LEER
Todos leyeron y escribieron, es decir, construyeron. Baudelaire encuentra inspiración en Poe; Neruda viene de Whitman; Hemingway de Twain; Marcel Proust, lee a Shopenhauer y se esfuerza por conseguir la llamada prosa musical; Santa Teresa y San Juan de la Cruz arrancan de los místicos flamencos y alemanes del siglo XIV, y así sucesivamente. Todos venimos de todos; lo que ocurre es que cada cual ha de elegir el menú que más le guste.
Saco al azar tres libros de la estantería. El primero «Héroes» de Ray Loriga; lo ojeo y nada, es un libro que no me dice nada y que, posiblemente regalaré. Bukowski, «Peleando a la contra»: brillante, elíptica, en la línea genuinamente anglosajona, ni un solo párrafo de análisis psicológico, pura estética conductista, un ritmo trepidante, una parca precisión. ¿Trabajaba este hombre sus textos? No sabría decir, aunque juraría que si. Imposible discurrir con tanta sutileza solo con improvisación y whisky. Davor Sveno, «Hombre-Mujer». Este señor defiende lo siguiente: la amistad entre dos personas del sexo opuesto está por encima del deseo carnal. Dicho picor está condenado a no aparecer ante la sólida relación de amistad. Y digo yo que no señores míos y no hay que darle más vueltas. Un hombre y una mujer se pongan como se pongan, no pueden estar juntos toda la vida fingiéndose indiferentes a la llamada de la carne, porque eso va contra natura. Otra cosa sería la llamada del pescado, pero la carne no hay quien la resista. Este lo tiraré de inmediato.
Leer… Leer a los clásicos. ¿Pero quienes son los clásicos? «Los clásicos son insoportables» declara mi amigo y compañero Nicolás. Y uno cavila que algunos clásicos son, efectivamente, insoportables. Pero vuelvo a preguntar: ¿Qué es un texto clásico? Quizá pudiera definir un texto clásico como aquel que se puede releer indefinidamente, siempre con placer, siempre descubriendo nuevos matices. Decía Harold Bloom que hay clásicos, aparentemente muy distantes, que están unidos por ocultos parentescos. T.S. Eliot, en su ensayo sobre Dante, opinaba que el poema filosófico más próximo a la «Divina Comedia» era el o la «Bhagavad-Gita». Lo que ocurre es que cada cual tiene sus propios clásicos, y hay clásicos cuyo valor caduca como los productos lácteos. O quizás el que caduca soy yo. Da igual. Hace un tiempo empecé a releer el Quijote de Don Miguel de Cervantes, y se me cayó de las manos (sacrilegio!!!); pero volví a los cuentos de Chejov y a «Meridiano de Sangre» de Mc Carthy, y me siguieron pareciendo obras maestras. Y nunca me canso de abrir las Meditaciones de Marco Aurelio al azar.
En todo caso, sobre gustos… los culos. Y ciertamente ahí está la piedra de toque para que cada cual decida cuáles son sus clásicos. Leí en mi juventud la filosofía del tocador del marqués de sade y me gustó mucho. Y no pienso volver a leerlo, no necesito volver a leerlo. En cambio, descubrí hace muchos años «Symphonia Armonie Celestium Revelationum» de Hildegard von Bingen y decidí volver a escucharlo, sí lo he escuchado infinidad de veces, y siempre me ha parecido diferente y sumamente atractivo. En rigor La Literatura no puede competir ahí con la música, y las razones son obvias. Una de ellas es que el sonido musical no lleva el lastre de la carga semántica y, en consecuencia, esta abierto a distintas interpretaciones. Otra razón es que la música no necesita ‘traducción’. ¿Cómo comprender, en su verdad histórica, un texto literario antiguo? Todo queda deformado al trocar el discurso de los clásicos en unas falsas paridades modernas. En cambio, si escuchamos el hermoso «Códice Calixtino», automáticamente nos sumergiremos en la edad media.
Y para terminar en comparación con la novela, la poesía ya se parece más a la música. Hay poemas que conviene saberse de memoria, poemas que suenan siempre con matices inesperados -¿verdad Dr J.?-
Lo que hoy escribo vale para hoy y vale para mí, supuesto autor de este post. Pero lo que hoy escribo altera mi pasado. Mi pasado es distinto cada día.
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