… o lo que parecía ser la segunda parte de un relato.
Quienes conocen al federal dicen de él que es un hombre despierto, alerta, hiperactivo, nervioso, gesticulante y a la vez pausado. Todo cuanto hacía o decía, estaba dictado por la prudencia, pero para nada era cauto; es decir, le costaba decidirse a actuar, y una vez que lo hacía… era implacable.
—Es indudable que eres un caballero —me decía— pero no a ultranza, o digamos que lo eres de manera justa: no hay caballero que no se haya comportado como un rufián al menos una vez en la vida, pero lo tuyo de esta semana, no tiene nombre.
Y así fue como un hombre se apiadó de un joven y alocado niñato que había perdido la brújula en ese hormiguero llamado México D.F.
Suelo escribir sobre lo que tengo más a mano, esto es, mis recuerdos. No desconecto ante episodios de dolor y angustia; todo forma parte de todo, o al menos eso creo y todo ese cúmulo de experiencias me han enseñado a no tener mala conciencia.
No tener mala conciencia equivale a integrar —Jung lo llamaría la propia sombra. Pues bien yo mi sombra la tengo bastante bien asimilada; diría que desde hace años no rechazo ni me avergüenzo de ninguna de mis zonas oscuras. No me identifico con la parcela ideal de mi mismo; me identifico con mi ambigüedad y ambivalencia, con el bien y el mal, cuya distinción siempre me pareció superflua: ya lo dijo alguien «no he oído hablar de ningún crimen que no me sintiera capaz de realizar.»
Ser ángel es ser diablo. En resumen estoy en buenas relaciones con mi sombra, tal vez sea porque he dejado de ser judeocristiano… que sé yo.
La gente suele tener una indigestión de ética. Pero ya lo decía otro rarito… Foucault que la ética no es más que voluntad de poder disimulada. Nos dejamos llevar por dualismos superficiales, como ese de que el pecado está en la voluntad y la ignorancia en la mente. Esto señores míos son distinciones escolásticas que impiden que uno se reconcilie totalmente consigo mismo,… pero ¿qué les estaba yo contando…?
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[Imagen original | Wikimedia Commons]
Las sombras. Siempre adosadas al pie. Las sombras. Son afortunados los que han conseguido domesticarlas.