Aprovechando la, hasta ahora, última entrega literaria de Cormac McCarthy, «La carretera», una especie de alegoría al fin del mundo que ya se comentó (sin demasiado «ruido»), traigo a la palestra una obra que podría considerarse predecesora. Antes de la supuesta hecatombe nuclear, nos centramos en un curioso personaje, Jack Gladney, padre de una no menos particular familia: varios hijos de distintos matrimonios y su actual mujer. Todo parece ir sobre ruedas («american way of life») en la vida de este jefe de departamento especializado en el estudio de la vida y milagros del mismísimo Hitler. Sí. Como suena. Sólo con esto dan ganas de vomitar, las escenas domésticas se van sucediendo, sin más, pero algo pasa, no podemos evitar un pequeño nervio, un hueco en el estómago, una amenaza sutil (o no tanto?). No podemos dejar de pensar que todo se puede ir a la mierda en un solo día. Toda una vida construida en años esfumada en pocas horas (o minutos). Y con la intranquilidad de pensar que la causa de todo la hemos podido engendrar nosotros, con ese «volcarnos» con la tecnología, ésa necesidad de enchufes (acaso no estáis conectados a varios aparatos mientras leéis esto?). Eso sí, el hijoputa de Delillo primero nos conmueve:
«…contemplar a los niños mientras duermen me hace sentir devoto, es todo lo que llego a aproximarme a Dios. De existir un equivalente laico a la devoción religiosa, éste sería la contemplación de los niños cuando se encuentran sumidos en un profundo sueño. Especialmente en lo que se refiere a las niñas…»
…para luego amenazar con la pérdida de estas pequeñas cosas.
También tiene «su humor», teñido de un cinismo que hace pensar en Philip Roth/Woody Allen (habría que hablar de esta pareja), con su miedo a la muerte representada por enfermedades terroríficas que sólo saben afrontar (no curar, aunque a veces) ciertos médicos:
«…la gente te pregunta si tienes un buen internista. Ahí es donde reside el auténtico poder: en los órganos internos. En el hígado, los riñones, el estómago, los intestinos, el páncreas, y su interconexión… la medicina interna es nuestra poción mágica. Un buen internista nos proporciona fortaleza y carisma independientemente del tratamiento que prescriba. La gente pregunta por buenos asesores fiscales, agentes inmobiliarios y traficantes de droga, pero quienes realmente importan son los internistas. “¿Quién es tu internista?†, te preguntan en tono desafiante. La pregunta implica que si su nombre no resulta familiar estás condenado a morirte como consecuencia de un tumor pancreático en forma de hongo. Se espera de ti que te sientas inferior y condenado de antemano no sólo por las hemorragias que puedan sufrir tus órganos internos sino porque no sabes a quién consultar al respecto. El auténtico poder es ejercido por personas como nosotros a nivel cotidiano mediante estos pequeños desafíos e intimidaciones…»
Cachondo el tipo.
En fin, una lectura recomendable en estos tiempos de exceso de enchufes y radiaciones… si seguimos así podríamos llegar a ser el protagonista de «La carretera».