estatuas de la catedral, tenderé antenas para atraparlos a todos, para desechar los más terribles, para regalarte los de los dí­as felices y poder ver como se acerca tranquila la alegrí­a a tu casa.

Un leve olor a sangre ajena me despierta. Mis manos apenas pueden expresar un minúscula parte del todo. Una libélula pequeña se perfila esta noche en mi paisaje, vela por la unidad del cosmos, pero eso tú y yo aún no lo sabemos.

“Por la noche, arriba en los Alpes,
las antenas no duermen,
las antenas vigilan,
dan vueltas con atención
y murmuran:

Mesí­as, ven finalmente†

Las antenas vigilan, de Adam Zagajewski, poeta polaco nacido en 1945 y cuya obra está siendo editada por la editorial El Acantilado. Una delicia.

Siempre vuestro, Dr J.

Imagen original

Una de aventuras

Caza de ballenas

Me llamo Ismael. Soy maestro de escuela e intento sostenerme en el caótico derrumbe de proyectos y desastradas aventuras que es mi vida. Me convertí­ en un inadaptado y decidí­ alistarme en un barco ballenero, el Pequod, junto con un arponero pagano y sodomita llamado Queequeg. Nuestro barco está comandado por un hombre paralí­tico, amargado y vengativo. El Capitán Ahab no sólo es un ser humano abrasado por el odio, sino la personificación misma de esta pasión.

Nuestra singular singladura nos arrastra directamente hacia la catástrofe, demoní­acamente, sin tener apenas tiempo de reflexionar sobre la temeridad del intento. En esta aventura, hay una presencia real de la muerte, y cuando digo real me refiero a que no se trata de los fantasmas que invocamos con la imaginación. No. Aquí­ la percibimos con la plenitud de nuestras conciencias. Está aquí­ mismo al alcance de nuestras manos, irrecusable.

Al final… yo, solo yo consigo escapar de la muerte. Ismael que en hebreo significa… escucha a Dios.

Escucha, los zopencos no deben dar premisas por sentadas. ¿Cuánto tardará en estar lista la pierna?
Tal vez una hora, señor.
Acabadla y traédmela. ¡Ah, vida! Aquí­ estoy, orgulloso como un dios griego, y sin embargo quedo deudor de este burro por un hueso sobre el que apoyarme.
Maldito sea este endeudamiento mortal y mutuo que no acabará con los libros de contabilidad.

Llegué a está novela por casualidad, tras terminar de releer una obra de Hugo Pratt llamada “La Balada del mar salado† la primera aventura de Corto Maltés. Tras quedar maravillado nuevamente por el cómic, vagué por los estantes de la librerí­a en busca de Conrad, London, O´Brien… pero al final me topé con Melville y su ballena blanca.

En Moby Dick se pueden encontrar desde razonamientos metafí­sicos de muy difí­cil comprensión a una narración de tintes épicos, pasando por un manual naturalista sobre la fauna marina.

Merece la pena.

Imagen original en Wikimedia Commons.