El disco tonto: Animals (1977) | Pink Floyd

Escrito Originalmente por Verborreaock

portada animals pink floydOs voy a comentar algo que me pasa con PinkFloyd, en este caso el disco tonto Animals: Primero es majestuoso como el alegato al dí­a de un animal (persona). Empieza con una guitarra de bienvenida al dí­a, o al menos a mi me lo parece, después entra en la profundidad de los sentimientos diarios —ya sea trabajo, relaciones: lo cotidiano— con una guitarra hiriente, impresionante, unos altibajos musicales pero a la vez tranquilos; sensaciones de ecos lejanos pero a la vez muy cercanos. Para mi, se apodera una tranquilidad nerviosa con el perfecto rasgueo de la guitarra. Y después de un dí­a atareado el final te baja y te reclina con una música semiacústica… y a soñar.

Y de regalo un ví­deo de hora y media de un concierto de Pink Floyd.

Este artí­culo contiene un ví­deo.

 

Malandanzas y Sinsabores de Gallipavo Domí­nguez II

RELATADOS DE FORMA DESLAVAZADA, INCONEXA Y RUIN
Reseña numero dos. Crisma, Ley y Sentimientos

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Del otro que me diera el ser, pero no el saber estar, mi padre, aunque bueno de por sí­, tení­a un pronto un poco avinagrado. Si por mor de mis capturas zoológicas o de las técnicas no muy depuradas de mi madre, como fuera que en llegando la hora de la comida y al presentar mi abuela la olla de fideos con agua caliente y ajos, que hací­a las veces de alimento, encontrara mi padre dentro algún rabillo de lagartija o algún menesteroso manojillo de pelos, consideraba éste hecho bastante para apollinar inmediatamente su cólera y, atizándole un viaje de bastón, o bastonazo, a la olla, hací­a que los fideos saltaran por los aires, y con tanta fuerza le daba y tan así­ era que se quedaban pegados al techo, colgando, de modo que los chiquillos, con la boca muy abierta, nos arracimábamos bajo aquellos frutos imprevistos de la escayola y la techumbre, por ver si alguno caí­a dentro de nuestras bocas de pajarillo.

Producto de éstos experimentos nutricionistas fueron nuestros cuerpos famélicos, magullados por la bestia del hambre, condenados al asedio de los bocadillos ajenos a la hora del recreo al grito hostigador de «dame un cao o te meto un palo» y al asalto nocturno de las pocas cajas de galletas que en la casa entraban. Más hondo, en el cuarto oscuro de nuestras psiques, donde se alojan las bestias pantanosas de las intenciones y los propósitos, y no teniendo autoridad alguna superior que nos guiase hacia el respeto de la propiedad privada o los bienes ajenos, quedó bien plantada nuestra divisa vital: todo vale… habiendo nesecidá.

De necios es, entiendo yo, pretender que la suerte pueda venir enfrascada o contenida en objetos o talismanes. Muévenme hoy a la risa los que adquieren la Cruz de Tomelloso, el Pago Santo de Caléndulas, la mano incorrupta del mago Crowley (en preciosa reproducción de circonitas engarzadas) y otras mojigangas propias de poyapanas crédulos, en la creencia de que su posesión, su frotamiento lascivo, o sus crucetas sobre el pecho y la cabeza, hagan huir a la jaurí­a de espí­ritus que les acechan, zancadillean, mortifican, cargan de cadenas, y en suma, impiden que la vida les sonrí­a, y que en vez de el jamón de sincojota que quisieran para sí­ y los suyos, les condena y obliga al papel de jamón de York que sacan por la puerta del supermercado, de peso cuarto y mitad.

Rí­anse conmigo ahora los adelantados de la Civilización, los que por ser fuente de mucha autoridad, conocen que no hay más fortuna que el trabajo propio, siendo aplicados, celosos y dedicados en el atesoramiento y custodia de sus frutos, y cuyo entendimiento colige perfectamente que encomendarse a colgantes, raí­ces, gárgolas o penitentes de tamaño gnómico es simple consuelo y acomodo para gente morigerada o, a lo más, patán.

La edad de nueve años a mí­ me alcanzó a los nueve años. Y digo esto porque en los dí­as presentes la mayorí­a de los niños de éste tiempo suelen ser unos gazmoños de primera categorí­a, que no alcanzan una edad mental de tres, siempre protegidos por sus mojigatos progenitores, memos que se pasan el dí­a suspirando por las máquinas orientales designadas bajo los nombres de “plei†, “pleidós†, “pleitrés† y así­ sucesivamente.

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Entonces Llega la Noche

Rafael Cansinos Assens

Entonces llega la noche. Las sombras habitan los pasillos de las escuelas, los pasillos de los hospitales, los cuartos de las casas vací­as, las esquinas de las calles que dan a parar a la plaza. Las sombras desnudan a las almas y las dotan de una verdad incierta que tiembla como la luz de una antorcha. Aúllan los silencios, crujen las maderas de las iglesias, las vigas de los techos, las velas de los barcos que acaban de atracar. Y las tabernas acogen a los desheredados, a los noctámbulos e insomnes, a los que no tienen nada que perder ni que ganar. Los enfermos miran por las ventanas y pierden la vista con la luz amarilla de las farolas, viajan lejos y vuelven sólo interrumpidos por estruendos de sirenas. Los locos y dementes pulen en la noche piedras preciosas que sólo se pueden ver a esa hora, y que regalan en sueños a amores perdidos. La noche permite fumar en los balcones, besar en los portales, dormir en los bancos de una piedra de mármol. La noche acorrala la soledad y la invita a beber de su mano. La noche nos deja estudiar buscando en las letras los trazos de una ciencia profana, descansar tras otro dí­a desgastando la vida, seguir trabajando de noche en la obra de la noche. La noche es una ciudad de estructuras horizontales. Paren las fértiles hembras sujetas a las mareas del mar y la luna. La noche acoge el llanto de una crí­a y el desvelo de sus padres. La noche se desviste en impúdicos abrazos cuando la sed es propicia. La noche aguanta el asedio de una atroz batalla en los muros de la fortaleza. La noche es virtud y es inocencia en los labios que buscan tu nombre. La noche aturde con su neblina esférica de opiáceos y planetas, se perfuma de olvido, una elegí­a amarga de un engañoso sueño es la noche. La noche es un burdel o un vergel según por donde se camina. La ciudad acoge en la noche cuerpos y almas. Se entonan apesadumbrados salmos en un lenguaje tan antiguo y extraño, que ya no se entiende, y así­ se va la hora de la ví­spera. Los árboles roncan con el hálito del viento y la humedad de la tierra comienza a trepar por sus troncos, buscando sus ramas, queriendo llegar al filo de sus hojas para danzar en salto mortal hacia su dispersión. Los gatos ronronean ajenos a la idea del tiempo, rozando sus lomos con los bajos de un coche mal aparcado, buscando entre susurros el pelaje hermoso de una gata que conquistar. Las aves escrutan la indeterminada región que queda a mitad de camino del suelo y las órbitas errantes de los astros. En el campo crecen la hierba y los gusanos, cantan los despistados gallos que ansí­an la llegada del sol, ladran como perros los salvajes y los asesinos. En la ciudad los camiones de la basura interrumpen una melodí­a de Miles. La noche disimula los cuchillos, las lágrimas y las despedidas.

La noche no es perfecta porque no lo necesita, porque es en cada lugar única y precisa. Un candelabro de siete brazos alumbra a los que quedan despiertos y vestidos, buscan luces artificiales para ver. Muchos poetas dicen que con la noche se ven mejor las estrellas y la luna, persiguen la oscuridad para ver luz dentro de ella, encuentran contrastes en lo oscuro. Sin embargo hay quien piensa que la noche no necesita de luz, que la noche con la oscuridad se basta para ser entendida. El deseo humano envilece, y cuando uno posee a alguien, aunque tan sólo sea por amor, siempre tiene un sutil sentimiento de desprecio, como quien desprecia lo distinto, lo pasado, lo poseí­do. Por eso los que persiguen en la noche ver mejor las estrellas, desprecian al mismo tiempo luz y noche. Sin embargo, el que ama las sombras por lo que son, comienza a ver a través de la noche, comienza a entender los silencios de las almas descalzas que hablan con media voz. Así­ se desnuda una carne. Así­ la noche es un desierto o un jardí­n. Entonces llega la noche.

«Como los que no tienen nada que esperar de la aurora, me he hundido para siempre en la noche y ya no cuento sino con temor las horas que tarda en cantar el gallo matutino; las horas que preceden a aquella en que la tierra cruje de nuevo con dolor bajo los rudos pies de la mañana. Y todos mis cantos son para la noche; para la noche, dulce y compasiva, hermana de todas las drogas que procuran el olvido, dulce aún para los que velan, y rica, aun para los que velan, en sueños prodigiosos.»

(El alefato de la noche; perteneciente al libro de Rafael Cansinos Assens, El Candelabro de los Siete Brazos. Publicado en 1914, a sus treinta años, por este sevillano, educado en los escolapios, judí­o converso y traductor del Corán y las Mil y Una Noches. Maestro de Borges, poeta y vividor. Dedicado a los insomnes).

Siempre vuestro, Dr J.

Enlaces relacionados »

    [Rafael Cansinos Assens | Wikipedia]
    [Fundación-Archivo Rafael Cansinos Assens]
     

No Country for Old Men (2007)

Los hermanos Coen, Joel y Ethan, tienen nueva pelí­cula: No Country for Old Men, basada en el libro homónimo de Cormac McCarthy —en español, «No es paí­s para viejos»— y que tiene como protagonistas a Tommy Lee Jones y a Javier Bardem.

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