Pues para inaugurar, y celebrar, el trienio de bruto, alguien habitualmente dedicado a la sección musical va a comentar un libro. Una novela.
Solamente se trata de las últimas 200 páginas que ha parido el amigo Cormac: un texto escueto, desnudo, frío. A algunos puede parecerle breve, solitario y premeditadamente apocalíptico. Pero duele, mucho, porque llega ahí mismo, donde quiera que cada uno tenga lo que comúnmente podríamos llamar el desagüe de los sentimientos, donde se va puliendo el reconocimiento de uno mismo. Los que busquen más «Meridiano de sangre» saldrán decepcionados. Ésta novela va más allá del terror violento y macabro de su obra magna: es su epílogo baldío, el silencio tenso tras la detonación…
El diseño de la portada nos pone sobreaviso: aquí no hay nada. Por no haber no hay mujeres (sólo en el pensamiento del prota), los dos personajes carecen de nombre y de futuro, son un padre y un hijo solos, no existen bares (están desolados), ni tiendas (arrasadas), ni ciudades propiamente dichas (son un amasijo de hierros calcinados y una nube de ceniza). El mundo sólo tiene dos colores: el gris y el negro. Sólo existen dos elementos: el viento y el frío. Y dos sentimientos: la angustia y una rayita de esperanza. Un objetivo: ir hacia el sur (no sabemos por qué, pero es lo que hay que hacer).
En un devenir semejante, huyendo de las sombras de una civilización personificada en forma de bandoleros futuristas, perseguidos (ayudados) por sus recuerdos avanzan, se arrastran, los personajes por escenas de «realismo sucio»: Cormac depurado, devastado…
Le han otorgado el Pulitzer por esta obrita, lo cual le hará más mal que bien, menos en el bolsillo.
Y poco más, salvo el formato, un relato hecho a pequeños retazos, párrafos cortos como fogonazos de escopeta (o suspiros agonizantes)… sólo alguna muestra:
«Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Un frío como para agrietar las piedras. Como para quitarte la vida. Abrazó al chico que tiritaba y contó cada frágil respiración en medio de la negrura.
Despertó al oír un trueno en la distancia y se incorporó. Si se mojaban no habría fuego con el que calentarse. Si se mojaban lo más probable es que muriesen.
Se agachó para toser y tosió durante mucho rato. Después se incorporaba, los ojos lagrimeando. En la nieve gris una fina bruma de sangre.
¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón? ¿Tienes alma maldito seas eternamente? Oh, Dios, susurró. Oh, Dios…»
Cormac, ¿qué será lo siguiente?
No seré yo quien diga algo.
PD: el título no corresponde exactamente con el del libro. Es un juego de palabras que algunos sabrán descifrar y otros, simplemente, criticar.