First man in Rome

Escribir una reseña de las novelas que componen la saga Masters of Rome de Colleen McCullough no me resulta fácil. Son tochos descomunales, densos, cargados de historias y hechos históricos. Pero son novelas, ficción pura. El mundo de Roma en su época de esplendor y caída, pero más el primero (la República) que la segunda (el fin del Imperio) me han llamado la atención siempre. Las novelas de Posteguillo centradas en Escipión y Aníbal (una trilogía sin desperdicio) me iniciaron, son cojonudas, acción a raudales y muchas batallas perfectamente ambientadas. Pero las de McCullough son más “de la ciudad”, de los tejemanejes políticos, de la ambición y corrupción de algunos hijosdeputa, del senado, de las grandes familias, de los grandes hombres de Roma; tienen el poder de arrastrarte sin pausa en sus páginas en sus páginas y obligarte a coger un tomo detrás de otro.

Portada El primer hombre de Roma de Colleen McCulloughPero vamos con la primera novela, que de eso trata esta reseña: El primer hombre de Roma (1990). La acción transita en el período que va del año 110 hasta el 100 a.C. McCullough elige dos personajes como principales de esta novela: el terco, cafre y astuto Cayo Mario, romano “cateto”, y el sibilino, lúbrico y despiadado Lucio Cornelio Sila (aristócrata venido a menos), nos presenta los años en que ambos se conocieron, colaboraron e incluso se hicieron “amigos” y aliados; el auge de un Mario que prácticamente ha desistido de poder alcanzar el consulado y la aparición en escena de un Sila absolutamente perturbador, se convierten en carne de ficción, en material sobre el que inventar, con buen criterio. Pues es innegable que el conocimiento de McCullough de la situación política, social y económica de la época, por no hablar de las mentalidades, se percibe en la construcción de dos personajes y de todo un mundo romano que parece nuevo, como casi nunca
se ha contado.

La novela se centra en ese auge de Mario y Sila, en sus ambiciones y realizaciones. El Mario que despreciado y torpedeado por la nobilitas de la época consigue, gracias a su matrimonio con una Julia, alcanzar el consulado, el mando militar en Numidia, la consecución de cinco consulados seguidos y la gloria tras la guerra contra los germanos invasores; pero es también un personaje que muestra su rencor hacia esa élite política que le desprecia y ningunea, que sueña con alcanzar el codiciado título informal de primer hombre de Roma, a quien se le han profetizado siete consulados y un lugar en la historia como el tercer fundador de Roma. Por su lado, Sila, el personaje que poco a poco se convertirá en el gran protagonista de las primeras novelas de la saga (como César lo será de las siguientes), surge como un personaje ambiguo, moral y sexualmente; un personaje que alterna crueldad y seducción, que aprende con facilidad. Dos hombres muy ambiciosos, que se conocen, colaboran juntos (como procónsul y cuestor en la guerra de Yugurta), que son parientes políticos (al haberse casado ambos con dos Julias, otra de esas licencias que McCullough introduce). La colaboración, en cierto modo contra natura, de dos hombres destinados, por nacimiento e inclinaciones políticas, al enfrentamiento, es uno de los elementos esenciales de esta primera novela de la saga de McCullough.

Pero no sólo Mario y Sila protagonizan una novela que, también poco a poco, se convierte en coral y con un estilo que en siguientes entregas se perfeccionará. Así, aparecen personajes que tendrán entidad propia en la siguiente entrega, como Marco Livio Druso, Aurelia (madre del futuro César dictador), Quinto Lutacio Catulo César, Quinto Servilio Cepio, Quinto Cecilio Metelo Pío, Quinto Sertorio… Y destacan en esta novela los dos grandes rivales de Mario, el princeps Senatus Marco Emilio Escauro, y Quinto Cecilio Metelo el Numídico. Publio Rutilio Rufo, amigo de Mario desde los tiempos de juventud, se convierte en el aliado, el testimonio de la época (a través de sus cartas) y en el hombre que recela del poder que recibe Mario y que anticipa los grandes mandos extraordinarios de la época post-silana.

Como el lector puede observar, son personajes con un marcado carácter político, pues la política, o deberíamos decir el debate político, es otro de los alicientes de la novela: las discusiones en el Senado, en un contio convocado por un magistrado en las asambleas populares o por un tribuno de la plebe en el concilium plebis, nos ilustran, con viveza y un enorme detallismo, sobre el funcionamiento de una res pvblica romana en sus instituciones, en el pensamiento político, en las querellas y disputas (llegándose a las manos), etc.

El primer volumen termina en el año 100 a.C., tras la crisis de Saturnino y dejando entrever que los problemas para el rígido sistema republicano no han hecho más que empezar. Se acumulan las sombras en el futuro, Mario se retira de la primera escena política pero anunciando que volverá y Sila no se resigna a ser un mero colaborador (y subalterno). El resultado para el lector ha sido una espectacular novela, compleja pero apasionante, con un estilo que engancha, con una voluntad didáctica que huye de todo simplismo, de modo que aprendemos (y aprendemos mucho) sobre la Roma del período, pero nunca sin olvidar el propósito de toda novela, que es entretener con una lectura de calidad.

Y dejando al lector con ganas de más… A por el segundo tocho!

Los ciclos brutos

portada de Los ciclos brutosPresentación del libro Los Ciclos Brutos de nuestro querido Fernando Jaén el próximo Viernes 10 de febrero de 2011 a las 19:30 en la Librerí­a Picasso de Granada (C/Obispo Hurtado 5).

Los ciclos brutos de Fernando Jaén, es un éxodo desordenado en el tiempo, a través de textos poéticos cí­clicos, subtitulados con estaciones para dotarlos de calor y frí­o, para recordar que el invierno y el verano existen y existirán en otros lugares, sucediéndose ininterrumpidamente hasta el final, sin que el orden del universo nos pida permiso para seguir haciéndolo.

Este libro se acompaña de Aprojimación a tu ciclo, obra musical compuesta y grabada por A.L. Guillén. Es un viaje musical a través de estos poemas que dotan a las palabras de un cuerpo sólido y sonoro, una polifónica profusión de sones e imágenes. Las canciones son complejas figuras de pan ácimo, secas, directas y urgentes. Este trabajo no esconde las mieles de una amistad incombustible entre ambos autores, sin la cual la firmeza de este trabajo no serí­a posible

Diario de la Luna | Página 35

the last planetDebe ser invierno, el clima no cambia demasiado en estas regiones. Hoy cacé. El lagarto no medí­a más de un palmo. No me costó mucho atraparlo, escondido en uno de los escasos matorrales que salpican la calvicie de esta tierra. Debí­a estar ya medio muerto. Con un palo inmovilicé su cabeza y con mi única arma, esta navaja con cachas de cuerno de ciervo, lo degollé y comencé a destriparlo. Le abrí­ el vientre blanco, la sangre era más oscura de lo que esperaba y el olor más intenso de lo que podrí­a imaginar de un bicho tan pequeño. Su dieta de escarabajos y otros insectos de arena, se condensaba en el negro de sus tripas reblandecidas. Como un pescado, comencé a limpiarlo, a vaciarlo para no caer enfermo de disgestión. Desgarré sus entrañas con mis manos crudas y luego las enterré en la arena y con arena limpié mis manos y la navaja. Sin cabeza y sin ví­sceras lo ensarté en una caña y lo puse a secar. Si no puedo hacer fuego, siempre puedo comerlo una vez oreado. Me senté junto a mi presa, estandarte del hambre. Miré al fondo de este paisaje sigiloso, olvidado por el agua y el mundo. El sol permanecí­a inmóvil, como un fanal de millones de luciérnagas excitadas y condensadas en el mismo punto de la noche. Una vez conocí­ la historia de un hombre que recorrió durante muchos años su propio desierto, limpiando con una escoba, una pala y un recogedor, toda la arena que encontraba, enterrando los animales más grandes para arrebatar la recompensa de la carroña a los depredadores del cielo. Ni monedas ni otros objetos le interesaban, sólo los huesos, la carne fallecida y una campana con que anunciar los colores de cada dí­a. Miré mi escafandra sin saber cuándo me volverí­a a ser útil.

La distancia era ya insalvable entre mi vida anterior y este punto tan alejado de todo y de mi. Cuando comencé el viaje no pensé que terminarí­a en este páramo de huesos triturados. No pensé. Me alejé de todo y al final conseguí­ lo que este secreto deseo me inspiraba. Ya no busco volver, comienzo a entender lo absurdo de una vida que no sabe que está siendo vivida. Las crisis que precedieron al viaje no eran más que rabietas de burgués mimado, los sollozos de un niño sin pelota, de un rey que no encuentra su corona. Pero aún tengo la mano que empuñó la quijada de Caí­n, la muerte de mi hermano Abel, tengo su sangre en mi retina y un solar llamado Conejo donde lo enterré. La mano fratricida ni perdona ni pide perdón a los rayos enmohecidos de un dios en decadencia. Soy un ser perfecto ahora, busco la natural esencia desahuciada de la mentira del arrepentimiento y de la mentira del dolor y de la mentira en todos sus puntos de vista. La verdad que no se encuentra en la vida que hemos creado, que tení­a perfectamente atada en mi hogar. La desnudez de mi cuerpo ahora no miente sobre el frí­o ni sobre el calor. No mienten mis tripas ni mi mierda enterrada en el suelo. No mienten las entrañas de este lagarto, no mienten los colores de la luna. No mienten las huellas de mis botas impresas en este oleaje sin mar, en este océano de amnésica calma. La carne de este bicho está nauseabunda y eso me parece bien, porque tampoco miente. Al menos me ayudará a pensar, recordar, mirar, sentir, respirar un dí­a más… y eso no es mentira.

Siempre vuestro, Dr J.

Ciclos

caminandoLos ciclos de la vida son breves. Hace unas semanas que ya es primavera. Lo noto en el aire, en las narices rojas que estornudan su alergia en el autobús, en la ropa que mengua y luce la carne desgranada, en el vuelo de las abejas, en el canto de esas ranas de la acequia, en el aire inquieto que zumba dentro del hueco del roble de la plaza, en la telaraña que atrapó las primeras gotas del dí­a, en las huellas que dejan distraí­dos los gorriones de mi terraza, en cómo avanza inexorable el año por las confusas estrellas y hasta en la trémula hierba bufada por las fauces de un león silencioso que teme una estampida en algún lugar de ífrica.

El viento vuelve a llamar a las aves para que vengan a buscarte. Sin embargo algunas no saben aún si llegan o es que acaban de irse contigo. Antes distinguí­an de lejos las aldeas, los lagos, los palacios, las arboledas, pero ahora parece que naufragan en el tenue brillo de unas cenizas al atardecer, en la hora de la quema, cuando las serpientes abandonan su piel sobre piedras calizas sin tallar. Hipnotizan las ramas con sus puntos de luz diminuta, duplicando la imagen de los antiguos huertos donde aún se oye madurar la fruta. Bien entrada la noche la ciudad parece oler a polvo y ganado, pero la distancia con lo cierto es insalvable. Mis sentidos se confunden al cerrar los ojos y ver de nuevo el campo. El asfalto es estéril, de la zarza frustrada es difí­cil rescatar un canto vivo.

Sin embargo, en esta primavera, me he dado cuenta de que no hay solo soledad, que algunas yemas están prietas y deseando abrirse y reventar al mundo que siempre espera su ciclo. El almí­bar de una secreta metamorfosis se hace fuerte en tus ojos y veo como las penas de garganta irritada se deslizan en una barca que navega perezosa hasta el final del rí­o y el valle. Un cerezo puede ser el sí­mbolo de una noche con media luna, de un espacio en la sombra. La luz corteja al que espera. Un muslo acariciando una mejilla es lo más parecido a la quietud del corazón de Hércules. A veces el orden del universo es simple y la armoní­a la definición del bien.

La primavera envilece los caóticos deseos de la naturaleza. La actitud del mundo es cruel y por eso es imposible envejecer sin volverse loco, envejecer en la propia patria, lejos de guerras y crucifixiones. La actitud lo es todo siempre, pero ahora admiro la quietud. La quietud de esta insomne primavera que mezcla la palidez de unos huesos con la sangre cálida de un pájaro. La elipse de vida y espanto. Un hombre desnudo espera plantando semillas de árboles en las llanuras de lo infinito mientras al otro lado la muerte espera en los ojos inmóviles de un hombre sin latido. El azar está lleno de tumbas. La actitud lo es todo. La actitud.

La erosión de la tierra sigue constante, sin despeinar las gavillas del campo, mostrando mellas en la noche del que reinventa con tus ojos el alfabeto, desenterrando pétalos de historia dormida. La actitud bordea el cielo. La espera se hace un tálamo de verde noche en tu vientre. Parada. La primavera ha llegado otra vez, pero quizá demasiado tarde.

“El tiempo gira como un torno
la indiferente y venturosa primavera
salva almas, semillas y esclavos dormidos
sombrí­a primavera
en el siniestro susurrante deseo humano
palabras dichas por dos lenguas enlazadas
unión sibilante la serpiente de Eva
las estrellas avanzan
dos cuerpos desnudos brincan
entre incorpóreos árboles de Navidad
resplandecientes como abejas y capullos de rosas
el fuego se vuelve lluvia de polvo
los labios descansan, sonrí­en y duermen
el fuego arrasa el hogar de la sangre
en lejanas estrellas dobles y rojas
encadenados validan sus últimos deseos.†

Kenneth Rexroth, de Natural Numbers, 1964

Siempre vuestro, Dr J.

Dedicado a N (28.abril.2010)