La Leyenda del Santo Bebedor

Joseph Roth

Tras recorrer las ciudades sombrí­as de los abismos, la primavera se acerca a las plazas en éxtasis báquico de juvenil ebriedad. No he sido devoto, aunque sí­ ví­ctima, de la ebriedad compulsiva, más bien me he acercado a la transustancialidad del vino por su santa sacralidad. El vino siempre ha tenido la caridad del cielo, la dulzura del averno, el poder de desandar los pasos perdidos en un solo movimiento, la capacidad de alterar la lógica de esta vida y hacerla habitable para las almas de las tierras más inhóspitas. El vino no es otra cosa que una escalera hacia los paraí­sos artificiales. El vino no crea santos, el vino en sí­ es santidad y como tal tiene el poder de la fe que mueve montañas… el problema es hacia dónde. Amo la ebriedad de los bares pero no la de las masas. Una vez conocí­ a un hombre que desayunaba una barra de pan con un whisky aguado… ese hombre tení­a el universo en la palma de su mano y nosotros no. La fiesta de la primavera deberí­a celebrarse con margaritas, la ebriedad deberí­a celebrarse con la soledad de un vaso de vino y la deformada realidad que se descubre al mirar a través de ese vaso. En granada la absenta de los lobos se bebe con azúcar y pimientos picantes.

Y para ilustrar esta reflexión, La Leyenda del Santo Bebedor, un cuento de navidad, la historia de un vagabundo que vive en los márgenes del Sena. Un dí­a se encuentra a un devoto de Santa Teresita de Lisieux que le ofrece doscientos francos a cambio de que los restituya en el cepillo de la estatua de la santa… cuando pueda. Y a pesar de su férreo sentido del honor, el pobre clochard no termina nunca de restituir su trampa. Creeréis que se emborrachará y lo olvidará… pero no, se emborrachará, eso sí­, pero nunca olvidará su misión. Se encontrará amigos que sólo trae el dinero y las copas de un bar, se enamorará de una mujer, beberá absenta hasta morir… y sólo al final, en plena agoní­a, en plena ascensión puede reparar su deuda… murmurando el nombre de la santa… una santa que conocí­a que el camino del cielo era el camino de la infancia espiritual. Nunca permitir que se me escape un pequeño sacrificio, una mirada, una palabra, aprovechando hasta los más mí­nimos actos y haciéndolos por tu amor.

Joseph Roth fue oficial del imperio austrohúngaro en la primera guerra mundial, periodista, novelista y sobre todo un gran bebedor. Roth abandonó la Alemania fascista en 1933, y escogió Parí­s como destino. Vivió en buhardillas de hoteles, y agobiado por cuestiones de dinero, siguió el camino del olvido entre vapores de absenta. Al final de su vida abrazó al cristianismo con fervor, aunque nunca despreció su pasado de judí­o ucraniano y errante. Murió en 1939 y sus restos mortales fueron sepultados en Thiais, en el cementerio de los pobres. En ese tablero de sepulcros hay dos nombres que en su momento evocaron con fuerza el desespero de las letras que conocieron la guerra y el desarraigo judí­o: Paul Celan y Joseph Roth.

Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte.»

«La leyenda del Santo Bebedor», J. Roth

Siempre vuestro, Dr. J.

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    [Joseph Roth Online]
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    [El cementerio de los pobres | PalabrasMalditas.net]
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Francia se mueve

«Chirac rivaliza con Google con un plan francés de libros online

[…]la biblioteca nacional de Francia va a elaborar un plan para poner las obras literarias europeas en Internet, rivalizando con un proyecto similar del famoso buscador estadounidense Google.

Chirac dio luz verde a la puesta en marcha del proyecto después de que Jean-Noel Jeanneney, director de la biblioteca nacional, expresara su temor a que el plan de Google de colocar libros en la Red de algunas de las mejores bibliotecas del mundo favorecerí­a a la lengua inglesa.» [IBLNEWS]

Por eso Francia es Francia y España… pues no se sabe.

Mientras Agonizo

La crueldad del tiempo, la sinceridad de la muerte, la jodida invariabilidad de lo finito. Cuando uno aprende a vivir, a amar con todo lo que tiene, a comprender algo el porqué de las cosas, el silencio del dolor… es hora de preparase para estar muerto por una larga temporada. Vivir es andar envuelto en nubes de espanto. Quizá la soledad sea tu mejor compañera en estos trances, o quizá quieras estar rodeado de la gente que te quiere y te ama… aunque amar y querer no sea siempre lo mismo. Quizá no quieras ni pensar. Quizá tampoco quieras saber qué piensan los demás. Lo cierto es que a orillas de Estigia espera un barquero que aguarda su propina de monedas de plata.

En Mientras Agonizo, Faulkner relata la odisea de la familia Bundren. A través de diálogos interiores nos introduce en las mentes de esta familia, que construye un ataúd para llevar el cuerpo de su moribunda madre (Addie) desde su casa en las montañas hasta las tierras bajas donde estuvo su cuna. Darl lo relata todo con la claridad de una mente despierta. Cash construye en silencio el ataúd a golpes de azuela con la mirada de conformidad de su madre a través de la ventana. Dewey soporta en sus entrañas los frutos del pecado. Vernom confunde en sus tormentas imaginarias (los cero y el sd. de Down) los árboles con pájaros calurosos… y el marido sólo piensa en encontrar a otra mujer y renovar su dentadura. Así­ transcurre la agoní­a de Addie… orgullosa de reunir a su familia en un viaje tétrico a los confines de los muertos con la contundencia de un martillo sobre una madera de pino.

Así­ es Faulkner, nacido y criado en el Mississippi, educado en los estragos de la guerra de secesión, Aviador militar pero no soldado, pintor, carpintero, contrabandista de ron. Le dieron el Nobel en 1962, en su propia agoní­a, quizá para darle consistencia a la literatura americana más academicista. Faulkner usa aquí­ la crudeza de unas mentes de campo para enfrentarnos a la realidad incuestionable de la vida, donde cada uno tiene su propio diálogo, sus propias preocupaciones, sus propias conclusiones, su propia actitud… sus respuestas imperfectas… y eso lo hace grande. La agoní­a es una toma de consciencia de la desilusión, y la desilusión es aprender a ver las cosas como son y no como nos gustarí­a que fueran.

¡Qué buen carpintero es Cash!, mantiene los dos tableros sobre el banco, ajustando sus bordes para que formen una cuarta parte de la caja. Se arrodilla, enfila con la mirada la superficie de los tableros, los deja luego, y vuelve a empuñar la azuela. Buen carpintero. Addie Burden no podrí­a desear uno mejor, ni una caja mejor en que descansar. Una caja así­ le dará confianza y comodidad. Sigo hasta la casa acompañado por el chac, chac, chac de la azuela.»

«Mientras agonizo»W. Faulkner

Agonizar es reconocer la finitud del tiempo. Amar es a veces una forma de aprender a perder. Cuando el amor agoniza debemos iniciar el viaje de descenso a la provincia de los muertos. He conocido a algunos que creen haber vuelto.

Siempre vuestro, Dr. J.

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Senda Hacia Tierras Hondas

Matsuo Basho

Andar los caminos, irse de viaje, convertirse en peregrino, es avanzar en la senda del espí­ritu. Muchas veces los viajes son una búsqueda interior, un reflejo del movimiento terrestre del cuerpo en el estanque del alma. La traslación corporal nos permite ser conscientes de los meses y los dí­as como «pasajeros de las edades, siendo también viajeros los años que van y vienen» (Basho). Así­ mucha gente ha encontrado en el viaje un camino iniciático hacia la esencia del propio ser. En España tenemos el vulgarizado camino de Santiago, en Japón está la Senda de Oku.

Esta senda la anduvo Basho a sus cuarenta y pico años, unos dos mil trescientos kilómetros de recorrido. Constituye el cuarto de sus cinco viajes con los que terminó sus dí­as en esta tierra. Senda hacia tierras hondas, es un breve diario de esta peregrinación llena de prodigios cotidianos. A estas alturas de su vida, Matsuo Basho se habí­a convertido a la tradición Zen, viví­a en una chozilla al lado del rí­o Sumida, donde plantó un platanero (Basho) que dio nombre a su nuevo ser y aquella región apartada del mundo. Desde allí­ cultivó la meditación como ví­a hacia el nirvana, o la iluminación, que no consiste en saber la verdad, sino estar en ella. Y los Haikus son el reflejo de este alma que conoce el mundo con nuevos ojos. Esta poesí­a retrata visiones de la naturaleza, tal como son, eran y serán, aquí­ y ahora. Una visión que cambia la percepción del mundo y te zambulle en la unidad del viejo estanque.

Este librillo lo tradujo por primera vez al castellano Octavio Paz, comentando de él: «Breve cuaderno hecho de veloces dibujos verbales. En este libro no pasa nada salvo el sol, la lluvia, los árboles, una niña… no pasa nada, salvo la vida y la muerte»». Con esto quiero decir que entender esta poesí­a japonesa tiene más que ver con la sutileza del alma que lo lee, más que con la percepción espaciotemporal del pensamiento de Occidente. Octavio Paz entendió a Basho, como Ueda entendió a Rilke. Del humor a la tristeza, del caminar a la contemplación. Que los dí­as nos sean propicios, que los años sean aliados, que el sol nos acaricie cuando decida salir de su escondite algún dí­a de estos.

Cuando desembarcamos en un lugar llamado Senju, pensé en las tres mil leguas de trayecto que me esperaban y se me llenó el corazón de congoja, derramando lágrimas de despedida antes de lanzarme a confines fantasmales.

Se va la primavera.
   Lloran las aves, son lágrimas
      los ojos de los peces.»

«Senda hacia tierras hondas»Basho

Siempre vuestro, Dr. J.

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    [Sendas de Oku de Matsuo Basho]
    [Matsuo Basho | Wikipedia]
    [Haiku | Wikipedia]
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    [Fotos Haiku | flickr]
    [Traducción de Sendas de Oku de Matsuo Basho]
    [Literatura clásica japonesa]