Cambiar de estado itinerante a estado hipotecario supone una solidificación del ensueño juvenil. Cajas de cartón de viejos televisores, de mantas eléctricas, de fruta… se transforman en cofres marrones donde se sepultan fotos, libros, música en todos los formatos, enseres de cocina, trastos, electrodomésticos grises…
La mudanza atrapó mi tristeza, la envolví con cuidado para no dañarla, y la guardé en el trastero. Empieza un tiempo para la imaginación, pera la distancia y para ser de nuevo un buscador. Armar muebles, elegir cortinas, engalanar las bombillas con algo más que la luz. Poner distancia. Poner lavadoras. Poner constancia. Poner arcones en la alcoba.
Cada tiempo de mudanza necesita un paisaje. Yo tengo una terraza donde puedo ver la vega vestirse de mañana y de tarde. Quedarme quieto, apreciando el frío de la noche, mientras miro absorto el perfil de la sierra. Tengo el privilegio de la serpiente, puedo enroscarme en la montaña y mudar de piel. Tengo el privilegio de cerrar los ojos cuando entro en casa y poder seguir echándote de menos.
Hay días y momentos en los que la vida te da más de lo que necesitas o crees merecer. Si se cultiva la humildad (la mía anda en barbecho) comienzas a ver en el país de los ciegos. En ese valle donde todo puede volver a empezar, donde renombrar las palabras, palabras como leche, sueño o combate, no es más que un juego. Los colores van cambiando, se muda tu mirada. Esperar el movimiento de cada paso como si ya estuviera andado. Según el tiempo, una palabra madura o se empequeñece, es capaz de mutar, de mudarse de objeto, de cambiar su significado. El tiempo de mudanza cambia palabras escritas en buzones y palabras pronunciadas en silencio, cerca del corazón. Empiezo a comprender, como los antiguos, que lo permanente es el cambio.
«Y Núñez se encontró a sí mismo intentando explicar el ancho mundo del que había caído, el cielo y las montañas, la visión y otros prodigios como aquellos… Y ellos se negaron a creer o a entender nada de lo que les dijo… ni siquiera comprendieron muchas de las palabras. Durante catorce generaciones, aquella gente había estado ciega y aislada del mundo de los videntes. Los nombres de las cosas alusivas a la visión se habían olvidado y habían cambiado.»
El país de los ciegos. H.G. Wells
Siempre vuestro…
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