Cuando observas la plenitud del mar sentado en el último cabo de piedra de una isla, sientes cómo se deshace en la boca la fragilidad de nuestra existencia. La calma y la quietud abren paso al eterno renovarse del mundo, la sucesión de las nubes sobre las olas, veleros con palomas blancas como tumbas flotantes en aguas preparadas para la danza de los muertos. La eternidad es un beso con los ojos cerrados.
Estos sentimientos nos asaltan a todos al contemplar la beldad, sin embargo no puedo transmitiros todo lo que he visto, todos los pesares de mi alma, todas las alegrías de mi ufano espíritu. Para que sintáis esto con unas palabras agrupadas en versos endecasílabos, para que la inmovilidad de la NADA de paso a la movilidad de un SER efímero y consciente, un ser que se debate entre la muerte y la inmortalidad, para comprender que toda vida no es sino el triunfo de lo momentáneo y de lo sucesivo… para explicar esto en un poema, has debido estar sin escribir diez años, meditando sobre ti mismo, sobre la danza de las palabras, haber descubierto tu peso y haberlo llevado a lo alto de una colina para luego dejarlo caer sobre el lector que recibirá la gravidez del poema con una inercia mucho mayor… la fuerza se multiplica y aplasta tus ojos con todo el dolor de la belleza.
Esto es lo que consigue Paul Valéry (1871-1945) al regalarnos su Cementerio Marino en 1920. Se toma su tiempo para cultivar con primor las palabras y los versos, para estructurarlo, para condensarlo, para enseñarnos toda la importancia de un instante asumido con los ojos de la nada pura. De la nada a la eucaristía panmística del padre Pierre. De la sombra de una tortuga al llanto de las larvas que hilan sus vidas observadas por prudentes aves. Dioses que se sientan a descansar como el sol sobre el mediodía, contemplando tu pequeñez, la soberbia potencia de tu alma que se alza como una cometa sobre el abismo aprovechando los vientos mistrales de la vida que vive.
Ese techo tranquilo de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas.
El mediodía justo en él enciende
el mar, el mar, sin cesar empezando…
Recompensa después de un pensamiento:
Mirar por fin la calma de los dioses.†Primera estrofa del «Cementerio Marino», de Paul Valéry. Trd. Por Jorge Guillén
Siempre vuestro, Dr. J. Tras unos días de vacaciones en Cerdeña.
PD: gracias a ese caballito salado que me ha acompañado con sus sonrisas.
Enlaces Relacionados »
- [Paul Valéry | Wikipedia en español]
[El hombre de la aurora | Henciclopedia]
[Valéry Studies | University of Newcastle upon Tyne]
[El Cementerio Marino en pdf]