Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, como el verso de aquel antiguo poema, le reclama el hombre gordo a su madre una respuesta. Su madre permanece callada al otro lado del teléfono. Esta noche el hombre gordo casi ha caído al estanque de los osos, y se ha desprendido del peso de su hijo retrasado y rollizo con el que se comunica a través de sus manos gruesas. La locura se hereda, y puede ser el destino anunciado de un hombre. El hombre gordo quiere sobrevivir al peso de la muerte de su padre recluido voluntariamente en un sótano, quiere sobrevivir a la locura de su hijo deficiente, quiere escapar de su futuro y de su pasado, quiere liberarse de su locura… de nuestra locura. El hombre gordo quiere volver a comer tallarines en salsa de carne y pepsi-cola con su hijo mori, al mismo tiempo que quiere librarse del peso de su responsabilidad de cuidar con todo el amor y la locura a su hijo de inteligencia vegetal.
Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, sin héroes, sin días felices, sin gestos divinizados, sin mentiras sociales. Dinos cómo sobrevivir a nuestra vida de contempladores de ocasos rojos, de bonsáis disecados, de desiertos enfrentados. Qué alguien nos diga cómo sobrevivir a nuestra locura de deseos insatisfechos, perversos e infames.
El hombre gordo sólo se libera de su culpa al conocer la verdad de la muerte de su padre mediante una carta de su madre donde no le oculta su odio y su desprecio. Una vez liberado el hombre gordo no volverá a comer tallarines con carne y pepsi-cola, ni a comunicarse con su hijo a través de sus manos húmedas y rechonchas. El hombre gordo pierde peso y no volverá a reconocerse en el espejo mientras sigue intentando sobrevivir a nuestra locura.
Este relato de Kenzaburo Oé (Japón 1935), premio Nobel de 1994, nos introduce a un Japón contemporáneo con historias que reflejan la violenta y tierna realidad, sin remilgos, y con la capacidad de hacer de temas reales dramas míticos. Un mundo asiático moderno y sugerente narrado por alguien que alcanza el nivel de Faulkner o Dostoievski.
Durante el invierno de 196…, un hombre anormalmente gordo estuvo a punto de caerse al estanque de agua sucia donde se bañaban los osos blancos. Aquello fue para él una experiencia tan dura, que casi se volvió loco.»
«Dinos cómo sobrevivir a esta locura» (1969) de Kenzaburo Oé
Siempre vuestro, Dr. J.
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- [Kenzaburō Ōe | Wikipedia]
[Mientras Agonizo | bruto]
Bonita cronica de una realidad que nos rodea, la mayoria de las veces sin ser conscientes de ello, en cada mugrienta y apestosa habitación de hospital,donde se desencadenan a diario intentos desesperados de sobrevivir a la locura de cada uno en su vida, muchas de las familias q son tratadas como viles números de historia o frios e inhumanos diagnósticos enconden una historia muy muy parecida a la narrada por Oé.
Tu comentario Dr. J, excelente.
Saludos desde la nada.
mugrienta y apestosa habitación de hospital? saludos desde la nada?
Joder, Bossjan, el «espíritu Dr.J» es contagioso!!! deberías replantearte lo de tus vacaciones
En cuanto a lo tuyo Dr.J, ya sabes lo que pienso: la locura es un jodido mecanismo de defensa, algo necesario sin lo cual lo tendríamos jodido para tirar del carro; nadie nos tiene que librar de ella, ni debemos sobrevivir a ella, sino convivir y disfrutarla…
Nada de contagioso talibán del rock, son etapas, ayer me toco la locura negativista existencial enriquecida con poesia springsteniana a través del Nebraska, hoy sin embargo mi locura existencial es positiva, estoy de acuerdo contigo, sólo sabiêndola llevar y disfrutándo mucho de ellla preferiremos un buen ron motrileño o un exquisito 100 pippers al alprazolán, lo cual no quita q a veces el jodido carro pesa un rato y para muchos anónimos más de la cuenta.Hoy….el dia nació para correr, es un mejor dia, saludos a todos desde el caribe español…
P.D. Dr j., sí señor, buen libro. Thank.
Aquí estamos para eso, para no claudicar en el hábito de conocer otras formas de pensar… disfruta tus merecidas vaciones. un abrazo.
…Cohonuo too. Una lástima que siempre que miro el reloj estemos en el minuto tres de la prórroga y no pueda ni plantearme acercarme a la portería para meter un gol…que es lo que me gustaría (los que me conocen saben que tengo maneras de furbolista). Pero que quede claro: el partido está siendo cohonuo. Los goles, impresionantes. Y hasta las faltas y los empujones quedan bien a cámara lenta. Además, váis ganando por «paliza».
No os desaniméis y seguid jugando, que con la poca afición que hay al fúrbo, vuestra labor se merece un editorial en el Marca.
Lo digo en serio: mencanta el fúrbo y vuestro equipo enardece mis emociones.
Gracias.
…y para completar mi perfil en este momento: ¿qué os parecen los saltitos y las carreritas de calentamiento del jugador que, en la banda y en el minuto 88 del partido, espera a «saltar» al terreno de juego para sustituir a un ídolo sudoroso y vencido, en un partido en el que tu equipo pierde por 7-0…?
Si el partido es bueno -no olvides que se puede perder y estar guapo-, puede merecer la pena. Y aquí me tenéis, con los pulgares recolocando la cintura del pantalón -típico del salto al terreno del furbolista sustituto-, y pensando en el 7-1…mientras se enfría mi plato de comida en la otra maravillosa orilla.
Porque ésa es la clave: es casi lo mismo ganar que perder, la locura que la cordura…todas las orillas son cohonuas…si te paras.
Love
me sonrío al contemplar tu figura ágil y delgada, pegado a la línea de cal, pensando en saltar, en revolucionar el campo a tu manera, en una jugada que salve el honor de esa tarde, que te redima de las malas jugadas de antes… pensando que si le dices al árbitro que el fútbol no tiene tiempo y que tú estás dispuesto a jugar hasta quedarte sin aliento, el árbrito debería estar dispuesto a pitar hasta el final, hasta que el silbato se le caiga de los labios. que si tú estás dispuesto a jugar, todos deberían estar contigo. Que si te paras a hablar con un defensa no te pite fuera de juego, sino dentro. que el tiempo del fútbol debería tener otro trato. y así las victorias serían relativas y las derrotas también. que el fútbol sería así más filosofía que campo de batalla… pero entonces la afición no te entendería y se aburría viendo cómo Platón le pasa la pelota a Nietzche y Pascal remata de tacón ante un portero despistado como fue siempre Descartes, todo ello en el tiempo que una tortuga gana a la liebre en los cien metros lisos.
Me ponen malo las analogias futbolísticas; no me imagino a pascal en gayumbos detrás de un trozo plástico;
los desorbitados ojos del mono amedio os saludan y os dicen: «take my monkey back»
Tu es que estás mu cuerdo del selebro (haberte conosío).
Ni alparazolam, ni siquiera un ron motrileño nos sacan a cada uno de nuestra locura. Aveces en contadas ocasiones esa locura nos libera y nos hace más llevadera nuestra vida. Pero la mayoría de las veces es la tortura de nuestra insignificante existencia, nos apresa como el condenado en el garrote vil y nos aprieta el gaznate hasta que no podemos gritar. Y sí, ¿quién nos liberará de nuestra locura? No la que aveces nos libera sino la que nos oprime y nos hace hombres gordos vulgares a punto de estallar entre lo que es y lo que no es. Y es verdad que tenemos que convivir con ella, aprender a llevarla como el genizaro lleva el turbante o el cornudo los cuernos y seguir luchando dignamente.