
Hay distancias sin tiempo. Desordenadas geografías personales perfiladas en la memoria. Pueblos imprecisos que están presentes ahora. Tus ojos se abandonan para mirar por la ventanilla de un coche caer la lluvia sin importancia sobre la brevedad del campo que queda atrás. Geografías confusas que forman parte de lo que uno fue, por dónde uno pasó. La luz de un día de verano desnudo en el río persiguiendo cabezorros. Charcos de agua furtiva y mutilada por el ansia de seguir su curso entre las rocas del monte donde os perdíais hasta la hora de comer. Guerras de agua en una casa derribada por las escavadoras y el viento. Oxígeno que quema y mata en exceso, pero necesario como la uva para el vino. Bicicletas montadas desde la tarde, creciendo en la osadía de lo inexplorado, provincias a kilómetros de distancia atravesadas a todo correr hasta la puesta del sol, sobre terrones de tierra esférica. La fuente que saciaba la sed, donde veías beber a las niñas que mostraban con elegancia las primicias de su juventud. De qué caño beberás ahora tú. Salpicando con agua las faldas de mujeres que sonríen con picardía. Papiroflexia para crear flores inodoras como virutas de hojas petrificadas. Inútiles aquellos gestos para darle la mano a Caperucita, ignorado como las pipas rancias que no te terminaban de matar. Saltamontes en cajas de galletas con alitas de colores. Hojas caídas sobre el pelo, trémulas en tus manos sucias se reunían las primeras briznas de luna y fuego verde. Los primeros excesos, la risa y el espejo del baño ya se han transformado en sombra. Sombras como la gancha del pobre nando, como los cardos de San Juan, las ranas del nacimiento, las allozas amargas del cerro y el brasero de ascuas candentes bajo la falda de la mesa camilla. La infancia es una región con nubes de cartón.
Ahora, frustrado cosmonauta, miras atrás los pliegues de un mapa amarillento que protege aquella provincia abandonada. Campo y campo, mientras pensabas en volver, mirando por la ventanilla el mundo crujiendo de frío. Hasta la fecha, has contado tantas noches con sus horas insólitas llenas de insomnio, que todavía no has aprendido nada. La ausencia de ciertas órbitas celestiales te embrutece. Cuando has visto la cama vacía, has arrugado el tiempo con las manos, acordándote torpemente de esas perdidas dotes para la papiroflexia. Como un fardo para recoger aceitunas, has extendido este papel para recoger recuerdos pasados. Sé que hay gente que ha muerto buscando la felicidad sin encontrarla. Cuando alguien muere, el resto espera. El bruto deja secar sus plantas y deja en las ramas de los viejos olivos los frutos del amor y la locura para que se lo coman los mirlos. Un animal con un pájaro entre los dientes, es inocente. Pero el tiempo regala a la tierra hijos para redimirse, para terminar lo que ya ha empezado, para renovar las provincias descuidadas. Una fiesta de botellas vacías anuncia que esta noche vendrán del sur los fantasmas del lavadero a aliviar esta fiebre con humos de adormidera. El cazador abandona la provincia para comprar el periódico de la mañana. Un café caliente recuerda al cazador que abandone la búsqueda. La trompeta que sonaba en los días de verbena se marchita en el aire como un león sin colmillos. Como una planta con tallo de hueso, has clavado hoy los pies en el río que se llevó casi todos tus naufragios. Hay días que pertenecen a esa provincia enrarecida del olvido donde termina todo. Pertenecer es amar. Enraizando el rostro en el olvido, hay horas que nunca terminan. Dormitas como un animal enroscado en cuevas que escapan del control de sus caminos. Aún queda algo de honestidad, un par de zapatos nuevos y algo de decencia que siempre es necesario. Hay lugares en los que sus flechas no hieren. Hay cosas que no volverán y mil generaciones que esperan su hora para venir. El dolor es una pálida arista del deseo. Quién quiera que yo sea, es lo que hoy veréis… los pájaros lo saben.
Una provincia.
Una provincia por ti amada es la infancia.
¿Te acuerdas aún?,
aquellas fiestas con guirnaldas de máscaras
en penumbrosos parques,
en marismas con barcos.¿Te acuerdas aún?,
de un tren lento entre luz azul y frontera,
de un libro otoño con cazadores,
de una noche en valle de miedo,
de un volverte a mirar la ciudad,
la ciudad que en tus sueños soñabas.Nadie te puede arrebatar todo esto.
Nada terminó todavía.
De aquella provincia jamás
podrá expulsarte ningún ángel.Juan Manuel Bonet
Siempre vuestro, Dr J.
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- [Imagen: Charco de M. C. Escher]
[Maurits Cornelis Escher | Wikipedia]

He mitigado el dolor con el silencio. La oración es un vómito de expresiones vacías, si tú no estás. Pestañas de sal a cien metros de un beso. Tu indecoroso destierro a cien metros del paraíso. Llueven corazones de manzana en las calles del desvelo. La humillación deja frutas por pudrir, y se parece cada día más a la renuncia de los sentidos. No me comprendas, aparta de tus días esa atroz soledad y ámame sin remilgos. Obedece al destino de los dátiles a cien metros del sufrimiento de los aún por derrotar. El amor de los vencidos queda a cien metros del paraíso. Cómodo en tu abrazo, bebo a tragos largos el veneno de una muerte. Doncellas que preparan comida fría, han mutilado su experiencia por falta de propósito. Aunque tus músculos predicen el futuro de tu carne, hace tiempo que escogiste el camino de la ansiedad. Aún puedes reclamar tu tiempo en esa oficina que queda a cien metros del paraíso. Me sitúo frente a una estatua de cera con los pantalones bajados hasta los tobillos, con dengues hago asco a las comidas. El vino calma mi frío y mi vergüenza, pero no detiene las lágrimas que brotan insolentes de mi anómalo ombligo. Como un indio viejo y ciego que mira la radio, ya no busco mi libertad sino tu consuelo.
No mi soledad, sino tu compañía. No el paraíso, sino el paraíso contigo. Una vez elegido lo que queda, somos ángeles sordomudos con experiencias suicidas, con muñones en la espalda donde hubo frágiles alas que empezaban a pesar. Aprendimos a rodar por caminos estrechos de luna y carbón. Cuando llueve no sólo se mojan las calles. En doctrinas perdidas hace tiempo, contemplo la lluvia. El que contempla, a veces sonríe y casi siempre calla. Las palabras derriten los sentidos. La noche es un accidente. Las urgencias permiten batallas de huevos, consuelan heridas mal curadas que terminan por matar, y confunden lunares oscuros con sarcomas de Kaposi. Se acaban las reservas de manzanas. Las algas no nutren como la carne. Los círculos de tiza que encerraban a la bestia, ya se han borrado bajo esta incesante lluvia. Y la lluvia no cesa a cien metros del paraíso. Alguien nacerá para terminar lo que tú no has hecho. 
Llevo veintidós horas sin dormir. Veintidós horas viendo enfermos. La fiebre de hoy aún no se ha ido.
El celador se lleva el cuerpo, la familia le sigue con la cabeza agachada, buscando el hombro del hermano que hacía tiempo no abrazaba. Se cierran las puertas del ascensor que baja al lugar donde se juntan los cadáveres. Camillas frías de futuros esqueletos. Los encargados del turno de limpieza se desperezan para hacer de nuevo la cama. Se limpian las sábanas recién sudadas, se limpia la cama recién abandonada, se limpian los cristales y las ventanas se abren por si el alma quiere escapar. La enfermedad se contagia, se agazapa, se arrincona y arremete en el momento más inoportuno. Dónde voy yo, adónde te fuiste tú. Perdido por esas calles de piedra carmesí, con tu nombre mordido en mi hombro. Palidecen algunos gramos de levedad. Las horas se suceden y aquí no ha pasado nada. Yo observo insomne el trasiego de fregonas y batas. Un nuevo enfermo espera para descansar en la misma cama. La gente termina sus turnos, yo no termino de dormir. Luego a pasar planta. Luego a casa. A la compañía de mi casa en soledad. Coltrane me mira intrigado. Dónde estarás tomando café, a quién le sonreirás. Salgo a gastar mi sueldo en libros que digan cómo continuar, cómo aprender a perder una y otra vez, bajo la lluvia con maletas de cartón pintadas de betún. Sin un te quiero, te quiero, pero no quiero que me quieras demasiado. Cuatro horas de ruinas y despeños. Hay cristales rotos de vino ácido crujiendo entre mis dientes de animal. Las ranas que saltan sobre la luna han aprendido a predecir los diluvios, pero los charcos no sólo se forman de lluvia. Te recuerdo sin saber que con uno de tus besos se puede fundar una ciudad.
El indígena no tiene concepto de enfermedad crónica. La enfermedad se cura o te mata, pero no conciben que tenga que vivir contigo. Es algo divino, trascendente, ajeno a tu voluntad. Los pacientes compran remedios para la tensión, la artritis, la diabetes… un mes y luego se olvidan. Muchas veces no hay plata, pero ese no es siempre el problema. El indígena vive al día, y su concepto de eternidad es distinto. Cuentan los más viejos que hubo un día que duró varios siglos, y varios años transcurrieron en un segundo. Quién sabe lo que pasará mañana.
El Camba es el indígena de la región del Beni. Su modo de adaptación al medio es impresionante. Da igual la lluvia o el calor. Utilizan lo que crece de la tierra para comer, vestirse, refugiarse, sobrevivir de una manera cotidiana y diaria. No se preocupan de nada más, tienen lo suficiente. El concepto de desarrollo es un concepto impuesto. Ellos se comparan a los perros. El perro y el Camba saben llegar a cualquier lugar, saben vivir en cualquier lugar, dicen.