Songs of Love and Hate

Love & Hate

Una vez me encerré en mi cuarto con los discos de Leonard Cohen. Tení­a fiebre, y durante un fin de semana interminable, donde apenas dormí­, tomé un poco de sopa de mi madre y por supuesto no me duché para mantener en mi cuerpo los estragos de la fiebre, los escuché con auténtica devoción. En estas circunstancias disfruté de aquellos vinilos, sobretodo del «Songs of Love and Hate», con aquellas magní­ficas imágenes de Juana de Arco en la hoguera convirtiéndose en oro o aquella carta mojada por la distancia y el tiempo sobre aquel famoso impermeable azul. Lloré y desnudé mi alma con aquellas notas persistentes de delirio profano e insomne. Y hoy, he vuelto a escuchar ese disco, con algunos años de más y algunos pasos más sobre esta tierra que nos empeñamos en romper. Hoy he desnudado mi alma de pesar, para llenarla de más tristeza, para no sentirme solo, para ahogar la tristeza del desamor en un vaso de absenta verde náusea. Me he sentido como un niño que bordea el filo resbaladizo de la roca. Del amor al desencanto no hay más que unos instantes. De tener un amor a no tener nada, sólo hay un paso al otro lado de la delgada lí­nea roja… eso e irse a Huelva. L. Cohen se ha portado otra vez como un amigo, me ha dado la mano y se ha ido «no todas las piedras pueden convertirse en diamantes» me ha dicho con una sonrisa lenta y triste. El calor ha vuelto… esta vez si me he duchado.

Brevario de los vencidos

Émile Michel Cioran

Recientes acontecimientos han devuelto a mi ánimo a un todaví­a más profundo abismo. Y allí­, sólo algunos vencidos han sabido sobrevivir con honestidad. Con la honestidad de la soledad. Con la honestidad del desencanto. Con la honestidad de un hombre desnudo. Entre ellos el viejo E. M. Cioran. Éste rumano es un filosofo sin filosofí­a, de esos que saben lo que vale la vida y una barra de pan, de esos que han pasado penurias, que han sufrido el exilio (tanto interior como exterior) de un Parí­s habitado por santos bebedores (un guiño a Roth), que conservan la lucidez del hambre. La lucidez del abismo, la lucidez de la soledad. Visionario del desengaño, su lucidez ahonda en lo que todos pretendemos olvidar, templa las fuerzas de su vida en la fragua de la desilusión y desnuda las emociones del hombre para enaltecerlo y subirlo a los altares mundanos e insomnes de las bajas pasiones. No estoy hablando de un premio nobel, ni de la belleza de la literatura, ni siquiera de quién utiliza su palabras en pro de un feminismo retrógrado o de quien defiende la algarabí­a polí­tica de un lí­der ridí­culo. Estoy hablando de la letra que llega al fondo, y desentraña la vacuidad. Antes de fallecer en 1995 se tradujo el libro que cito, éste Breviario de los vencidos (Ed. Tusquets), indispensable para poder terminar de hundirte y empezar a ver con nuevos ojos. Para no sucumbir a la desesperanza, sino aprovecharla. Amigos, disfrutad de la desesperación.

Con ansia y amargura, he intentado cosechar los frutos del cielo y no he podido. Se elevaban hacia no sé que otro cielo cuando les tendí­a mis manos golosas de su abundancia. No, no es la visión de los astros lo que me deslumbrará. Bastante luz he perdido mendigando a las alturas. Harto de toda laya de cielos, he dejado mi alma a merced de los ornamentos del mundo.»

Émile Michel Cioran

Siempre vuestro, se despide el Dr. J, agradecido a J. y al Talibán por sus nacimientos y su dicha, y por ser los amigos que sostienen la templanza de un cálido abrazo… así­ pasen otros treinta años. Un abrazo, camaradas.

Lí­nea dura

De nuevo vuelvo a la lí­nea dura de un discurso poco aceptado hoy en dí­a. No estoy hablando del suicidio de unas muñecas, estoy hablando de la negación del yo. En éste mundo de juventud, sonrisas, tí­as buenas y felicidad, hay, aunque joda, gente sufriente. Pero ellos, lejos de merecer nuestra compasión son bienaventurados, bendecidos por el evangelio.

Miguel de Molinos, último gran mí­stico español, condenado por la Inquisición y siempre desprestigiado, es el padre del quietismo occidental, corriente nihilista donde las haya y fuente de inspiración para todo el que se precie de algo. Nuestro Miguel, en su guí­a espiritual de 1675 (era el siglo de oro español???) dice sin tapujos:

No está la dicha en gozar sino en padecer con quietud y resignación. Santa Teresa apareció después de muerta a un alma y le dijo que sólo la habí­an premiado las penas y que no habí­a tenido un adarme de premio de cuantos éxtasis, revelaciones y consuelos habí­a gozado acá en el mundo»

Y quién quiera entender que entienda, aeh!!! Yo sólo espero que no temamos al destino, que nos acerquemos a un quietismo interior y que esto nos ayude a transformar éste jodido mundo. El quietismo, la oración, la vida interior, un remanso de paz en medio del dolor, las penas sin pan y con cebolla.

Otra vez saliente de guardia, se despide el Dr. J.

La vida es sueño

El Dr. J., saliente de guardia, decide acordarse de los sueños (gracias por este desahogo, querido J):

Corrí­a el año 1635, los impuestos dañaban el honor del españolito para mantener un famélico ejército en la fase francesa de la guerra de los Treinta Años, tras expulsar la mano de obra morisca nos quedamos con el barroquismo y la decadente hidalguí­a, Quijote en lucha fragante contra la realidad, y una Europa en crisis de valores asumí­a mal el racionalismo de Descartes (tres sueños eróticos seguidos le hacen preguntarse el misterio de la realidad, Porno-Internet??) mientras la realeza descubre impúdicamente el poder del Absolutismo. En estas estábamos cuando se escribe «La Vida es Sueño» y los sueños… Permitidme un leve pasaje de esta dramática obra de un Calderón estudioso y encaminado hacia la santidad (se ordenó sacerdote con el hábito Franciscano en 1652).

Segismundo (hijo del rey) está preso para que no se cumpla su maldita profecí­a, tiene un encuentro fortuito con la realidad y su cara más cruel, una bella mujer, Rosaura. A ella se dirige apasionado:

«Sólo por ver si puedo, harás que pierda a tu hermosura el miedo, que soy muy inclinado a vencer lo imposible. Hoy he arrojado de ese balcón a un hombre que decí­a que hacerse no podí­a; y así­, por ver si puedo, cosa es llana que arrojé tu honor por la ventana»

Amigo Calderón, a lo mejor los españolitos no hemos despertado todaví­a, el albedrí­o está desatado y el honor desperdiciado. El sueño nos revelará la vida, y la vida se revelerá al despertar. Que la vida es sueño y los sueños…

Marina Tsvietí ieva

Vuelvo por mis fueros tras una semana de ausencia. Esta vez centrado en la figura de Marina Tsvietí ieva, el espí­ritu errante de la Rusia de principios del pasado siglo XX. El amor, la guerra, el exilio, la pobreza, la muerte (por cierto, se suicidó dos años después de su regreso a la extinta URSS, desolador paisaje estalinista de lo que pudo ser y nunca fue) y la poesí­a. Sólo la poesí­a redime esta realidad enferma, esta noche de oscuridad. Cuando atravieses la noche, no enciendas una luz, déjate cegar por la oscuridad, adéntrate en ella, dale oscuridad a la oscuridad, nada a la nada:

Una habitación en la que han apagado la luz, se queda a oscuras, pero la noche en la que entras cuando sales de la habitación, es la oscuridad misma: ella. No porque ella emane luz, sino que con ella no hace falta la luz. Con la noche, no hace falta luz.»

Marina Tsvietí ieva

Negar la realidad, ¿ese es el camino? Cuando Diógenes salió de su barril, era de dí­a, era el jodido mediodí­a, y salió con una linterna. Una linterna para buscar un hombre, ¿entiendes internista?