Ruido de fondo (White Noise) | Don Delillo (1984)

Ruido de fondo (White Noise) de Don DelilloAprovechando la, hasta ahora, última entrega literaria de Cormac McCarthy, «La carretera», una especie de alegorí­a al fin del mundo que ya se comentó (sin demasiado «ruido»), traigo a la palestra una obra que podrí­a considerarse predecesora. Antes de la supuesta hecatombe nuclear, nos centramos en un curioso personaje, Jack Gladney, padre de una no menos particular familia: varios hijos de distintos matrimonios y su actual mujer. Todo parece ir sobre ruedas («american way of life») en la vida de este jefe de departamento especializado en el estudio de la vida y milagros del mismí­simo Hitler. Sí­. Como suena. Sólo con esto dan ganas de vomitar, las escenas domésticas se van sucediendo, sin más, pero algo pasa, no podemos evitar un pequeño nervio, un hueco en el estómago, una amenaza sutil (o no tanto?). No podemos dejar de pensar que todo se puede ir a la mierda en un solo dí­a. Toda una vida construida en años esfumada en pocas horas (o minutos). Y con la intranquilidad de pensar que la causa de todo la hemos podido engendrar nosotros, con ese «volcarnos» con la tecnologí­a, ésa necesidad de enchufes (acaso no estáis conectados a varios aparatos mientras leéis esto?). Eso sí­, el hijoputa de Delillo primero nos conmueve:

«…contemplar a los niños mientras duermen me hace sentir devoto, es todo lo que llego a aproximarme a Dios. De existir un equivalente laico a la devoción religiosa, éste serí­a la contemplación de los niños cuando se encuentran sumidos en un profundo sueño. Especialmente en lo que se refiere a las niñas…»

…para luego amenazar con la pérdida de estas pequeñas cosas.

También tiene «su humor», teñido de un cinismo que hace pensar en Philip Roth/Woody Allen (habrí­a que hablar de esta pareja), con su miedo a la muerte representada por enfermedades terrorí­ficas que sólo saben afrontar (no curar, aunque a veces) ciertos médicos:

«…la gente te pregunta si tienes un buen internista. Ahí­ es donde reside el auténtico poder: en los órganos internos. En el hí­gado, los riñones, el estómago, los intestinos, el páncreas, y su interconexión… la medicina interna es nuestra poción mágica. Un buen internista nos proporciona fortaleza y carisma independientemente del tratamiento que prescriba. La gente pregunta por buenos asesores fiscales, agentes inmobiliarios y traficantes de droga, pero quienes realmente importan son los internistas. “¿Quién es tu internista?†, te preguntan en tono desafiante. La pregunta implica que si su nombre no resulta familiar estás condenado a morirte como consecuencia de un tumor pancreático en forma de hongo. Se espera de ti que te sientas inferior y condenado de antemano no sólo por las hemorragias que puedan sufrir tus órganos internos sino porque no sabes a quién consultar al respecto. El auténtico poder es ejercido por personas como nosotros a nivel cotidiano mediante estos pequeños desafí­os e intimidaciones…»

Cachondo el tipo.

En fin, una lectura recomendable en estos tiempos de exceso de enchufes y radiaciones… si seguimos así­ podrí­amos llegar a ser el protagonista de «La carretera».

Es Honduras

Tegucigalpa

Escrito Originalmente por Dr Babinsky supongo

Tegucigalpa. Se levanta la mañana, muy temprano, es de madrugada y el sol ilumina como si fuese mediodí­a. Las calles ya bullen como un hervidero y se escuchan los gritos de decenas de vendedores ambulantes que predican delicias hechas por manos femeninas con base de maí­z la noche anterior, cláxones desmadrados llamando a un mayor caos, nubes de tierra ascienden por acelerones y frenazos de viejos coches desvencijados. Frenética actividad dirigida hacia una nada inevitable. Se despierta el desasosiego antes casi de que se haya acostado. Niños sin zapatos recorren las calles terrosas mientras jóvenes envejecidos por el resistol se tambalean con los pantalones casi bajados y cubiertos de orines. Madres que transportan pequeñas criaturas que van mamando de los secos y caí­dos pechos mientras ellas danzan por la cojera de una fractura por atropello mal consolidada y que salen a vender tortillas. Ancianos de mirada perdida y profunda que portan machetes de hoja ancha y larga y un hatillo de ramas cortadas en la noche que termina. Perros que vagabundean sin destino fijo y que olisquean las calles en busca de un desayuno. Hombres ocupados en la única ocupación al alcance de todos, el desanimo. Voceadores de destinos que corren asidos de las puertas de autobuses amarillos en otro lugares desechados y que nunca gritaran felicidad, progreso, esperanza. Coches de policí­as que cruzan con miradas tristes, calados con chalecos antibalas y gruesas escopetas de cartuchos, hacia un nuevo tiroteo. No se puede saber si es violencia que se levanta o que colea antes de acostarse en un breve sueño. Sueños de realidad henchida, en dónde las maras se crecen y exterminan.

Y en el dolor, también, inexplicables miradas alegres para ojos que vienen del mal llamado primer mundo. Sonrisas veraces que rompen la oscuridad como un rayo en la noche y que truenan en esos mismos oí­dos del primer mundo que no comprende y en el que restallan. Ojos que no saben ver y oí­dos que no saben escuchar. Ojos y oí­dos saturados de mentiras piadosas y medias verdades destructoras. Vista nublada para la realidad del mundo, oí­dos taponados para las verdades que se gritan desde el mal llamado tercer mundo.

Risas, cantos, bailes con ropas de mil colores. Fraternidad creada a las puertas de la casa de la miseria, en dónde se comparte el arroz y el frijol. Gallinas que corretean por entre las ruedas de los coches celebrando un dí­a más de vida.

La vida que bulle, que grita, que enloquece, que se desborda sobre regueros de miseria y muerte. La vida que sufre y que puede, que quiere y que odia. Vida que se rí­e de sí­ misma para en un salto mortal sobrellevarse.

Y todo enmarcado entre grandes y verdes montañas coronadas de nubes y ceñidas por las últimas chabolas instaladas.

Una niña sentada, de la mano la pequeña hermana, mientras respira sólo observa.