Buscando una excusa para leer a Delibes, me he encontrado con la noticia de la reedición de la ópera prima del autor. La editorial Destino celebra así, el 60 aniversario de la concesión del Premio Nadal a un joven de 26 años, debutante, periodista de oficio, que inauguraba una sólida carrera literaria abalada por crítica y público.
Delibes siempre ha sido uno de los grandes. Así lo enseñaban en la escuela. Tan grande como Cela o Goytisolo, pero siempre manteniendo un perfil público sereno y retraído, que ha hecho imposible etiquetarlo y venderlo, como se ha hecho con tantos otros. Delibes es un hombre tranquilo, un escritor que exige una mirada diferente.
La hurañía —explica el narrador— es algo que me ha caracterizado desde niño. Pero me parece que debo hacer una distinción: sí me gusta reunirme con la gente y conversar. Lo que no me gusta es conversar con la gente a codazos. A mí me agradan los espacios abiertos, me gusta la naturaleza, y también me alegra conversar con mis semejantes uno a uno, dos a dos, o tres a tres, pero no más
Miguel Delibes. Un castellano de tierra adentro, entrevista por Joaquín Soler Serrano, Escritores a fondo. Entrevistas con las grandes figuras literarias de nuestro tiempo, Barcelona, Editorial Planeta, 1986, p. 17
Delibes demuestra en cada una de sus obras como la sensibilidad es una de las mejores armas para denunciar la injusticia. El observador, omnipresente y discreto que logra desenmascarar con toda crudeza la realidad convertida en novela. Esta faceta del Delibes periodista, explica cómo en un momento político de censura feroz la literatura se transforma en instrumento de denuncia. ¿Se adelantó Delibes a la corriente americana del “Nuevo periodismo†? (ver In cool blood). Su estilo se caracteriza por la recurrente proximidad a lo cotidiano, arrojando luz sobre una realidad compleja de una manera sobria, exacta, sin artificios. Si bien Capote fue notario de un auténtico drama americano, Delibes ha creado varios arquetipos de dramas hispánicos.
Esa capacidad descriptiva tan periodística no sería más que otro retrato costumbrista si no fuese por la prodigiosa capacidad del autor para crear personajes. Probablemente son estos los que aportan autenticidad a los relatos; gentes que hablan a su manera, con expresiones y giros que los dotan de una cercanía casi mágica, de un calor que se mantiene vivo una vez finalizada la lectura y que perdura con el paso del tiempo.
el novelista auténtico tiene dentro de sí no un personaje, sino cientos de personajes. De aquí que lo primero que el novelista debe observar es su interior. En este sentido, toda novela, todo protagonista de novela lleva dentro de sí mucho de la vida del autor. Vivir es un constante determinarse entre diversas alternativas. Mas, ante las cuartillas vírgenes, el novelista debe tener la imaginación suficiente para recular y rehacer su vida conforme otro itinerario que anteriormente desdeñó. Por aquí concluiremos que por encima de la potencia imaginativa y el don de la observación, debe contar el novelista con la facultad de desdoblamiento: no soy así pero pude ser así
M.D.
De la amplia bibliografía de Delibes me gustaría escoger cuatro títulos, entre todos los demás. Esta selección obedece a razones varias, pero intentando ser objetiva creo que concentran las obsesiones del autor, todas y cada una de sus constantes preocupaciones. Las inquietudes de la niñez, la muerte, la justicia social, la tolerancia, el afán de dominio, la violencia, la libertad y como no… el campo, y ese pueblo que todos llevamos dentro, donde ser bruto es virtud, si se tienen buenas entrañas.
- El camino. Barcelona: Ediciones Destino, 1950.
- La hoja roja. Barcelona: Ediciones Destino, 1959.
- Cinco horas con Mario. Barcelona: Ediciones Destino, 1966.
- Los santos inocentes. Barcelona: Editorial Planeta, 1981.
Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba…
Su padre entendía que eso era progresar; Daniel, el Mochuelo, no lo sabía exactamente. Que él estudiase el Bachillerato en la ciudad podía ser, a la larga, efectivamente, un progreso. Ramón, el hijo del boticario, estudiaba ya para abogado en la ciudad, y cuando les visitaba, durante las vacaciones, venía empingorotado como un pavo real y les miraba a todos por encima del hombro; incluso al salir de misa los domingos y fiestas de guardar, se permitía corregir las palabras que don José, el cura, que era un gran santo, pronunciara desde el púlpito. Si esto era progresar, el marcharse a la ciudad a iniciar el Bachillerarto, constituía, sin duda, la base del progreso.El camino. Capítulo I
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