He mitigado el dolor con el silencio. La oración es un vómito de expresiones vacías, si tú no estás. Pestañas de sal a cien metros de un beso. Tu indecoroso destierro a cien metros del paraíso. Llueven corazones de manzana en las calles del desvelo. La humillación deja frutas por pudrir, y se parece cada día más a la renuncia de los sentidos. No me comprendas, aparta de tus días esa atroz soledad y ámame sin remilgos. Obedece al destino de los dátiles a cien metros del sufrimiento de los aún por derrotar. El amor de los vencidos queda a cien metros del paraíso. Cómodo en tu abrazo, bebo a tragos largos el veneno de una muerte. Doncellas que preparan comida fría, han mutilado su experiencia por falta de propósito. Aunque tus músculos predicen el futuro de tu carne, hace tiempo que escogiste el camino de la ansiedad. Aún puedes reclamar tu tiempo en esa oficina que queda a cien metros del paraíso. Me sitúo frente a una estatua de cera con los pantalones bajados hasta los tobillos, con dengues hago asco a las comidas. El vino calma mi frío y mi vergüenza, pero no detiene las lágrimas que brotan insolentes de mi anómalo ombligo. Como un indio viejo y ciego que mira la radio, ya no busco mi libertad sino tu consuelo. No mi soledad, sino tu compañía. No el paraíso, sino el paraíso contigo. Una vez elegido lo que queda, somos ángeles sordomudos con experiencias suicidas, con muñones en la espalda donde hubo frágiles alas que empezaban a pesar. Aprendimos a rodar por caminos estrechos de luna y carbón. Cuando llueve no sólo se mojan las calles. En doctrinas perdidas hace tiempo, contemplo la lluvia. El que contempla, a veces sonríe y casi siempre calla. Las palabras derriten los sentidos. La noche es un accidente. Las urgencias permiten batallas de huevos, consuelan heridas mal curadas que terminan por matar, y confunden lunares oscuros con sarcomas de Kaposi. Se acaban las reservas de manzanas. Las algas no nutren como la carne. Los círculos de tiza que encerraban a la bestia, ya se han borrado bajo esta incesante lluvia. Y la lluvia no cesa a cien metros del paraíso. Alguien nacerá para terminar lo que tú no has hecho.
He visto al viejo Cohen, empalmado bajo nueve kilos de ropa zen. Se ha despojado de todo lo bueno y de todo lo malo, ha abandonado el paraíso. Se ha alejado de la virtud por un bocado de comida recalentada. Busca un trago de güisqui con sentimiento. Duda de si mismo, pero no de su poesía. Hace la guerra a la paz vestido de superman. Toma café con el poeta que vio su futuro en el fondo del río. Del brazo de Henry sale en busca de unas nuevas faldas que levantar, de unas nuevas caderas que le hagan llorar de emoción en medio de tantas horas muertas. Pero esta vez está más lento y triste que nunca. Anda perdido en su libro del anhelo, a cien metros del paraíso.
Partido el árbol, astillado a mitad del tronco, las manzanas están esparcidas por el suelo. Un agujero de reptil aún se esconde entre las raíces.
“EL LIBRO DEL ANHELO (fragmento):
… Mi página estaba demasiado blanca
Mi tinta era demasiado fina
El día no escribía
Lo que la noche anotabaMi animal aúlla
Mi ángel está preocupado
Pero no se me permite
Queja algunaPorque alguien hará uso
De lo que no pude ser
Mi corazón será suyo
ImpersonalmenteAvanzará por el sendero
Verá lo que quiero decir
Mi voluntad partida en dos
Y la libertad en medio……Entonces ella nacerá
Para alguien como tú
Lo que nadie ha hecho
Ella continuaráSé que ya se acerca
Sé que mirará
Y ése es el anhelo
Y éste es el libro†Leonard Cohen
P.D.- Gracias a C. por regalarme el libro en esas horas urgentes de Madrid. Por enseñarme a amar la fragilidad de cada día.
Siempre vuestro Dr. J.
- [Imagen 1» «Últimas luces del paraíso» Héctor Viola]
[Imagen 2» «Paraíso de Paz Imaginario» de Qiu Ying (1493-1560)]
[Imagen 3» dibujo de L. Cohen, del Libro del anhelo]