Ausencia habla. Escuchad el rumor como un runrún

Mi amigo Peónidas Ausencia. El sociópata del desiertoEste es Peónidas. Mi amigo Peónidas Ausencia. El sociópata del desierto. Aquí­ le tenemos mirando el cielo con su chakra 7 abierto de par en par. Peónidas se retiró al desierto cuando comprobó la sed de mal que anidaba en sus tripas marrones. Habita, como digo, en el desierto, no importa ahora cuál. Vive toscamente aportando proteí­nas a su cuerpo mediante la ingesta de grillos y saltamontes y alguna que otra culebra torpe, sus necesidades de verdura se hallan cumplimentadas mediante la sustracción de tomates en invernaderos cercanos. Cubre su cuerpo con una tilma que teje con cactus desecados, una camiseta del carreful color cielo como se aprecia en la foto que acompaño y unos carsones levis del año 1989. No es eremita, sino sociópata consciente, y como tal se apartó de todos nosotros.

Me relata Peónidas cómo, a veces y hallándose presa de sufrimientos incontenibles, penetra las vulvaspulpas de las pencas y como éstas en ocasiones desgarran su miembro, fecundando la tierra con gruesas gotas de sangre. El suelo, amarillo y seco, se tiñe entonces y absorbe con voracidad el plasma hasta volver a su natural agostado. Este prodigio, lejos de admirarle, le sume en duelo y abatimiento, haciéndole prosternarse y orar, sabiéndose impuro. Es en esos momentos de quebranto del alma y Purificación cuando da en lo profundo de su jeta el Choque de los Protocolos del Ayuno Desperdigao. Estos son no otra cosa que una serie de expresiones o sentencias de maceración indeterminada y que vienen inoculadas en su toña por efecto directo del asentamiento de drogas varias consumidas en el pasado y psicodramas de época universitaria en el limo de su cerebro encharcado.

Los sintagmas, el verbo y la sustancia iluminan durante la oración como fogonazos el blanco de sus ojos, y su lengua, crujiente y seca por el Padre Sol, proclama entonces Los Protocolos del Ayuno Desperdigao.

Como sé de vuestra natural inquietud y confusión a estas alturas del relato por conocer los Protocolos os relaciono alguno a continuación, pero pocos, porque si no esto se acaba en el primer capí­tulo, que es éste. Ahí­ van:

  • “Llaves, fruta y merienda, tres divanes donde recostar la tranquilidad de un burgués.†
  • “Uvas con queso saben a beso, uvas con pan saben a beso de sacristán.†
  • “Vuestros corazones son como fotocopiadoras locas que no saben qué reflejar pero van escupiendo a toda velocidad.†

En fin, un pirado con toa la cuerda dá, como podéis comprobar.

Me pide que os comunique el siguiente Protocolo para Agosto que debiera presidir todos vuestros actos durante el citado mes, y lo hago con gusto y agrado porque si no, me va a estar dando la brasa todo el verano y necesito disfrutar de mis llaves, mi fruta y mi merienda en paz con aquellas personas a las que quiero, que están hechos unas fotocopiadoras locas comiendo uvas con pan a to meter.

Este es el Protocolo del Ayuno Desperdigao revelado para Agosto:

“Caga duro y pee fuerte, y rí­ete de la Muerte†

¡Buen verano, bruticos!

Señor, dame fuerzas para sostenerme

cartel salvajemente amateur 2008

Salvajemente Amateur 2008

He visto amanecer en la subida al monte, he visto a dobles de Mick Jagger correr como locos entre las zarzas de las tres de la mañana, he comido carne caliente con menta, me he desollado los dedos con las cuerdas de una guitarra atronadora y sucia, he sonreí­do a la mujer de mi vida tocando una canción de Matilda, y he abrazado y besado a mis amigos con todas las ganas del mundo.

Salud.

Escrito originalmente en perdona de verte, me alegro que te moleste

Un ser Megaborde

(Cómo escribir un relato al modo John Fante)

John Fante

Nos proponemos, mediante el presente ensayo, ofrecer al lector la posibilidad de, a través de la combinación acertada de una serie de elementos, convertirse en un vigoroso trazador de pedazos de realidad estilo lumpen al modo del Sr. John Fante.

A saber :

  1. El Galán:
    • Varón Maduro. 35 a 45 años. Bien dotado, según su parecer. Potencia sexual inhumana, (tiene un Ave Fénix en su pene) según su parecer. Abluciones escasas, tanto matutinas como vespertinas. Olor a macho. Chulerí­a incontenida, exaltación del «yo» por encima de todo. Concepto rerumcéntrico del Universo («Las cosas están a mi servicio y no yo al servicio de las cosas») y en consecuencia, chulo por encima de todo. Aficionado a las peleas por causas nimias, como una mala mirada, un malentendido, etc. Alcohólico modesto, sazona su afición con algún desparrame ocasional. Desprecio por las autoridades y las mujeres, «esas cosas que huelen». En definitiva, Un Ser Megaborde.
  2. La Chica:
    • Belleza porcina. Buenos cantos. Imprescindibles pechos de gran tamaño. (Mí­nimo 90). Desinhibición sexual a media copa. Parroquiana adicta a los garitos más repugnantes, donde halla a los machovaras capaces de satisfacer su insania sexual aún a costa de recibir alguna que otra pedrada de sus amantes más que ocasionales. Voracidad interpernorum: se le supone.
  3. Los Lugares:
    • Sean cuales sean, los lugares no deben estar muy limpios, la mugre resulta esencial. Convienen mostradores, mesas y sillas de railite, calendarios atrasados y vasos opacos. Sitios con capacidad de autogenerar borra o pelusa con la misma facilidad que el protagonista meteorismos.
  4. El Alcohol:
    • La generosidad en la utilización de éste sin par elemento no debe ser de ningún modo racionada o limitada bajo concepto alguno. Es susceptible de combinarse con algún tipo de drogas: psicotrópicos, compuestos anfetamí­nicos u otros por el estilo. Prohibida la cocaí­na, por su cierto aire burgués; ello repugna por partes iguales a autor y lector y desvirtúa grandemente la naturaleza del relato. Prohibido también el caballo, despista, y hace perder el aire moderno que le imprimen los elaborados quí­micos. Se permite, no obstante, el fumar chinos: aspirar humo de heroí­na siempre llama la atención.

Introducción

Se requiere un ambiente sórdido. Por ejemplo, una introducción comentando una monumental resaca puede ser buena. El comienzo debe ser crudo y de impacto, nada de mariconadas, el aterrizaje debe ser en la misma mierda en que vive el protagonista, aunque hay que aclarar que el muchacho no es de baja extracción social, sino que debe dar siempre la impresión de tener estudios y ser tan burgués como su lector, pero que por mor de diversas circunstancias, la vida aún no le ha pagado lo que le debí­a y él, por su parte, se desvive por hacer paté su hí­gado y provocar a la policí­a (municipal) sólo cuando está en condiciones de correr. En nuestro relato se ha pasado dos o tres pueblos y amanece tirado en la calle, aunque hemos de reseñar que ésta no es la tónica general de sus matinés de incorporación al mundo real. Y no nos llamemos a confusión: estamos hablando de un tipo leí­do, no de un mentecato, lo que le pasa es que vive en el lado salvaje. Ha de quedar claro en todo momento que no es un vulgar borracho que anda con la noción de las cosas totalmente perdida. Hecha esta glosa, empezamos:

Me habí­an meado los perros. Obtuve tal evidencia cuando me despertó la bocina de un camionero hijoputa que tení­a que pasar por aquella calle. Abrí­ los ojos y vi que estaba tirado en el suelo. Me habí­an meado los perros y no me encontraba precisamente bien. No podí­a ser de otro modo, aquella noche las botellas habí­an sido bastantes y no estaban llenas de agua bendita sino de la ginebra más correosa y con más poco enebro que se podí­a destilar.

Me levanté sin mirar y como pude llevé la ceremonia de huesos de mi cuerpo hasta la pocilga infecta que era el apartamento donde viví­a. Abrí­ la puerta mientras me estallaba la cabeza con ése amargor de bombo milenario, de gong sordo acompasado con cada latido de mi corazón y ese pedazo de carne hinchada de sangre que era mi lengua se hallaba pegada para siempre al paladar. El colchón me abrazó con el mismo cariño que otras tantas mañanas.

Ya vemos con que tipo de sujeto nos estamos jugando los cuartos. El resto del relato promete ser de lo más jugoso: quizás un poquito de hostias y discusiones, otro poquito de copas, y lo más importante: ¡a ver si folla o no, este cabrón!

Las seis de la tarde era una buena hora para que mis tripas recibieran otra dosis de alcohol, así­ que me despertaron y estuve un buen rato hurgando en los bolsillos de mi aséptico ropero en busca de un poquito de billetes que facilitaran el trueque comercial que me habí­a propuesto realizar.

Atención lector, porque los vecinos entran ahora en acción. Hay una variada gama, desde la familia con el padre en el desempleo y dos niños con algo de retraso mental que se pasan todo el santo dí­a vociferando con la madre, pasando por el matrimonio que anda a golpes a cada momento, por el camello que ejerce su actividad en casa, o por la vieja que no se entera nunca de nada. Puestos a elegir, nos quedamos con ésta última.

Nada. Pero quizá la vieja Gonsi pudiera concederme algún crédito. Gonsi no era otra que mi vecina del apartamento contiguo. Como siempre la puerta abierta, y como siempre el monitor de televisión a todo trapo. Fui a la cocina, tragué dos cucharadas de puchero sobrante y tomé, a cuenta de nada como siempre, un puñado de monedas de la botella del refrescante imperial que todos conocemos donde ella guardaba los restos de sus compras. Me tiré dos buenos pedos a la salud de la vieja por ver si me oí­a. No obtuve respuesta y me largué.

El súper bar «Burros y Caracola» estaba abierto. Su puerta, como una boca que me hablaba, mostraba sus dientes, sus bazares repletos de deliciosas botellas de vino blanco brillando al fondo, transparente como orines, que salí­a como entraba y a su paso por las deshechas tuberí­as de mi cuerpo se destilaba en albaranes de felicidad y estrellitas de colores.

Empecé la primera.

Empecé la segunda.

A las siete de la tarde podrí­a decirse que ya estaba un poco borracho. A eso habí­a venido, y no a rezar el rosario.

Va siendo hora de poner en acción el dedo veinte y uno del chico, que es lo que está esperando el lector, un poco de metesaca estimula mucho y obliga a las piernas a cruzarse en el sillón.

A las siete y cuarto entró una tí­a en el bar, parecí­a algo ajumada. Su cara tení­a aspecto de haber vivido tiempos mejores. Tení­a las piernas largas como una misa de cura viejo y las caderas contorneadas como una gran chicane, con unas curvas difí­ciles de seguir con la vista sin trastabillar; sus pechos bajo aquel traje de punto que se pegaba a su cuerpo, eran comos dos titanes, como dos mundos demoledores sin explorar, esperando a que un mamón como yo los cartografiase, midiera sus picos y sus desniveles con mis dientes y probase los frutos de sus riquí­simas huertas salvajes. Mi polla comenzó a hincharse de sangre, así­ que me acerqué a ella y le espeté:

¿Quieres follar?

Ella contestó:

¡Digo!

Podemos optar ahora por terminar de forma escueta y cortante nuestro relato, masacrando los rijosos pensamientos del lector, con una frase que pretenda ser tan destroyer (perdón por el término) como la inicial (Recordemos: «Me habí­an meado los perros»). De tal modo, combinaremos los siguientes elementos:

La palabra «follar» y sus conjugaciones + alcohol + emisión incontrolada de algún humor interno + Insultos a la chica + evaluación de daños.

  • Follamos y luego bebimos.
  • Vomitamos.
  • Bebimos y luego follamos.
  • Por culpa de aquella estúpida se me escoció la polla.

F I N

Imagen original de Katarsis

The Bombo Tour – Sefronia no sirven para banda sonora de tu vida

Sefronia - The Bombo Tour

“Un ángel cosió mis labios con hilos de tu piel.”

Una montaña de gloria cubierta de bayas se alza en mitad del desierto.

Saltarinos los acordes del anuncio T.V. van saliendo de tus labios silbados por la calle. Es graciosa, sí­, es graciosa la melodí­a, y casi en pequeños saltitos te elevas recordándola. Luego en tu casa sin pasillos tus dedos encienden los leds y pones tu colección sonora: cortas la rúcola, deshaces los tomates, dadeas queso e inseminas el bol con vinagre de Módena, la lavadora se centrifuga llena de ropa bonita y calcetines sucios, entras el vino blanco frí­o en tus dientes que eructas con agrado y silencio, mirando el disco brillante que desde el cielo te sonrí­e paulatino. Ponte un diez. Diez sobre diez para éste sábado de sol y bueyes. Y la música suena, suena, y suena, haciendo de fondo tu vida mejor, tu banda sonora ideal para gente moderna. Dormir.

No esta grabación válida para esto. No. Modo ninguno. Usted. Usted.

Usted, respire profundamente con los ojos abiertos tres veces y cerrar. Expulsar el aire lentamente hasta ser un fuelle seco. Ahora suena The Bombo Tour, no sirve para banda sonora. No. No es propósito.

Sefronia. Entra aquí­, en este jardí­n del desierto sin lí­mites, lleno de flores dolorosas y hermosí­simas, desierto presidente de caminos que se abren distintos cada dí­a de escucha. Tu cantimplora debe estar vací­a pues todos los aceites y las aguas llegan hasta estas rocas quemadas por el sol y no debes sentir temor alguno, hermano.

«Tres lenguas de fuego se posan en mi cabeza
Con la espada defiende el Cimorro
¿La separas de mi fortaleza, es el ábside de mi iglesia?
Señor a ti me debo, me bebes y digieres.»

Enciclopedia absoluta de lo que nunca debe hacer una banda si quiere forrarse a costa de los necios de barrio y los listos del centro, The Bombo Tour es como entrar las cuatro de una tarde de verano en un cine, sabiendo que toda la parroquia está en la sala, y, en vez de entrar en la oscuridad, sales por la puerta de atrás, entreabierta, donde adivinas el frescor de la corriente en penumbra. Abres la jamba y te entregas. Las calles desiertas y solitarias son diferentes y los tránsitos hacen nueva la ciudad. Reconoces los trazados pero no recuerdas los destinos.

Angelina Olea - SefroniaCada corte del disco va mostrándote cuan equivocado estabas antes, cuando creí­as que el mundo tení­a lí­mites, que ya lo tení­as todo visto y aprendido en tus carnes viejas. La estrella de A. L. Guillén, deslumbra, atenaza, irrita, llena de paz, perturba y sarpulle, poniendo ternico al potro más bravo del Indie OK Corral. No está solo en su asalto, cuenta con la hipnotizadora profesional Angelina Olea: la voz, lo digo porque lo sé y vosotros también debéis de participar de este conocimiento, la voz, repito, más grandiosa que ha dado la música popular española; dura entre las piedras, hermosa y franca, retadora y dulce cuando anuncia: “buenas noches, somos Sefronia…†, deliciosa entre acordes mayores, inquietante entre los menores, misteriosa y deslizada en los difusos de la guitarra de A. L., plena de sabidurí­a y madura, voz de mujer, de la primera mujer, de todas las mujeres en una sola.

De éste choque de potencias sagradas surge el manantial de Sefronia, apagando la sed del que busca y no encuentra.

“Que sean tus manos las que me den de beber
Que sea tu pelo el que me arrulle con su miel…†

Ritual es también la participación de Javier Carmona, percusionista en absoluto estado de gracia, que reinterpreta varios de los temas del álbum con matices ricos, vibrantes y plenos de madera y cerbatana.

Alma pura y prodigiosa tras Sefronia… hablo del cuarto miembro, el cuarto decálogo de virtudes sin senectud, Fernando Jaén, responsable de algunos de los textos, aprieta el ensamblado con mimbres de amor, poesí­a y desgarro, con sarmientos de humanidad y shocks de hiperventilación, macerando los cortes, agraviando los usos, torciendo las miradas y haciéndonos decir Sí­.

El álbum, grabado í­ntegramente en directo, cuenta con un sonido espectacular, y es fiel reflejo de lo que fue en sus dí­as la gira e instantánea de forma prodigiosa el largo camino del desierto, de los estilitas, de los que al final ven la luz del mar.

Vuela un pájaro ahora, sí­, parece dormido batiendo las alas, mientras niego a veces tantas verdades, tantas verdades, que incluso los absolutistas han llegado a temerme.

Descargar The Bombo Tour:

 

Going Down the Road (Feeling Bad)

por diosMe habí­a pasado la tarde escuchando a los Dead y a Superchunk y la cosa no iba nada bien. Yo tení­a talento, pero hací­a algunos dí­as ya que éste no decí­a ni mu. Dos semanas antes habí­a estado escribiendo de forma desaforada: las imágenes, las metáforas, las maravillosas combinaciones de palabras me visitaban, me susurraban con dulzura; yo las atendí­a como merecí­an y mi cabeza parecí­a una gorda antena zumbadora recogiendo las vibraciones del exterior.

Pero la cosa habí­a cambiado. En un desconocido momento se habí­a producido una inflexión dentro de mis sesos, y de ellos no salí­a la más mí­nima idea, verosí­mil o no, daba igual para éste oficio. Cuantas veces habí­a iniciado relatos a partir de una pequeña frase como:

«Te dí­ una vara de nardos, niña, para que me hicieras una canastilla con tu pelo…»

Ahora me resultaba imposible hilar ningún sujeto con ningún verbo con ningún predicado. Bueno, sí­ se me ocurrió lo siguiente :

«¡Uy, Comandas Salgari Animós!»

Pero como no entendí­ que querí­a decir, opté por descartarlo temiendo que la historia discurriera por perlas del estilo de “Anejos Botango Monocaskim (hembra)† y así­ sucesivamente.

Cero, cero y supercero. Mi Consolación a través de la Literatura, mi refugio para Ociosas Barrigas Llenas estaba completo. Completo de nada. Mis discursos autoyo se habí­an terminado. Habí­a agotado las fosas mentales de inspiración. El hombre/muchacho solitario que paseaba por una tarde gris, frí­a y lluviosa, ensimismado en sus propias necedades, habí­a hincado el pico, pero bien.

No reflexiones. No suspiros. No gotas de lluvia amargas ni lunes tormentosos.

El niño Cadáver entregado a la pena y complacencia de ser solitario, a la de ser una gota molecular pero esencial para la supervivencia de Occidente, estaba centelleando como una pantallita de videojuego: «Game Over. Game Over. Game Over».

Debí­a poner a trabajar a las palabras y resultaba que el sindicato del verbo me habí­a dado la espalda. ¡Dios mí­o! Mi público, mis lectores, estaban ahí­ fuera, tan ociosas barrigas llenas como yo. Ninguno sabí­amos lo que era trabajar durante doce o más horas al dí­a, ninguno habí­a sentido en sus tiernas manos la candente apretura de las herramientas durante horas ni sus burbujas calientes de agua entre los dedos. Desconocí­amos, en suma, lo que era trabajar, trabajar y después trabajar para volver a trabajar, jornada tras jornada, año tras año.

Los dí­as se nos ofrecí­an llenos de minutos, minutos densos como gotas de mercurio y mierda, las tardes, soleadas y nubladas. Aunque no, no; todas más bien agridulcemente nubladas, para éso eramos artistas, para que siempre estuviera nublado.

Bueno, bien podí­amos así­, si éste era nuestro estado, dedicarnos a ése maravilloso onanismo mental: yo escribo, tú lees, pero poco, porque sólo lees lo que tú a tu vez escribes y me dejas que yo lea, que no leo, por que yo no leo, sino que a mí­ me leen (o eso creo yo). Y además chaval, no te lo digo, pero a mí­ me parece un zurullo lo que escribes: ñoño, inútil, imbécil y huero.

Dolido entonces por éstas soñolientas edificaciones, no advertí­ como por debajo de la puerta de mi apartamento alguien deslizaba un sobre con mi nombre, lo descubrí­ horas más tarde tras oficiar unos vasos de vino. Decí­a así­:

«Usted.
Usted.
Usted es un cuarto premio de concurso nacional de redacción de cocacola, pero frustrado. Es incapaz de escribir más de dos folios seguidos. Dios mí­o, no siempre está nublado, ¿sabe? He escuchado el viento y el mar, las nubes pasan deprisa y el sol estalla diez millones de veces por segundo. Vea, allá afuera hay algo más que su propio ombligo. Hay un árbol debajo de mi ventana, un pájaro canta a las cinco de la mañana y me despierta. Cada dí­a. ¿No es misterioso? Usted anda todos los dí­as de puto culo con los zapatos mojados y su grasiento pelo cayéndole sobre los ojos diciendo: «Mí­rame, ¿no te doy pena? Soy un burguesito relleno de jamón y queso, mis horas libres son muchas y tengo alma de artista, mis manos de madera escriben cuentos, cucamonas y diatribas; soy ingenioso y amable, a la par que sencillo y elegante. Escribo cuentos y relleno el tiempo, eso hago, pasan los dí­as y creo que nadie me comprende. Soy un genio solitario. Mí­rame. Admí­rame.

Jabón. Señorito. Jabón.

Y usted lo necesita por dentro y por fuera, lagarto doliente y confuso; su lengua necesita una friega y su cabeza un arranque.

¿Le suena éste párrafo?:

«Los dí­as de otoño habí­an llegado aquel año como con un pequeño hervor de párpados adormecidos por la prí­stina dulzura de ésos momentos dolorosos en que todo va y viene, en que todo el mundo se agita convulso en un ir y venir sin razón, y a nosotros nos parece que el mundo va a descarrilar sin reparar en la tristeza y el desánimo que preside todos nuestros actos, ni en las gotas de lluvia sobre nuestras sienes y el voluntarioso vací­o de nuestras manos.»

Pertenece como bien reconocerá a su opúsculo intitulado «Dí­as de cafés salados y tristeza infinita». Pues bien, sepa que en mi vida he visto una sarta de necedades más completa. ¿Que coño le pasa a usted? No he entendido ni jota y no teniéndome por tonto, deduzco que tiene un problema y se resume en lo siguiente: no ha dado ni chapa en toda su vida y se le nota a la legua. ¿Qué es un “pequeño hervor de párpados adormecidos blablablá…†? Madre mí­a, ¿cuantas horas habrá pasado rascándose el boniato inútilmente para llegar a escribir esa mierda? Alegre ésa cara hombre y no sea tan refinado, vaya a ver una matanza, vea la vida saliéndose roja, latido a latido, manando a borbotones del cuello de un marrano y vaya a la aceituna (a recogerla, cabrón), deje de vivir con sus padres y salga al mundo, que tiene tela .Verá como le cambia la vida.»

El precio de ser artista es que siempre hay alguna gente totalmente fulé que viene a incomodarte con su bruta concepción del mundo. No estoy acostumbrado a groserí­as de éste tipo, pero qué le vamos a hacer, la fama tiene su precio, de modo que en esta ocasión, me consagré unas olivitas, una tapita de jamón (y más vino por supuesto) y estuve pensando en lo que decí­a el anónimo. Quizás fuera a una matanza, a uno de ésos holocaustos de sangre y grasa, de chillidos y tripas, a una de esas populares representaciones del Teatro del Colesterol.

Mezclarme con gente fulé es posible que abriera en mí­ horizontes (y cómo no) insospechados. ¡Hum!

Pero ello no hizo que mi problema se resolviera: continuaba en el mismo punto muerto, en la misma calma chicha que unos dí­as antes y esa idea me revolví­a los sesos furiosamente.

Sin embargo, un movimiento telúrico, un abrasador instante de luz y tensión se abrió paso en mi interior, el aplatanamiento finisecular se deshizo como unas presitas de arroz entre mis dientes y la hermosa voz de Jerry Garcí­a me hablaba: «..yendo carretera abajo (sintiéndome mal)».

Cogí­ la pluma y empecé a escribir:

«Me habí­a pasado la tarde oyendo a los Dead y a Superchunk y la cosa no iba nada bien…»

EFEIENE