¿Y ahora qué leo?

What Should I Read Next? es una página que te sugiere libros para leer basándose en coincidencias y asociaciones entre las listas de libros favoritos de otros lectores reales. Estos lectores han ido incluyendo tí­tulos en la base de datos del sitio hasta contar con más de 32.000 libros. Aunque los resultados son principalmente en inglés también he encontrado tí­tulos de autores españoles. La cuestión es que puedes incluir tu propia lista de libros y ayudar a otros ante la pregunta ¿y ahora qué leo?

Condenados a ser libres

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“Cuando se llega a cierta edad, uno deja de ser el protagonista de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones anteriores. Lo que uno ha sembrado fue creciendo subrepticiamente y de pronto estalla en una especie de selva que lo rodea por todas partes, y los dí­as se van nada más que en abrirse paso a golpes de machete, y nada más que para no ser asfixiado por la selva; pronto se descubre que la idea de practicar una salida es totalmente ilusoria, porque la selva se extiende con mayor rapidez que nuestro trabajo de desbrozamiento y sobre todo porque la idea misma de “salida† es incorrecta. No podemos salir porque al mismo tiempo no queremos salir, y no queremos salir porque sabemos que no hay hacia dónde salir, porque la selva es uno mismo, y una salida implicarí­a alguna clase de muerte o simplemente la muerte. Y si bien hubo un tiempo en que se podí­a morir cierta clase de muerte de apariencia inofensiva, hoy sabemos que aquellas muertes eran semillas que sembramos de esta selva que hoy somos.†

Estas palabras, escritas por Mario Levrero, y recogidas en El discurso vací­o, han hecho posible reunir en una sola propuesta de lectura 3 obras que nada tienen que ver desde el punto de vista formal o estilí­stico. Los autores provienen de culturas diferentes y su trayectoria no puede ser más dispar, pero, el destilado final de sus pensamientos, hunde sus raí­ces en la perplejidad, la duda y lo absurdo de la existencia humana. Simplemente son hijos del siglo XX.

No resulta nada original recomendar el periodo estival para leer. Normalmente, desde las gacetillas se intenta vender el concepto de “lectura refrescante†: libros de viajes, best-sellers de 900 páginas que prometen diversión esotérico-medieval, tramas románticas con las que “no podrás parar hasta la última página† y que se resuelven a borbotones, dejando al lector harto, saturado y de alguna extraña forma, satisfecho. La historia termina y todo vuelve a estar dónde estaba, es decir, la base del melodrama. Todo esto es muy loable, pero, partiendo del supuesto de que la lectura es el acto más anárquico que uno puede llevar a cabo, les incitamos a saltar del teatro a la novela, de la sencilla mirada interior de un diario a los diálogos hechos para compartir en voz alta, de la descripción a la introspección, según más les plazca.

Si bien hemos comenzado con la premisa de Levrero, continuaremos con una obra de teatro dramática, como no, de Albert Camus. El malentendido es una pieza teatral en tres actos que gira entorno al pasado que acecha, el crimen y las esperanzas marchitas. Se representó por vez primera en 1944, dirigida por Marcel Herrand y la trama discurre en una triste pensión regentada por madre e hija.
Cuando la lectura de una obra dramática nos impacta no es por las puertas que cierra, sino por las que deja entreabiertas.

“Incluso en las obras más racionales, el elemento que tiene la capacidad de conmovernos no es el elemento racional ni el polémico, sino el mí­tico. Lo que importa son los conflictos sin resolver, no los resueltos. Eso lo vemos en nuestra sociedad cada dí­a y en la decadencia de distintos mecanismos: el gobierno, la religión, el teatro. Los hemos visto deteriorarse y convertirse en organizaciones racionales, y cada uno piensa que su finalidad es la misma: determinar por medio de la razón qué está bien y luego hacerlo. Así­ que la sociedad acaba convertida en una maldita ciénaga†.

David Mamet. Dramaturgo

Continuando con un estadounidense, nos acercamos a la figura literaria del prolí­fico Philip Roth, a través de la novela La Mancha Humana. Espero que no hayan visto la pelí­cula ya que en ese caso se perderí­an el placer de descubrir palabra a palabra, con el alma en vilo, una trama levantada con oficio y sobre unos personajes complejos, perdidos, asustados. La prosa de Roth nos lleva en volandas a 1998, el año del impeachment al Presidente Clinton y nos deja caer en la vida de Coleman Silk, héroe y villano, un hombre que se devora a si mismo, protagonista de una gran mascarada que no es más que el reflejo de la propia sociedad norteamericana.

Volvemos al principio, a las palabras de Mario Levrero que son el epí­logo de El discurso vací­o, donde el autor intenta realizar un ejercicio caligráfico diario que le ayude a superar sus problemas. Lo que al principio no es más que una simple tarea vací­a de contenido, termina siendo el lugar donde el protagonista vuelca sus sentimientos, sus sueños, sus debilidades.

¿Realmente somos libres para sobrevivir a nuestras decisiones?

  1. El discurso vací­oMario Levrero
    Publicado por Caballo de Troya
  2. El malentendidoAlbert Camus
    Publicado por Alianza editorial.
    Biblioteca Camus
  3. La Mancha HumanaPhilip Roth
    Publicado por Vintage 2001
  4. Conversaciones con David MametLeslie Kane
    Trayectos
    Publicado por Alba editorial

Enlaces relacionados »

    [Mario Levrero | Wikipedia]
    [Albert Camus | Wikipedia]
    [Philip Roth | Wikipedia]
    [David Mamet | Wikipedia]
     

Metanoia

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Salgo del corral cuando aún clarea el dí­a. Demasiado calor para estas horas de la mañana. El sol promete un bochorno sofocante, anda amarillo como el lomo de un caballo polvoriento. Por mal camino se va cuando lo único que piensas en ese momento es en el número de cervezas que van a caer. El organismo se estremece como un sistema descompuesto, una red eléctrica que funciona con pocos voltios. El aroma erótico de una mujer inflama el ambiente. Sumido en el estudio de la geometrí­a de sus pechos, de su geografí­a, de su exacta y estremecedora anatomí­a, uno se descubre viejo y lejano. Es el momento de tomar un carajillo, de comprar un libro de Murakami, de escuchar un poco de rock sucio, de fumar en las escaleras de la catedral donde una gitana evangelista exorciza demonios con ramitas de romero y come una jugosa sandí­a que chorrea por sus manos pringosas, por sus brazos hasta los codos, por su escote hasta el ombligo y por último hasta el mismo coño para refrescar insectos de alas mohosas… necesito un trago.

Me distrae la hora. Debo descansar otro dí­a para continuar otra noche. El ciclo comienza y no se cierra. Toda esta locura me está haciendo pensar en la verdad. La verdad no esconde, muestra y enseña lo que parece estar oculto. Una verdad que se busca en todo, en los amigos, el trabajo y en la cama. Se regocija en la sorpresa de regalar placer, de ofrecerlo a pesar de nuestro egoí­smo y nuestra avidez, en ese ser generoso sin pensarlo, sin planearlo, en hacer de la cama un lugar salvaje. Un tórrido lecho de efluvios letales, bestias que despiertan al grito de la sangre y el deseo, animales que se enredan como lianas en los lagos exóticos de lo imprevisto. La verdad va más allá de los secretos de la vida, que consisten en reconocer los mismos abismos inconscientes en cada uno y en cada cual, dominar la estaciones y las mareas, reconocer el tiempo de cosecha en el momento justo en que madura la fruta, adiestrar al cuerpo a convivir con su animal, no gritar más allá de la consciencia y saber amar. El amor tiene mucho de cama recién hecha, de hogar, la eterna vuelta al hogar donde nacer y renacer, donde dormir sin miedo a los murciélagos, donde levantarse con olor a tostadas y café. Pero la verdad no sucumbe al amor, no se deja dominar… la verdad exige algo más que conocer… la verdad exige un cambio de actitud… un arrepentirse.

Antes de desmemoriarme busco una taberna. La encuentro y tomo una cerveza… nunca es demasiado temprano para según qué cosas. No hablo mucho, hoy tampoco. Me voy tras pagar la tercera. Recorro las calles. El sol ya es indecente, luciendo con su ardor los cuerpos de jóvenes criaturas. Ando sin prisa, sin rumbo fijo doblo Recogidas. Parece que se ha movido un poco de aire, irreales como gigantes parecen los segundos en este intervalo de tiempo. El aire huele a mar, a mirra, a nardo. Una paloma alza el vuelo antes de ser atropellada. Todo parece ahora estar en su sitio, no sobra nada y en mí­ se forma la idea de tener lo suficiente. No quiero ni volver a respirar. El cielo ha cambiado. La luz ha cambiado. La paloma se ha quedado detenida a un palmo de la rueda, sin apenas emprender el vuelo. Las caras de la gente se han iluminado y se han paralizado. Sólo yo en medio del mundo. La gente de los escaparates no mira sino a otro vací­o más. La gitana aún no ha secado el néctar chorreante de su cuerpo. Los bares están a medio abrir y a medio cerrar. Todo ha cambiado sin que se mueva nada. Miro atrás tras doblar la esquina y no hay nada. Nada queda de lo andado, nada queda atrás, nada hay. Nada, salvo la débil risa que a veces surge de las aguas enterradas.

“Y aunque no estuviera sobrio ahora, ¿por qué artes fabulosas, sólo comparables, por cierto, con los caminos y las esferas de la sagrada Cábala, habrí­a podido volver a encontrarse en ese estado al que antes habí­a llegado brevemente esa misma mañana, ese estado fugaz y precioso, tan difí­cil de mantener, de ebriedad en que sólo él estaba sobrio?†

Bajo el volcánMalcolm Lowry

Siempre vuestro Dr J.

PD: permitidme un consejo, protegeos de las insolaciones.

Imagen original en Wikimedia Commons