Mientras Agonizo

La crueldad del tiempo, la sinceridad de la muerte, la jodida invariabilidad de lo finito. Cuando uno aprende a vivir, a amar con todo lo que tiene, a comprender algo el porqué de las cosas, el silencio del dolor… es hora de preparase para estar muerto por una larga temporada. Vivir es andar envuelto en nubes de espanto. Quizá la soledad sea tu mejor compañera en estos trances, o quizá quieras estar rodeado de la gente que te quiere y te ama… aunque amar y querer no sea siempre lo mismo. Quizá no quieras ni pensar. Quizá tampoco quieras saber qué piensan los demás. Lo cierto es que a orillas de Estigia espera un barquero que aguarda su propina de monedas de plata.

En Mientras Agonizo, Faulkner relata la odisea de la familia Bundren. A través de diálogos interiores nos introduce en las mentes de esta familia, que construye un ataúd para llevar el cuerpo de su moribunda madre (Addie) desde su casa en las montañas hasta las tierras bajas donde estuvo su cuna. Darl lo relata todo con la claridad de una mente despierta. Cash construye en silencio el ataúd a golpes de azuela con la mirada de conformidad de su madre a través de la ventana. Dewey soporta en sus entrañas los frutos del pecado. Vernom confunde en sus tormentas imaginarias (los cero y el sd. de Down) los árboles con pájaros calurosos… y el marido sólo piensa en encontrar a otra mujer y renovar su dentadura. Así­ transcurre la agoní­a de Addie… orgullosa de reunir a su familia en un viaje tétrico a los confines de los muertos con la contundencia de un martillo sobre una madera de pino.

Así­ es Faulkner, nacido y criado en el Mississippi, educado en los estragos de la guerra de secesión, Aviador militar pero no soldado, pintor, carpintero, contrabandista de ron. Le dieron el Nobel en 1962, en su propia agoní­a, quizá para darle consistencia a la literatura americana más academicista. Faulkner usa aquí­ la crudeza de unas mentes de campo para enfrentarnos a la realidad incuestionable de la vida, donde cada uno tiene su propio diálogo, sus propias preocupaciones, sus propias conclusiones, su propia actitud… sus respuestas imperfectas… y eso lo hace grande. La agoní­a es una toma de consciencia de la desilusión, y la desilusión es aprender a ver las cosas como son y no como nos gustarí­a que fueran.

¡Qué buen carpintero es Cash!, mantiene los dos tableros sobre el banco, ajustando sus bordes para que formen una cuarta parte de la caja. Se arrodilla, enfila con la mirada la superficie de los tableros, los deja luego, y vuelve a empuñar la azuela. Buen carpintero. Addie Burden no podrí­a desear uno mejor, ni una caja mejor en que descansar. Una caja así­ le dará confianza y comodidad. Sigo hasta la casa acompañado por el chac, chac, chac de la azuela.»

«Mientras agonizo»W. Faulkner

Agonizar es reconocer la finitud del tiempo. Amar es a veces una forma de aprender a perder. Cuando el amor agoniza debemos iniciar el viaje de descenso a la provincia de los muertos. He conocido a algunos que creen haber vuelto.

Siempre vuestro, Dr. J.

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Senda Hacia Tierras Hondas

Matsuo Basho

Andar los caminos, irse de viaje, convertirse en peregrino, es avanzar en la senda del espí­ritu. Muchas veces los viajes son una búsqueda interior, un reflejo del movimiento terrestre del cuerpo en el estanque del alma. La traslación corporal nos permite ser conscientes de los meses y los dí­as como «pasajeros de las edades, siendo también viajeros los años que van y vienen» (Basho). Así­ mucha gente ha encontrado en el viaje un camino iniciático hacia la esencia del propio ser. En España tenemos el vulgarizado camino de Santiago, en Japón está la Senda de Oku.

Esta senda la anduvo Basho a sus cuarenta y pico años, unos dos mil trescientos kilómetros de recorrido. Constituye el cuarto de sus cinco viajes con los que terminó sus dí­as en esta tierra. Senda hacia tierras hondas, es un breve diario de esta peregrinación llena de prodigios cotidianos. A estas alturas de su vida, Matsuo Basho se habí­a convertido a la tradición Zen, viví­a en una chozilla al lado del rí­o Sumida, donde plantó un platanero (Basho) que dio nombre a su nuevo ser y aquella región apartada del mundo. Desde allí­ cultivó la meditación como ví­a hacia el nirvana, o la iluminación, que no consiste en saber la verdad, sino estar en ella. Y los Haikus son el reflejo de este alma que conoce el mundo con nuevos ojos. Esta poesí­a retrata visiones de la naturaleza, tal como son, eran y serán, aquí­ y ahora. Una visión que cambia la percepción del mundo y te zambulle en la unidad del viejo estanque.

Este librillo lo tradujo por primera vez al castellano Octavio Paz, comentando de él: «Breve cuaderno hecho de veloces dibujos verbales. En este libro no pasa nada salvo el sol, la lluvia, los árboles, una niña… no pasa nada, salvo la vida y la muerte»». Con esto quiero decir que entender esta poesí­a japonesa tiene más que ver con la sutileza del alma que lo lee, más que con la percepción espaciotemporal del pensamiento de Occidente. Octavio Paz entendió a Basho, como Ueda entendió a Rilke. Del humor a la tristeza, del caminar a la contemplación. Que los dí­as nos sean propicios, que los años sean aliados, que el sol nos acaricie cuando decida salir de su escondite algún dí­a de estos.

Cuando desembarcamos en un lugar llamado Senju, pensé en las tres mil leguas de trayecto que me esperaban y se me llenó el corazón de congoja, derramando lágrimas de despedida antes de lanzarme a confines fantasmales.

Se va la primavera.
   Lloran las aves, son lágrimas
      los ojos de los peces.»

«Senda hacia tierras hondas»Basho

Siempre vuestro, Dr. J.

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En Busca del Tiempo Perdido

Quién no se ha preguntado alguna vez por las motivaciones inconscientes que nos llevan a hacer lo que somos. Por qué soy médico, por qué escribo, por qué no me canso de mirarte a los ojos. Acercarse a estas arenas movedizas de la inteligencia emocional no es fácil. Es un abismo enfrentado a las tierras más umbrí­as de nuestro hipocampo, de nuestro ser, de nuestro estar. Porque un olor es más que un olor… Quién no ha olido un perfume y se ha visto transportado en otro tiempo, metiéndole mano a Juana entre los pinos del parque, magreando la conciencia de un adolescente con manos de gacha. Así­ es la memoria y el tiempo, un rompecabezas interestelar donde las paradojas sitúan nuestra mente en mil planos holotrópicos y simultáneos. Quizá tengamos sólo lo que nos merecemos… caos y olvido… pero con miguitas de pan para encontrar el camino de la memoria… los renglones torcidos de Dios.

Y aquí­ el maestro es Proust (1871-1922). Esnob de vida acomodada, maricón fascinado por los vestidos de las damiselas de la encantada burguesí­a a orillas del mar, asmático desde joven, dedicó su obra al estudio de las personas como personajes independientes de un yo escribano. Vidas inacabadas entre el amor y la irracionalidad. Al final de su existencia se encerró en una habitación insonorizada forrada de corcho, donde limitó sus movimientos y consagró sus últimos trece años a la escritura y a la evocación. En estas circunstancias nació «En busca del tiempo perdido» (no es la última entrega de Indiana Jones), que consta de siete novelas. Constituyen el análisis más luminoso y hermoso de cómo funciona nuestra memoria que se haya escrito jamás. Todo suma, todo tiene su peso y su importancia, los caminos de la consciencia son los protagonistas de esta obra conmovedora. Una tonadilla se perpetúa en los caracoles de la cabeza, mientras se nos lleva a pasear por los alrededores de un Parí­s aristocrático, donde todo vuela en vez de posarse en la tierra, y los colores cambian la forma de amar a una mujer, a un hombre, a una familia, al mundo. El tiempo es una provincia añorada que sólo se encuentra cuando se pierde. Hay manantiales insaciables que no cesan de manar agua infinita…

En cuanto reconocí­ el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tí­a me daba, la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardí­n que detrás de la fábrica se habí­a construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer los recados, y los caminos que seguí­amos cuando hací­a buen tiempo.[…] Todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.»

«Por el camino de Swann». Combray. Marcel Proust

Siempre vuestro, Dr. J.

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    [En busca del Tiempo Perdido (Vol. 1): Por el Camino de Swann]
    [Marcel Proust, o la novela de la escritura]
    [La magdalena de Proust y el perro de Pavlov]
    [Parí­s-Cabourg. En busca de Marcel Proust]
     

Ventisca

         Ventisca

Tumulto, llanto, nuevos espí­ritus.
Desconsolado, envejecido, solo,
canto para mí­ mismo.
Los jirones de la neblina se asientan
en la noche que cae.
La nieve corre arrastrada
por las volutas del viento.
La copa se vuelca y se derrama el vino.
La botella está vací­a.
El fuego se ha apagado en la estufa.
Los hombres se expresan por doquier con susurros.
Yo cavilo sobre la inutilidad de las letras.»

TU FU, traducción de Kenneth Rexroth

No soy un experto en poesí­a china, pero tengo un libro con algunos poemillas de este personaje: TU FU (713-770). Poeta de la dinastí­a T’ang, pertenece a esos poetas universales que hablan de las cosas pequeñas de la vida, con los ojos puestos en el fondo de un rí­o oscuro y eternamente en movimiento, con la mirada perdida en el vuelo solitario de un ganso salvaje.

Nacido de familia ilustre, estuvo cercano a la corte del Emperador Ming Huang hasta que en su madurez se alejó de todo para instalarse en un estado de inseguridad crónica. Su carrera polí­tica y poética fue apagándose, convirtiéndose en un vagabundo de ensoñaciones, viviendo en cabañas de techo de paja, en pueblos deshabitados, para terminar sus dí­as en una casa-barco, donde parece que naufragó a los 57 años. Su único hijo murió también en aquella época, quizá ví­ctima de alguna epidemia.

No escribió poemas de amor a mujeres, entre otras cosas porque solí­a tener apasionadas relaciones con otros hombres. Su poesí­a rehuye del despiadado poder de los dioses, y canta a la naturaleza, a su abstracción como fuente de la vida… habla de la vida, venerando la vida. Ante la lascivia divina queda el amor redentor de los hombres. La calma y la compasión responden en su obra a una puesta de sol sin romanticismos, en plena soledad.

Hoy, de vuelta a los senderos del tigre, y con este frí­o, he querido mostraros este poema, con una copa de vino, para brindar con vosotros por la amistad, por lo efí­mero del tiempo, por la inutilidad de algunas palabras, y el calor de algún beso (el último o el primero). Abrigaros el pechito para no coger un catarro y nos vemos tomando unas cervecitas.

Un abrazo, siempre vuestro Dr. J.

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    [Tu Fu (o Du Fu) en la Wikipedia]
    [Poetas chinos]
     

Las Bodas del Cielo y el Infierno

«El señor Blake no me brinda mucha compañí­a, se pasa mucho de su tiempo en el Paraí­so», solí­a decir su esposa Catalina. Ya desde niño le frecuentaban visiones en sus paseos por el campo, en sus sueños entrecortados, y éstas no le abandonaron hasta su muerte (murió en agónico trance entonando alabanzas a Dios). Una procesión inagotable de arcángeles acompañaban a Jesús y sus discí­pulos en sus conversaciones. Ezequiel, Isaí­as, y el Santo Job eran asiduos a esas reuniones visionarias que Blake viví­a con extraordinaria cotidianidad, siendo para su familia y allegados una muestra irrefutable de su locura plasmada tanto en su obra poética como en sus grabados. Su carácter agrio tampoco le ayudó en sus relaciones, aunque siempre estuvo inclinado a la ayuda de los más débiles, en ellos estaba el secreto del universo. Su ví­nculo con lo real lo mantení­a a través de su iletrada mujer. Ambos se complementaban, ella dedicada a vivir en la tierra y él debatiéndose entre el cielo y el infierno. El poco tiempo que pasaban juntos, en la misma realidad, era una muestra de amor fuera de dudas.

De ideas revolucionarias, nunca fue bien visto por su tiempo y su obra gráfica le dio de comer en los momentos que su poesí­a era aborrecida. El divino paganismo, la soledad, el individualismo, el placer, el alma y el cuerpo juntos para atravesar las puertas de lo visible, la renuncia a los sentidos para aprender a ver lo infinito, sus visiones de locos egregios, sus escritos llenos de tachaduras y faltas de ortografí­a y de acentuación, junto con su musicalidad extrema, lo postraron al olvido. En toda su obra sólo buscó llegar a la unidad de todas las cosas, al Paraí­so, a través de la pintura, la poesí­a y la música. A través del Amor con mayúsculas.

Quiero destacar Las bodas del cielo y el infierno, una caótica orgí­a de visiones debatiendo sobre la lucha de contrarios, descubriendo el humor a los sabios y la adivinación a los extásicos. Amor y odio y bondad y vicio, como motores de nuestra existencia, el código binario que conduce a la unidad… el Amor. Ingresa aquí­ en la cofradí­a de los malditos y hoy releo su obra con serena intranquilidad. Intento ver el mundo a través del lenguaje afásico de Dios, de la poesí­a.

Camino inseguro por estas sendas inclinándome a la renuncia de lo sensible, pero siempre vuelvo en busca de unos brazos que me abriguen, de unos pechos que me acojan con toda la ternura de un mundo que acaba de nacer. De un tiempo a esta parte un ángel sobrevuela las puertas de mi vida con labios afilados de beso y una mirada perdida en órbitas de astros errantes.

Si las puertas de la percepción se limpiaran, todo aparecerí­a a los hombres como realmente es: infinito.»

«¡Que la pálida religión no llame virginidad a lo que desea pero no actúa! Pues todo cuanto vive es sagrado.»

«Las Bodas del Cielo y el Infierno»William Blake

Desde el insomne hospital, siempre vuestro, Dr. J.

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    [William Blake en la Wikipedia en español]
    [The William Blake Archive]
    [Blake Digital Text Project]