Nocturno de Chile

nocturno har shirLa soledad es una moneda de dos caras. La religión no es sincera. La mí­stica quema demasiado. El dolor ya no tiene más sentido que unos ojos desilusionados y sin un atisbo de inocencia. En la noche, en los dí­as inciertos del otoño, me asomo a una ventana que asusta luces encendidas a lo lejos. Las tropas del desacuerdo se tornan en oleada violenta contra mi cabeza. Las tropas de los hermosos vencidos se acomodan en mi cabeza, con sus flechas incandescentes y sus miradas mordidas por el desamparo y el triunfo de las formas. El rí­o que me conduce no es tortuoso como imaginaba, sino rápido, tan rápido y veraz que nadie lo puede detener. Los rostros de la gente que amé se agolpan en la ventana, no son recuerdos, son rostros que miran inmóviles mi tiempo.

Lo que quiero es no dañar el mundo donde paso. A veces me gustarí­a tener alas para no poder pisar la tierra, para alejarla de mis pesados pasos. Las alas no sirven. El campo se agosta y el ladrillo sucumbe. Mi azada está rota. Mi cabeza es pesada y cae sobre este teclado. Las calles están vací­as, por donde antes caminabas y ahora no caminas. Se doblan las calles, se quiebra la tierra. Hay temblores que no se sabe bien de dónde vienen, pero abren grietas para que escapen cadáveres insomnes de sus fosilizadas tumbas. La noche es igual aquí­ que en Chile. Los halcones aún no han conseguido acabar con todas las palomas. El joven envejecido sonrí­e y el salto que queda por dar está un poco más lejos y es un poco más difí­cil. La literatura sostiene en sus columnas retazos de agua y vida y verdad y muerte. La literatura de occidente debe cambiar, pero no lo hace. La música sólo miente en estos dí­as extraños, aislados del silencio puro, de la esfera de silencio, dirigidos por la memoria y el gusto y tantas emociones que aún perduran. La soledad culmina su piadosa voluntad inquebrantable, un centro callado sin color de forma continua y permanente. La intención de la escucha no es la intención de la ausencia. No se me hizo fácil aprender lo que seduce de la noche y del silencio. La polí­tica es inculta. La cultura es polí­tica. La noche es noche. Mis palabras sólo son palabras. El secreto del mal continúa con su incólume presencia.

Una velada de vino y lectura, envolviendo el origen de la noche en un abrazo póstumo, en un poema de moral espartana, de fidelidad añeja, de moral abstracta. Una velada con furia en la palabra. Una conjura para derrocar el poder del hombre-estado. Una noche de fiebre distraí­da, un mal olor a piel deshabitada. Una impasible propuesta de alguien que no quiere amanecer. No tuve miedo, pero no hice nada. No tiembla mi ánimo ni la punta de mis dedos. La noche continúa asomada a la ventana, pero resistiré con voluntad decidida, resistiré como todos los que han visto la vida y han decidido vivir. La noche continúa asomada en mi ventana… entre águila o sol, parece que se anuncian nubes bajas y una lluvia de recuerdos liberada… entre águila o sol, mañana veré amanecer sobre el motí­n de celajes.

“Y entonces pasan a una velocidad de vértigo los rostros que admiré, los rostros que amé, odié, envidié, desprecié, Los rostros que protegí­, los que ataqué, los rostros de los que me defendí­, los que busqué vanamente. Y después se desata la tormenta de mierda.†

Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño

Siempre vuestro, Dr J.

Imagen original en Wikimedia Commons

Norteamericanos ante la vida…

portadas de novelas americanas

No sé por qué, pero el caso es que estos tipos son capaces de lo peor y de lo mejor, y en los dos frentes al más bajo y alto nivel, respectivamente.

Ya tuvimos el Cosmogonic y yo nuestras discusiones sobre la música de los 60-70, en plan american vs british music, por ejemplo. No voy a entrar por ahí­, ya están los post del Taliban para corroborarlo… Solamente (solamente) voy a hablar de literatura norteamericana contemporánea. Y es que, casualidades de la vida, en los últimos meses han llegado a mis manos —y me han traspasado cerebro, entrañas y alma— unas cuantas novelas que tienen varias cosas en común: el ser escritas por norteamericanos actualmente vivos (y más o menos reconocidos) y el tener como eje narrativo al ser humano, al hombre, rodeado de las amenazas (y recompensas) de la cotidianidad. Y no me refiero, que podrí­a, a Carver ni a Richard Ford, recientemente «de moda», me refiero a Don Delillo, Philip Roth y Paul Auster.

Las novelas respectivas (en versión original tienen más en común, si cabe) son:

  • «The falling man» («El hombre del salto»); Delillo, 2007. Inspirada por los eventos del 11S, pero sólo inspirada. A partir de ahí­ una historia sobrecogedora… y por cierto y aunque sea cansino, las páginas dedicadas a la tragedia no tienen desperdicio.
  • «Everyman» («Elegí­a»); Roth, 2006. El amigo Philip frente a sus dos obsesiones fundamentales: la muerte y el sexo. En éste caso más hacia la primera, sin olvidar el segundo, je je
  • «Man in the dark» («Un hombre en la oscuridad»); lo nuevo de Auster, 2008. Esta vez sí­. Desde Tombuctú Auster me estaba «casi» defraudando con cada novela. Ésta última tiene «algo» que me ha llegado más adentro. Y el final es absolutamente devastador.
  • Y la serie se podrí­a completar, ahora lo veo más claro, con «Sutree», de Cormac McCarthy (1979), que aunque se adelanta varios decenios a las demás (y un siglo), podrí­a servir como inicio de esta especie de tetralogí­a del hombre moderno angustiado…

El elemento (desoladoramente) clave: el hombre está sólo, y únicamente a través de esta soledad puede llegar a entender los entresijos de la vida. Curiosamente estos tipos llegan a esa situación en una etapa «más que madura» en sus vidas, y todos después de haber transitado por una vida familiar, con hijos incluidos, lo cual no deja de ser lo más inquietante de todo. Solamente Auster deja un resquicio (muy pequeño) para la esperanza, pero es que Auster es el más maricón de los cuatro.

Estos temas han sido muy tratados en la literatura, «demasiado». Los latinoamericanos de una forma magistral (pero «demasiado» cargados), los europeos de una forma ejemplar (pero «demasiado» frí­os), los españoles constituyen una mezcla variada de estos dos últimos, los asiáticos se llevan la palma (pero muy viscerales) y los africanos abruman con su crudeza. De otras literaturas entiendo poco…

Creo que, en este sentido, y tras descubrir a genios como Faulkner y Bellow, tengo que concluir que los norteamericanos tienen ésa extraña capacidad de hacer lo complicado simple, pero no por ello perdiendo intensidad.

Para quien quiera salir de los clichés de literatura facilona, le invito a estas «novelas» de la desesperación…