Lambretta – 60 Aniversario

logo lambrettaSe cumplen este mes 60 años desde que la primera Lambretta salió de la fábrica italiana Innocenti en octubre de 1947. Aquel primer modelo fue el «A», con un motor de dos tiempos, 125cc y 3 velocidades.

La Lambretta fue una scooter que debió su gran éxito, en un periodo económico de posguerra especialmente difí­cil, al bajo consumo que presentaba —un litro de mezcla cada 39 km que fue mejorando hasta los 60 km por litro del modelo «F»— y no a su precio: 156.000 liras, cuando el sueldo medio de un trabajador era de 20.000 liras al mes.

lambretta quadropheniaLa fabricación de la Lambretta se cedió bajo licencia a otros paí­ses como Francia, Alemania, India y España. Aquí­, quien adquirió los derechos para su fabricación fue la sociedad Lambretta Locomociones S.A. de Eibar que produjo la Lambretta desde 1952 hasta 1989.

Esta moto tiene otras connotaciones, como su asociación con los mods gracias a Quadrophenia —docenas de retrovisores y faros que apenas dejaban entrever la propia moto— y la «romatica» rivalidad con Vespa que sí­ supo adaptarse hasta llegar a nuestro tiempo con el mismo encanto que la hizo famosa.

Muy recomendables para ampliar la información son un artí­culo en La Repubblica.it (italiano) y de Lambretta Club of Great Britain (inglés), de donde he sacado alguno de los datos para esta entrada.

El libro negro | Orhan Pamuk (1990)

estambul humo Golden Horn Istanbul

Tení­a tan solo 15 años cuando viajé a Estambul. El primer recuerdo que se me viene a la mente es la inmensa cúpula de Santa Sofí­a sobre mi cabeza, flanqueada en su base por impresionantes medallones en los que reza, «Alá es grande», y que ocultan la infiel iconografí­a herencia de la cristiana Constantinopla. Entré con los ojos cerrados, guiada por una compañera de viaje buscando aquella sensación soñada unos meses atrás, cuando en las clases de historia repasábamos fotografí­as de arte Bizantino, del que nuestro profesor era especialmente fanático. Cuando abrí­ los ojos y comprobé las dimensiones del edificio en el que me encontraba, comprendí­ la intención de sus constructores y pese a mi costumbre de racionalizarlo todo —ya a esa temprana edad me consideraba agnóstica— sentí­ ese empequeñecimiento del hombre ante lo divino, bajo esa cúpula que parece suspendida en el vací­o, y con ella, aquel que la mira. Y es que en una ciudad como Estambul es fácil sentirse abrumado constantemente.

Quizá haya mentido un poquito al evocar esa primera memoria, ya que si soy completamente sincera, lo primero que recuerdo es mi llegada a la ciudad. Un atardecer del mes de julio de 1987. Con la nariz pegada al cristal del autocar veí­a como la ciudad tomaba un color azulado, mientras que el sol, exhausto de tanto dar sin recibir nada a cambio, desaparecí­a por el horizonte. Los comerciantes arrastraban todo tipo de basura hacia los extremos de las calles donde posteriormente serí­a quemada. Así­, nada más bajar, me envolví­ la cabeza con un foulard rojo para contrarrestar el nauseabundo olor que me provocó una arcada. Esa fue mi verdadera primera experiencia en una ciudad a la que volverí­a a principios de los noventa, coincidiendo con la fecha de publicación de «El libro negro» y a la que volveré una vez más, tras su lectura.

Si decidimos acompañar al protagonista, Galip, tendremos que ayudarle a resolver un misterio recorriendo los aledaños del barrio de Galatasaray, entrando en el Pera Palace; callejearemos por el distrito europeo de Beyo¨glu y por ese laberinto donde todo se compra y se vende. Puede que Galip se parezca a esos hombres bigotudos de piel morena y ojos verdes, que te arrastran a sus negocios y te agasajan con te negro, fuerte, recién hecho. Esos hombres que tocaban el pelo amarillo de mi amiga, como si de oro hilado se tratase. Muchas mujeres de mediana edad caminaban embutidas dentro de oscuras gabardinas que las cubrí­an desde el cuello hasta un palmo por encima de los tobillos, con la cabeza cubierta con pañuelos, como las viejas de los pueblos, a las que todo el mundo llama tí­a. Todas con expresión ausente en el rostro.

Estambul, una ciudad construida capa a capa sobre lamentos y victorias. Mestiza, vieja, poblada de fantasmas que viven bajo las ruinas de civilizaciones marchitas, en edificios transformados, a base de añadir y ocultar.

¿Puede Estambul ser Estambul? ¿Podrán sus habitantes ser ellos mismos algún dí­a?

«El libro negro» es un complejo ejercicio literario, plagado de referencias, donde cualquier cosa puede ser una señal de un universo paralelo e invisible. Si creen que la cara es el espejo del alma, les interesará la técnica de los hurufí­es para descifrar las letras que Alá escribió en nuestros rostros; porque, mirando la cara de una persona, sabemos si su corazón es limpio, si alberga crueldad o compasión.

Las palabras pueden mentir, pueden hacernos más inteligentes, más simpáticos o más deseados a los ojos de los demás, pero cuando las palabras callan, cuando tenemos que enfrentarnos en silencio a nuestra propia existencia ya no hay engaño posible.

Ahora, pregúntate, lector… ¿Quieres ser tú mismo?

«Me miré al espejo y leí­ mi cara. El espejo era un mar silencioso y mi cara un papel pálido escrito con la tinta verde del mar. «¡Hijo, tienes la cara blanca como el papel!», decí­a tiempo atrás tu madre, tu hermosa madre, o sea, mi tí­a, cuando yo tení­a la mirada vací­a. Tení­a la mirada vací­a porque, sin saberlo, tení­a miedo de lo que estaba escrito en mi cara; tení­a la mirada vací­a porque tení­a miedo de no encontrarte donde te habí­a dejado. Donde te habí­a dejado, entre mesas viejas, sillas cansadas, pálidas lámparas, periódicos, cortinas y cigarrillos. En invierno la noche llegaba temprano, como la oscuridad. En cuanto oscurecí­a, en cuanto se cerraban las puertas, en cuanto se encendí­an las luces, yo pensaba en el rincón en el que te sentabas detrás de nuestra puerta: de pequeños en pisos distintos, de mayores al otro lado de la misma puerta.»

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